Aitor Agirrezabal
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad

La grieta heredada de una Belfast cada vez más próxima a Dublín

La primera visita del monarca británico Carlos III al norte de Irlanda estuvo marcada por un mensaje unionista en un contexto en el que, tras el Brexit y la victoria electoral del Sinn Féin, Belfast se encuentra más cercana tanto política como económicamente a Dublín que a Londres.

Carlos III, en el castillo Hillsborough de Belfast.
Carlos III, en el castillo Hillsborough de Belfast. (Paul FAITH | AFP)

10 años después de aquel reproducido saludo entre Isabel II y Martin McGuinness, entonces número dos del Sinn Féin, Carlos III realizó su primera visita al norte de Irlanda como monarca, en el marco de la gira que está llevando a cabo por las cuatro naciones que componen el Reino Unido de Gran Bretaña y el norte de Irlanda, en un momento en que la unidad constitucional está más que cuestionada.

La visita tampoco se da en un momento cualquiera. Y es que hace apenas cuatro meses y por primera vez en la historia los republicanos irlandeses se impusieron en las elecciones locales.

A ello se añade que el Brexit ha acercado, más si cabe, Belfast y Dublín, tanto en términos políticos como económicos. Al tiempo que se aleja de Londres, debido a los nuevos controles aduaneros, las fuerzas unionistas han creado una parálisis en Stormont. El DUP se niega ahora a formar el Gobierno de coalición con el Sinn Féin al que les obliga el Acuerdo de Paz de 1998 hasta que no se modifique el llamado Protocolo de Irlanda, pieza clave del pacto que se firmó con Bruselas para abandonar la UE. Tampoco parece que las palabras de la nueva primera ministra, Liz Truss, dispuesta a realizar cambios en el protocolo de manera unilateral, ayuden.

Así, en el estreno de Carlos III tanto nacionalistas como unionistas tuvieron motivos para sentirse incómodos. El Sinn Féin trató de equilibrar las expresiones de condolencia con sus principios republicanos y los unionistas guardaron silencio cuando se les cuestionó sobre si la muerte de la reina Isabel II ha erosionado aún más la unión del reino.

La semana pasada, nada más conocerse la noticia de la muerte la reina, los líderes del Sinn Féin expresaron su pesar y, a su vez, solicitaron cautela a sus militantes sobre las publicaciones en redes sociales. El partido dijo que no participaría en eventos que marcaran el ascenso de Carlos al trono, apuntando que están «destinados para aquellos cuya lealtad política se debe a la Corona británica».

Desafíos

Michelle O'Neill, la primera ministra designada del partido, sí que asistió ayer a la recepción de Hillsborough porque era en honor a la difunta. Allí el nuevo monarca realizó una breve intervención en la que se comprometió a «seguir» la labor realizada por su madre de «unir a aquellos que la historia había separado y extender una mano para hacer posible la curación de heridas prolongadas», con especial mención al «sufrimiento de mi propia familia», en relación a la muerte de su tío Lord Mountbatten, en una acción del IRA en 1979.

El presidente de la Asamblea de Belfast, Alex Maskey, un histórico republicano, destacó que la madre del nuevo rey no había sido «una observadora distante» de la transformación vivida, en una frase que tuvo distintas interpretaciones.

Los unionistas del DUP, por el contrario, proclamarán su lealtad a «un nuevo monarca que encarne nuestra identidad británica». Jeffrey Donaldson, líder de la formación unionista agradeció el recibimiento al monarca. «Es un reconocimiento de que el rey tiene un papel en la reconciliación aquí. Él es sensible a las diferencias políticas aquí y está dispuesto a construir sobre la reconciliación».

Pero la muerte de la Reina y la continuidad que representó en el Estado se produce en un momento en que el lugar del norte de Irlanda enfrenta muchos desafíos, desde la frontera del Mar de Irlanda posterior al Brexit, a la victoria del Sinn Féin y su deseo por organizar un referéndum de reunificación de la isla.

El proceso independentista escocés, con fecha para el referéndum, las dudas de varios países de la Commonwealth sobre el papel de Carlos III como jefe de Estado y el pulso por la reunificación de Irlanda vaticinan un inicio de cargo convulso para un monarca cuya valoración popular antes de subir al trono era notablemente peor a la de su madre.