Alerta feminista ante el nuevo rostro del viejo terror machista
Los pinchazos ocurridos en contextos festivos son un intento de limitar espacios de libertad a las mujeres a través del terror, y representan una forma renovada de la violencia machista. Definir la respuesta a las agresiones, y fijar y asumir las responsabilidades es un ejercicio imprescindible.
La proliferación de denuncias por parte de mujeres que refieren haber recibido pinchazos en espacios festivos ha provocado una honda inquietud en las últimas semanas, una preocupación a la que se le ha respondido con actualización de protocolos institucionales y con mensajes que en algunos casos han pretendido ser tranquilizadores y en otros han sido claramente desafortunados. De fondo, el enésimo capítulo de una violencia que es estructural.
Este periódico ha contactado con la directora de Emakunde, Izaskun Landaida, la profesora de autodefensa feminista Maitena Monroy y la doctora en Feminismos y Género por la UPV-EHU Nerea Barjola, para conocer su opinión sobre estos actos y calibrar el modo en que debería hacérseles frente, tanto desde la administración y desde los agentes sociales como por parte del conjunto de la ciudadanía.
ACTOS DE CONTROL Y TERROR SEXUAL
Este tipo de ataques en forma de pinchazo han sido vinculados a posibles intentos de someter, a través de drogas, a las víctimas. Sobre este asunto, Monroy recuerda que la sumisión química no es en absoluto algo nuevo en el contexto de las agresiones machistas. «Llevamos años sabiendo que esta es una expresión más de la violencia contra las mujeres. Y eso, si lo desvinculamos del alcohol, porque, si no, hablaríamos de muchos más años de ese ejercicio de sumisión química», destaca la fisioterapeuta y activista feminista vizcaina, que indica, al respecto, que es precisamente el alcohol «la forma de sumisión química más frecuente a lo largo de los tiempos». Apostilla, sin embargo, que esa forma de agresión también se ha ido sofisticando, en gran medida porque el acceso a diferentes tipos de drogas es cada vez más fácil.
Con todo, los análisis realizados hasta el momento a quienes han sido objeto de estos ataques no han mostrado trazas de que se hayan utilizado sustancias tóxicas en los mismos, de modo que quizá no estaríamos ante intentos de sumisión química sino ante otra forma de agresión machista. «A mi juicio, son ejercicios de control y de terror sexual, de búsqueda de que las mujeres dejemos de sentirnos seguras y dejemos de vivir libremente en los espacios de ocio, de la fiesta y la noche», expone Monroy. Una apreciación con la que coincide Izaskun Landaida, quien señala que «lo cierto es que los pinchazos se están produciendo, y aunque no estén causando sumisión química, lo que sí están logrando es generar un clima de terror sexual, de miedo, en el que las mujeres no se sienten seguras ni pueden disfrutar de las fiestas con libertad».
La directora de Emakunde recuerda a este respecto que «desgraciadamente, el miedo es una estrategia que ha sido utilizada históricamente para limitar la capacidad de las mujeres y expulsarlas de determinados espacios», a lo que Monroy agrega que la violencia sexista, además de ser selectiva, también «es expresiva, y manda un mensaje concreto sobre lo que las mujeres podemos sufrir por el mero hecho de estar en esos espacios».
IDEOLOGÍA DE LA VIOLENCIA MACHISTA
En este contexto, y al no hallarse elementos tóxicos, ha habido declaraciones que han calificado los ataques de «actos de gamberrismo», algo que a juicio de Monroy «supone descontextualizarlos». Lamenta, en este sentido, que «uno de los problemas que tenemos con la violencia contra las mujeres es que a veces los análisis que se hacen tienden a la infravaloración, a la minimización y a la banalización». «No son actos de gamberrismo –zanja–, son actos de violencia machista que tienen una intencionalidad, que es mandar a las mujeres el mensaje de que no estamos seguras en ningún espacio».
«Si fuera una gamberrada no estaría orientada solo contra las mujeres», añade, y repite que «la violencia machista se distingue por diferentes elementos, y uno de ellos es que es selectiva; es contra las mujeres por el hecho de ser mujeres».
Landaida afirma en este sentido que «estamos claramente hablando de violencia contra las mujeres; es un acto grave contra la libertad de las mujeres».
Por su parte, Nerea Barjola apunta que este tipo de discursos «no solo banalizan» lo ocurrido, sino que «impiden repensarlo y situarlo dentro de lo que es la ideología de la violencia machista». «De lo que estamos hablando aquí es de una vulneración de los derechos más fundamentales, de transitar el espacio público, de divertirnos, de tener acceso a los deseos, y a la diversión que plantea un espacio de ocio nocturno», subraya la doctora en Feminismos y Genero, quien comparte que los pinchazos suponen «un ejercicio de control sobre la vida y el cuerpo de las mujeres», algo que, añade, «es político», pues «está basado en la ideología machista».
No es partidaria de centrar el debate en el uso o no de substancias en estos ataques, o de las características de aquellas, ya que «nos despolitiza y nos hace girar el foco; cambiamos de lugar la mirada, y en vez de estar analizando lo que tenemos que analizar, el ejercicio de las violencias sexuales, lo que estamos mirando es lo que nos están diciendo unos expertos».
EL MENSAJE Y LA RESPUESTA
¿Cómo responder, entonces, a todas estas agresiones? ¿Cuál es el mensaje que debería trasladarse desde las instituciones, los agentes sociales y festivos, y los medios?
La directora de Emakunde responde que «hay que comunicar, sí, informar, sí, pero no contribuir a alimentar ese miedo. Creo que, efectivamente, hay que exponer la situación, saber que es una forma de violencia contra las mujeres, y saber que si nos ocurre hay protocolos que están en marcha y que es importante estar acompañadas y, en este caso, llamar al 112».
Monroy está de acuerdo en que «hay que cuidar cómo se lanzan los mensajes para no aumentar el terror sexual en las mujeres». «No hay que generar una alarma, hay que generar una alerta feminista», expone, y apunta que «a veces las palabras parecen lo mismo pero no son lo mismo». En este sentido, insiste en que «hay que generar una alerta feminista dando recursos a las mujeres para establecer estrategias individuales y colectivas para enfrentar esta violencia, y dando recursos al conjunto de la población para saber cómo tenemos que posicionarnos frente a la violencia».
Sobre este asunto, Barjola señala que «cuando lo que hacemos es trasladar alarma social, en realidad lo que estamos haciendo es reforzar la violencia sexual en el conjunto social». Desarrolla el argumento explicando que la alarma social «simplemente está sirviendo para poner límites de acción de movimiento y de espacio para las mujeres. Si para esto sirve la alarma social, lo que está haciendo es proteger la violencia sexual, el ejercicio libre de la violencia sexual dentro del conjunto social». «Si por el contrario situáramos el debate en cuáles son los motivos que permiten que las mujeres debamos tener esta constante alarma y tengamos que estar siempre en constante autoprotección, reduciendo nuestros derechos fundamentales, entonces estaríamos situando el debate donde debe estar», apostilla, y concluye que «de lo que tenemos que hablar es de los privilegios que detentan los hombres sobre la vida y el cuerpo de las mujeres».
LA IMPORTANCIA DEL ÁMBITO PRIVADO
Maitena Monroy hace hincapié en la necesidad de definir «cómo trabajamos la prevención, cómo trabajamos la sensibilización y cómo trabajamos la intervención ante la violencia machista», y tras indicar que se trata de «ámbitos diferentes», lamenta que «el problema es que se hace un abordaje meramente sobre la intervención, y hay que hacer un abordaje previo».
Así, cree necesario «generar una conciencia social de rechazo, pero de rechazo profundo, no de rechazo superficial a las formas más salvajes de violencia, sino rechazo profundo al sexismo y por extensión a la violencia contra las mujeres».
«Es verdad –agrega– que luego es importante identificar cada tipo de violencia para dotarnos de recursos en la intervención concreta, pero si queremos trabajar contra la violencia machista tenemos que trabajar contra la desigualdad y debemos hacer un trabajo previo para no llegar a esa parte de intervención. Para que no haya mujeres víctimas de la violencia».
La profesora de autodefensa feminista advierte, asimismo, de que «la mayoría de la violencia que sufrimos las mujeres ocurre en el espacio íntimo, en el de las relaciones afectivo-sexuales», y por ello considera muy importante no perder «la imagen total de lo que es la violencia contra las mujeres, precisamente, para no generar una alarma que nos haga ver solamente una parte de la violencia contra las mujeres. Debemos tener un mapa de lo que significa la violencia contra las mujeres en todas sus expresiones».
Tirando del mismo hilo, Barjola, autora del ensayo “Microfísica sexista del poder” (Virus Editorial, 2018), apunta que si bien «ahora estamos poniendo el foco en los pinchazos, estos son una forma más de ejercer violencia sexual, y de controlar la libertad de movimientos y la autonomía sexual de las mujeres», y añade que «todas las generaciones van a tener su “pinchazo”». «Si no es a través de una narrativa sobre el peligro sexual que ha ocurrido, es a través de determinadas normas que te interpelan para que no hagas ciertas cosas, para que no pases por determinados lugares, para que controles lo que haces. Siempre hay mensajes aleccionadores que nos resitúan en el espacio público como un lugar en el que estamos en peligro», expone, y coincide con Monroy en señalar que «tampoco es que un espacio privado sea un lugar libre de violencia sexual». Sostener lo contrario, apunta la politóloga vizcaina, es «otra falacia del sistema».
RESPONSABILIDAD DE LOS HOMBRES
En un momento en que la practica totalidad de los mensajes, de prevención, consejo o de cualquier otro tipo, se están dirigiendo a las mujeres, Landaida, Monroy y Barjola coinciden en resaltar el papel determinante que deben jugar los hombres.
«No podemos situar la responsabilidad de todo nuevamente en las mujeres, hay que poner el foco en los hombres y en toda la sociedad», afirma la directora de Emakunde, quien recuerda al respecto que «cuando estamos hablando de violencia contra las mujeres estamos hablando de mujeres que la sufren y de hombres que la ejercen». Por tanto, Izaskun Landaida cree que es clave trabajar con los hombres, «y que se conviertan en agentes de cambio o generadores de cambio».
«Es lo que tratamos de hacer con el programa “Beldur barik”, que está dirigido a la juventud y que trata de contribuir al empoderamiento de las chicas, y a que los chicos cuestionen los modelos de masculinidad imperantes, y que unas y otros se conviertan en agentes de cambio y comprendan que las relaciones tienen que estar basadas en el respeto, en la autonomía y en la libertad», explica. Landaida insiste en la necesidad de entender que «este no es un problema que tiene esta o aquella mujer en concreto, es un problema que tenemos como sociedad, y por tanto es imprescindible la implicación de todas las personas que formamos esta sociedad».
En parecidos términos, Monroy subraya que «no se trata solo de que las mujeres tengamos esa alerta feminista, o que tengamos estrategias de autodefensa feminista, se trata de que los hombres, de una vez por todas, se posicionen de forma individual y colectivamente contra esta violencia. Y que no lo vean ni como bromas, ni como gamberradas, ni como chiquilladas, que lo vean como lo que son: una expresión de la violencia machista. Y que ante esa expresión de la violencia machista haya un posicionamiento claro».
Barjola afirma que «el hecho de que los hombres no se sientan interpelados tiene que ver con una falta de deconstrucción de sus privilegios y de su masculinidad hegemónica y violenta», y critica que «todo lo que se ha construido se ha hecho en función a poner el foco sobre las mujeres, y situar la responsabilidad sobre ellas».
«En mi trabajo hablo de las narrativas sobre el peligro sexual, cómo están construidas todo el rato sobre la responsabilidad de las mujeres, tanto antes, como durante y después de la agresión. Eso lo que hace es irresponsabilizar completamente al que agrede; el foco está siempre puesto en la que es agredida y no en el que agrede», explica. Barjola cree importante además entender que «todas las medidas que vayan dirigidas a nuestra protección, y que signifiquen que tenemos que delegar nuestra protección en cuerpos de seguridad o en hombres, todas esas medidas, nos desprotegen. Nos desprotegen porque nos desvinculan y nos despolitizan».
Con todo, para Landaida, «si miramos con perspectiva y echamos la vista atrás, insistiría en que tenemos una sociedad cada vez más sensibilizada, una sociedad que mayoritariamente rechaza este tipo de actitudes, y esto es importante señalarlo, porque no se ha producido de forma natural, sino que ha sido gracias al trabajo de muchísimas personas de diferentes ámbitos». Aunque añade a renglón seguido que los datos ponen de manifiesto que todavía «queda trabajo por hacer».
Nerea Barjola cree que «es necesaria una transformación social». «Para hacerle frente al paradigma machista, que es el paradigma de la tortura sexual, el paradigma del asesinato, tenemos que situarnos radicalmente en el paradigma del feminismo, que es la teoría crítica que pone las vidas en el centro. No hay otra forma».
«Hay una cosa que tenemos claro desde el feminismo: cuanto menos estemos las mujeres en los espacios, menos seguros se vuelven», advierte Maitena Monroy.
Y con la mirada puesta en este contexto eminentemente festivo tras dos años condicionados por la pandemia, Izaskun Landaida señala que «todo el mundo tenemos ganas de divertirnos, de pasarlo bien, y este es un momento oportuno para lanzar el mensaje de que mujeres y hombres tenemos el derecho a vivir las fiestas en libertad; las mujeres queremos vivir las fiestas en completa liberta. Lo que debe primar es el respeto, y hay que insistir en que nada, absolutamente nada, justifica la agresión».