Las fiestas de Baiona 2022 ya son historia y hoy la ciudad se pondrá en manos de sus sanadores, esos operacios de limpieza y de mantenimiento que se encargarán de dejar la capital de Lapurdi como si aquí no hubiera pasado nada.
Sin embargo, por sus viejas calles y plazas ha pasado un auténtico torbellino de gentes enfundadas en rojo y blanco, y un sinfín de estímulos en forma de imágenes, sonidos y sentimientos que perdurarán en la memoria de unos baionarras que hoy se levantarán con el corazón dividido entre la nostalgia y el alivio.
La última jornada de fiestas, al igual que las cuatro anteriores, no defraudó.
El cielo azul y el sol que han servido de marco a los eventos diurnos se encargaron de garantizar que desde primera hora de la mañana las dianas y txistularis amenizaran un despertar lento pero seguro tras una noche de fuerte afluencia de gentes en las calles.
En la jornada de hermanamiento con Iruñea, la misa de bandas en Saint-André abrió camino a un desfile que fue seguido con entusiasmo por centenares de personas que se fundieron en la música y acompañaron el periplo de las txarangas hasta la plaza de la Libertad. mEn el ayuntamiento, el alcalde, Jean-René Etchegaray, hacía de maestro de ceremonias con la delegación llegada desde la capital navarra, que devolvió la visita a esos baionarras que, desde que ambas ciudades se hermanaran en la década de 1960, no han faltado a la cita sanferminera.
Las peñas se adelantaron y, con su presidente Iosu Santxez al frente, desembarcaron el sábado en la capital labortana para profundizar en el protocolo de colaboración que sellaron con los de Baiona el 11 de julio en Iruñea, cara a avanzar en cuestiones comunes, desde la transmisión cultural al reto de hacer más sostenibles unas fiestas ante todo populares.
El modelo festivo sigue siendo materia de reflexión ya que la cuestión de las fiestas de pago, sin generar los debates acalorados de hace unos años, sigue planteando interrrogantes que no se despejan con la presentación de un balance económico. Más allá de las cuentas, los agentes activos de las fiestas ponen sobre la mesa otros debates, relativos a la revalorización de los códigos de unos festejos que, más que amurallarse, precisan de abrirse a transformaciones.
En plaza Patxa, con recursos limitados, se ha erigido un refugio a la vivencia exorbitada que se asocia a un macroevento como son las fiestas de Baiona. Un espacio autogestionado en el que la cultura vasca y el euskara tienen un lugar central y no aleatorio. Un oasis llamado a buscar mayor referencialidad porque, tal como expresaba en estas páginas Ibai Agirrebarrena, de la asociación Biltxoko, el reto es que fuera de Baiona Ttipia cada vez sea más natural vivir y hacer vivir la fiesta en euskara.