«La llamada unidad de Italia realmente fue una guerra de conquista»
Nacido en Milán pero de origen calabrés, lleva años rodando documentales que buscan captar la esencia de un territorio donde el tiempo parece haberse detenido. El paisaje de Calabria, con sus gentes, es la razón de ser de ‘Il Buco’ que acaba de estrenarse en salas.
En su última película, Michelangelo Frammartino evoca una expedición espeleológica que tuvo lugar en 1961, para hablarnos de los secretos que esconde el subsuelo de Calabria. ‘Il buco’ es un filme de marcado acento poético donde el cineasta reflexiona sobre las limitaciones que impone un ideal de progreso basado en la explotación del medio.
En ‘Il buco’, como en todas sus películas anteriores, la relación del hombre con el espacio físico está en el centro del relato, pero ¿cuál fue el punto de partida de esta historia?
Como en mis filmes anteriores, la inspiración me vino al encontrarme con un lugar preciso, en este caso el monte Pollino, al norte de Calabria, una zona que llevo años frecuentando, pero que era desconocida para mí. Mi sorpresa fue saber que esa montaña, con tener una altura considerable, tiene una dimensión subterránea importante que ha inspirado una gran tradición espeleológica. Esto me llevó a descubrir un segundo paisaje que permanece oculto a nuestra mirada, a nuestros ojos. Esa tensión entre lo que percibimos y lo que se nos esconde me pareció un punto de partida interesante. A partir de ahí comenzamos a introducirnos en ese universo subterráneo y descubrimos que la gruta más extensa que atesora dicha montaña, con sus 700 metros de profundidad, había sido ya explorada en 1961, una época de grandes avances científicos y profundas transformaciones sociales y eso le confería un valor adicional al relato, por lo que decidimos recrear lo que fue aquella primera expedición.
El hecho de ambientar la película en los años 60 sin traicionar su naturaleza documental ¿no le supuso una dificultad adicional?
Al principio me daba miedo la idea. Hacer documentales te lleva a filmar aquello que está fuera de tu control: el clima, la vegetación, los animales… Pero si tú ruedas una película de época, es obvio que solo la ambientación te exige estar controlando toda una serie de elementos, como la fotografía, que tiene que ajustarse a los tonos de esos años que pretendes retratar. No obstante, a partir de un determinado momento, decidimos asumir riesgos. Nos dimos cuenta de que estando dentro de una gruta, el tiempo se detiene y la relación que tienes con el espacio físico es tan fuerte que al final debes dirigir tu mirada al interior de ti mismo y no tanto al entorno. Con lo cual, aunque sea una película de época, la realidad que recreamos nos impuso su carácter ingobernable.
Sobre todo porque esa idea de ‘tiempo detenido’ no solo se da en el interior de la gruta sino en todo del sur de Italia en general ¿no?
Cierto. Esa es una sensación muy poderosa que siempre me ha acompañado. Yo nací en Milán y de pequeño siempre me llevaban de vacaciones al pequeño pueblo calabrés de donde procedía mi familia. El shock era tremendo, sobre todo porque en los muros de aquellos callejones estrechos yo sentí por primera vez lo que significa la huella del tiempo, un concepto que en una ciudad como Milán no puedes asimilar. Los propios habitantes del lugar tenían esos mismos rasgos pétreos. Pero yo cuando ruedo no voy buscando proyectar esa sensación sino que, inmerso en el lugar que retrato, me dejo llevar por la emoción que me transmiten esos paisajes y sus gentes.
En este sentido es muy marcado el vínculo que usted establece en la película entre esa exploración de la gruta y los surcos que se reflejan en el rostro ese viejo pastor que representa la memoria viva del lugar.
Cuando uno escribe el guion de una película como ésta lo que busca es establecer conexiones aunque sin forzarlas. En un lugar como el monte Pollino, los pastores más que verse, se sienten, son una presencia permanente que, sin embargo, permanece oculta. Antes de que tú los veas, te ven ellos a ti. En este sentido encarnan un poco lo mismo que la gruta, ambos representan la voz de la montaña.
Su película también habla del contraste entre esa vieja aspiración del ser humano por conquistar los cielos y la poca atención que prestamos al suelo que pisamos.
Siempre miramos para arriba, nuestra mirada rara vez se dirige a ese submundo que existe debajo de nosotros. Yo mismo creía conocer muy bien toda la zona del monte Pollino, pero cuando acompañé a los espeleólogos en su exploración de la gruta y me topé con todas las especies animales y vegetales que existen en ese otro mundo, mi sensación fue la de que solo conocía una mínima parte de todo aquello. Vi aquel paisaje con una nueva luz y eso equivale a redescubrirlo. Una vez que accedes a lo que hay en el subsuelo asumes que la superficie únicamente representa la mitad de la realidad conocida. La primera exploración de esa gruta, en los años 60, coincidió con una época de progreso donde éste era simbolizado en la construcción de nuevos rascacielos, en las conquistas de determinados alpinistas, en la llegada del hombre a la luna. No solo eso, sino que en el caso italiano dicho progreso también apuntó en exclusiva hacia arriba, es decir al norte del país. Por eso resulta tan llamativo que una expedición científica en aquellos años resolviera no solo explorar las montañas del sur de Italia sino su subsuelo. Fueron de los primeros en dirigir su mirada a lo que había debajo de quienes estaban más abajo (risas).
Pero no dejaron testimonio de aquella exploración ¿no?
Nada, apenas una docena de fotos y ninguna del interior de la gruta, solo de la entrada a la misma. Habían descubierto la segunda cueva más profunda de Europa y aquello apenas se divulgó en un par de boletines de espeleología. Es algo que choca en una época como la nuestra donde dar testimonio de una experiencia es más importante que vivirla. En aquellos años primaba un sentido de la aventura puro. Obviamente al hacer esta película no traicionamos su voluntad pero teníamos la sensación de estar compartiendo un secreto.
Quizá esa cultura del silencio tan vinculada al sur de Italia tenga que ver con que, durante décadas, les hayan hecho avergonzarse de su legado, como si éste evidenciase un cierto subdesarrollo.
Efectivamente. Como te decía antes, el concepto de desarrollo lleva tiempo asociándose al dinero y eso tiene un efecto sobre el paisaje porque lo que se busca es demostrar esos niveles de desarrollo promoviendo la creación de ecosistemas artificiales intervenidos por la mano del hombre; artificiales y verticales. Aquellos pueblos se han resistido a dicho modelo de crecimiento se han visto señalados con el estigma de ‘subdesarrollados’. Pero basta darse una vuelta para ciertos lugares del sur de Italia para percibir los ecos de una cultura campesina cuyo urbanismo y sistemas de regadío eran realmente innovadores. De hecho hoy se estudian como modelos de desarrollo, aunque en su momento fueran tachados de primitivos.
El hecho de que fueran unos espeleólogos llegados del Norte los que exploraron esa gruta en tierras calabresas tiene también algo de simbólico ¿no?
Sí, claro. Es una alegoría que en Italia se entiende perfectamente aunque fuera puede que no tanto. Lo que está claro es que Italia, aún a fecha de hoy, es un país claramente dividido. La llamada unidad de Italia, que se produjo en 1861, realmente fue una guerra de conquista a través de la cual los piamonteses anexionaron a sus dominios un territorio con una cultura y una historia que nada tenía que ver con la del resto del país. La Italia actual es un país donde conviven ciudadanos con diferentes derechos. Por ejemplo, en el sur el sistema sanitario sigue funcionando de manera muy deficiente. De hecho, durante estos dos años de pandemia, el gran miedo de las autoridades es que el virus se difundiese por el sur.