Periodista, especializado en información cultural / Kazetaria, kulturan espezializatua
Interview
Álex de la Iglesia
Director de cine

«Al tocar fondo, la única manera de levantar cabeza es riéndote del sinsentido que te rodea»

Han tenido que pasar 30 años para que Álex De la Iglesia rodase en Bilbo. Y lo ha hecho en una película como ‘El cuarto pasajero’ que constituye una rara avis en su filmografía, una suerte de comedia romántica donde lo más espectacular resulta el trabajo de los actores.

Álex de la Iglesia, durante la sesión de fotos realizada para su entrevista con NAIZ.
Álex de la Iglesia, durante la sesión de fotos realizada para su entrevista con NAIZ. (J.DANAE | FOKU)

Embarcado en la postproducción de la segunda temporada de ‘30 monedas’, el director bilbaino hace un hueco en su agenda para volcarse en la promoción de su último largometraje. Según dice es el título del que más satisfecho se siente en términos de puesta en escena. Una obra donde hay más elementos personales de los que, a simple vista, pudiera parecer.

Hace unos años nadie hubiera imaginado a Álex De la Iglesia dirigiendo una comedia romántica. ¿Cómo explica este viraje? ¿Era un registro en el que le apetecía probarse?

A mí es un género que me encanta y me lo planteé como un reto, precisamente porque se sale un poco de lo que es mi registro habitual. Lo que pasa que al final cada uno interpreta el concepto de ‘comedia romántica’ como quiere y eso al final te genera una serie de posibilidades narrativas que otros géneros, mucho más codificados, no te ofrecen.

De hecho, ‘El cuarto pasajero’ es una comedia romántica bastante sui géneris donde los protagonistas en lugar de construir conexiones afectivas se dedican a destruirlas. Ahí sí que se nota esa misantropía que te es tan característica.

Sí, aunque al final esa misantropía no obedece tanto a una manía, sino que es una conclusión. En este caso me apetecía mucho coger a una serie de personajes y ponerles en una situación ridícula producto de su incapacidad para manifestar sus sentimientos. Eso se ve desde la primera secuencia cuando el personaje de Alberto San Juan va hundiéndose mientras ensaya cómo decirle ‘te amo’ a la chica de sus sueños. Su felicidad depende de poder expresar esas dos simples palabras, pero el mundo y todos los demás personajes parecen jugar en su contra.

Especialmente ese ‘cuarto pasajero’ interpretado por Ernesto Alterio.

Sí, él es una especie de sátiro demoniaco que queda definido por esa manía ególatra de sentenciar cómo es el mundo y cómo son las cosas. Es la típica persona que tiene algo que decir acerca de todo, aunque nadie le haya pedido su opinión y que se expresa mediante el lugar común. Su toxicidad es la que conduce al resto de personajes a un atasco. En este caso el atasco funciona como metáfora de esa situación de colapso que nos paraliza y nos impide ir a ningún lado. Y cuando nos rebelamos contra eso e intentamos salir de ahí por nuestra cuenta siempre hay alguien que nos dice ‘no, no vayas por ahí porque si vas por ahí la vas a cagar’.

¿Esa representación de Bilbo como una ciudad bucle de la que uno nunca termina de salir también tiene para usted un valor metafórico?

Totalmente, mi vida es Bilbao-Madrid. Ese viaje de ida y vuelta, ese atasco y esa sensación de que uno no termina de avanzar. Todo eso está plasmado en la película desde un punto de vista humorístico porque al final, creo que esa es la salida. La salida es asumir que no hay salida. Ante eso, la única herramienta de liberación que nos queda es la carcajada.

Tanto en esta película como en ‘Veneciafrenia’ su mirada se ha vuelto más piadosa, incluso para con los personajes más estúpidos. En este sentido aquella ferocidad que mostraba en sus primeras obras aparece más atenuada.

Estoy de acuerdo. Supongo que es consecuencia de todo lo que hemos vivido en estos dos últimos años. En el momento en el que la vida no puede ser más feroz con nosotros y lo que prima es la desesperación, es inevitable dejarse llevar por un sentimiento de amargura y de hartazgo, pero al mismo tiempo hay que rebelarse contra eso. Cuando tocas fondo la única manera de levantar cabeza es riéndote de todo el sinsentido y toda la falsedad que te rodea.

Comparada con otras películas suyas, ‘El cuarto pasajero’ casi parece una obra de cámara al ser un filme con pocos personajes y localizaciones muy reducidas, pero por eso mismo uno intuye que ha sido un rodaje de gran complejidad técnica. ¿Fue así?

Sí, fue así. A partir de ‘Perfectos desconocidos’ comencé a complicarme la vida desde el punto de vista técnico y eso me hace disfrutar mucho como cineasta. El público a lo mejor piensa que el mayor goce para un director es filmar escenas de acción en exteriores, pero rodar una simple conversación también puede en algo muy atractivo si uno decide ir más allá del simple plano contraplano. Yo cuando veo el mismo plano repetido tres veces en la misma película me sangran los ojos. Entonces pienso voy a acercarme al rostro del actor de otra manera y ahí el cámara te dice ‘pero es que para eso tienes que quitar el coche’ y yo le contesto ‘no, yo quiero que salga coche en el plano ¿cómo lo hacemos?’ y te das cuenta que la única opción es partir el coche, como hemos hecho en esta película donde hemos destrozado cinco coches. ¿Son ganas de complicarse la vida? Sí ¿Pierdes tiempo? También. Pero yo creo que el espectador al final nota esa libertad a la hora de filmar los diálogos, el hecho de no estar supeditado a los mismos tres puntos de vista.

Otra cosa que evidencia esta película es que cada vez disfruta más trabajando con los actores. Me acuerdo que, tras rodar sus primeras películas, usted se quejaba de que la dirección de actores le quitaba tiempo para desarrollar la parte técnica.

Cuando eres joven eres muy vanidoso y te crees que todo depende de ti, pero con los años vas aprendes que la película depende de la gente que está delante de la cámara. Los actores mantienen el peso de la narración hasta unos niveles que yo desconocía. No solo mejoran la película, sino que la perfeccionan. Aquí, por ejemplo, Ernesto, construye su personaje sobre un arco tan rico y tan meticuloso que cuando lo ves llegas a la conclusión de que tú no estás ahí para contar tu historia sino para rodarle a él bien.

Llama la atención su dinámica de trabajo en estos últimos años. En 2017 rodó dos películas prácticamente consecutivas, se mantuvo ocupado en tareas de producción y rodando una serie como ‘30 monedas’. Ahora repite un poco esa misma jugada ¿hasta qué punto la irrupción de las plataformas aparte de cambiar el modelo de negocio ha cambiado también el oficio de cineasta?

Todo cambio propicia otros cambios, hay una influencia directa. Por ejemplo, si Mediaset se ha arriesgado a producir una película como ‘El cuarto pasajero’ es porque la irrupción de las plataformas con su oferta le ha obligado a competir con la oferta de éstas. Ahora hay mucha más libertad para los creadores y existe la posibilidad de montar producciones que antes eran inviables. ‘30 monedas’, por ejemplo, no hubiéramos podido rodarla hace unos años, ni por el tema ni por las exigencias de producción. Esa mejora de la oferta y la demanda ha propiciado que ahora mismo vivamos una edad de oro para el audiovisual, donde hay más trabajo que nunca y más posibilidades para los profesionales de la industria.

¿No echa de menos entonces las posibilidades que brindaban las salas de cine a la hora de disfrutar una película como experiencia colectiva?

Vivir el cine de manera colectiva es una experiencia maravillosa pero no es determinante a la hora de realizarlo. Para disfrutarlo sí, yo como espectador me quedo con las salas de cine, pero como productor que va buscando su propia supervivencia no puedo ligar el futuro de mi oficio a un formato concreto. Mi obligación es que el cine sobreviva a los cambios, no contemplar cómo agoniza víctima de un ansia nostálgica.