Daniel   Galvalizi
Periodista

Sin autocrítica, Felipe y Sánchez celebran los 40 años del triunfo del PSOE

Felipe González y Pedro Sánchez han encabezado un mitin en Sevilla organizado para conmemorar la mayoría absoluta de 1982, con críticas a la derecha y una cerrada reivindicación del legado. Socialistas de aquel entonces comentan a NAIZ sus sensaciones de aquellos tiempos.

Felipe González junto a Pedro Sánchez en el acto celebrado en Sevilla.
Felipe González junto a Pedro Sánchez en el acto celebrado en Sevilla. (Francisco J. OLMO | EP)

Con diez millones de votos, los votantes del Estado español hace cuatro décadas le daban el primer triunfo del posfranquismo y con mayoría absoluta al Partido Socialista Obrero Español. Se sumaban al carro del «Por el cambio», el principal eslogan de campaña, y dejaban en la oposición a la derecha conservadora. Casi el 80% del padrón electoral acudió a las urnas, en una sociedad muy distinta, mucho más joven, más pobre y menos desarrollada que la actual.

Se ponía fin a medio siglo de poder de las derechas, no con pocos retos. Así lo recordaba este mediodía el ganador de esa jornada, Felipe González, que con tan solo 40 años asumía el reto de gobernar un convulso Estado español. «Terrible pinza tuvimos», relataba en el escenario que su partido le ha montado en Sevilla, bastión socialistas si los hay. Antes había hablado el líder del PSOE andaluz, Juan Espadas, y la vicesecretaria general, María Jesús Montero. Luego vendría el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

«Ahí la etiqueta dice ‘modernizó España’. Y sí...es así, pero modernizar tiene algunas complicaciones», ha comentado mirando la pantalla gigante detrás suyo. Ha señalado como el primero de los grandes logros la entrada a la Comunidad Económica Europea. «Ese mismo día que firmábamos la adhesión ETA mató a 5 personas», ha recordado, y también ha dicho que había otros sectores más ultras a izquierda y derecha que se oponían porque «uno de los significados que tenía entrar a Europa era la consolidación de la democracia española como una democracia europea».

González ha hecho memoria y ha recordado que las prioridades eran «energía, agua, infraestructura y telecomunicación» porque «había muchos sitios sin teléfonos ni carreteras, muchos pueblos sin luz ni agua corriente»; y ha rendido un cálido homenaje a Ernest Lluch, quien desarrolló el sistema de salud: «Queríamos hacerlo de tal manera que no lo pudieran venir a revertir, que fuera irreversible».

Ha defendido el Estado de las autonomías porque «descentralizar políticamente España le ha venido muy bien para su desarrollo, aunque centrifugar el poder para enfrentar unos a otros no le vino bien», y ha dicho que todavía el Estado tiene «una tarea pendiente en cuanto a la desigualdad» porque «la distribución del ingreso sigue siendo injusta».

Ha sido un discurso sin autocríticas, sin pedir perdón. En cierta forma, no ha buscado la épica de esos líderes que asumen con la misma sencillez logros y errores y hacer una propia síntesis de su período, aprovechando el hecho de estar vivo en un acto montado para recordar su máximo hito. El acto ha sabido a poco y su discurso, dada la envergadura del personaje, también. Incluso su final, sin remate ni arenga a futuro.

El rival típico, el conservadurismo español, ha sido objeto de sus dardos, al criticar indirectamente que no acepte renovar el CGPJ y acusarlo de no querer cumplir la ley. Cuando ha subido Sánchez al escenario también ha apuntado sus dardos contra las derechas. Para quien está acostumbrado al debate político de Madrid, suena balsámico que en un discurso no se use y abuse del soberanismo e independentismo vasco ni catalán. No ha habido una sola crítica ni mención a ellos ni al referéndum del 1-O de 2017.

Sánchez, siempre en modo electoral fiel a su estilo, ha reivindicado al Partido Socialista como «la izquierda útil, la izquierda que transforma la realidad», y ha tachado a la derecha de «no tener argumentos» y haber «fracasado» con sus políticas en la salida de la crisis financiera de 2008-2012.

«En 1982 casi un 10% de los menores de 25 años eran analfabetos,en 1996 se había reducido a la tercera parte. Apenas 800.000 personas tenían acceso a la enseñanza universitaria, en 1996 fue el doble. La tasa de mortalidad infantil era 11 de cada mil y luego  menos de la mitad. Se multiplicó por 11 la red de autovías. Gracias Felipe», ha enfatizado el líder del PSOE.

La mayor ovación se ha dado cuando ha mencionado al fallecido Pérez Rubalcaba. No ha habido mucha más emoción.

Modernización y retos

«Recuerdo aquel momento con una ilusión tremenda. La campaña fue muy vívida, con mucha alegría y la atmósfera en la calle nos adelantaba el resultado que nos podía dar. Yo era docente y ese cambio lo deseábamos mucho en educación porque significó crear 1.000 puestos escolares diarios, por el abandono en el que estaba sumida la educación. Y se extendió la obligatoriedad de los 14 a los 16 años», ha relatado el diputado Guillermo Meijó Couselo (Pontevedra).

El dirigente gallego, que empezaba a dar sus primeros pasos en política cuando ganó González, ha señalado que había «un problema logístico, no había centros, por eso el ministro de Educación (José Maravall) decía que se dedicó más a la construcción que a la educación. Por fin la escuela pública iba a ser un gran protagonista después del abandono de décadas», aunque ha lamentado que la lengua gallega no tuvo en la educación el crecimiento que pudieron tener el euskara o el catalán porque la Xunta estuvo gobernada por Manuel Fraga.

Preguntado sobre por qué cree que los ciudadanos del Estado le dieron el triunfo al PSOE en 1982 y no antes, dándoselo a los posfranquistas, ha respondido: «Creo que nosotros también teníamos que construirnos como partido, salíamos de un ambiente muy duro, y me imagino que hubo ciertos temores que no se acaban de un día para el otro. Una vez que se vio que la democracia estaba instalada, la ansia de cambio explotó».

Ha aseverado que el felipismo «será recordado como uno de los períodos más provechosos» de la historia del Estado y si bien ha admitido que puede causar sorpresa el González actual, crítico con Sánchez y escorado al conservadurismo, ha remarcado siempre defenderá que el expresidente «hable con libertad».

Sobre los GAL y la guerra sucia contra ETA, ha respondido que «sinceramente» no cree que sea «una gran mancha» y que «algunos quieren poner énfasis en lo negativo y tapar con telón todo lo positivo, lo importante de eso es la derrota de ETA por parte del Estado».

Menos acrítico al respecto ha sido José Manuel Franco Pardo, actual secretario de Estado de Deporte y ex Delegado del Gobierno en Madrid durante los difíciles tiempos del confinamiento y el enfrentamiento con Díaz Ayuso. Franco Pardo comenzó a militar en el PSOE madrileño en 1986. «Sí, lo de los GAL hizo daño y fue de los momentos más difíciles. Y no justifico nada de eso, quiero ser claro. Pero también hay que situarse en ese momento, en la cantidad de asesinatos que había desde el terrorismo. Verlo ahora no es lo mismo pero repito, no justifico nada. Esa mancha creo que se ha borrado desde el momento en que con Zapatero y Rubalcaba se ha terminado con ETA, con un gobierno socialista. Pero repito, no justifico los crímenes».

El también exdiputado ha recordado haber sido interventor en una mesa electoral aquella jornada de 1982 y asegura que se veía entre los votantes «una emoción especial». «Creo que se sentía que la transición política real venía con el PSOE. Con los compañeros militantes socialistas comentábamos luego, durante el gobierno, lo difícil que era gobernar España desde la izquierda. Había muchas resistencias pero a la vez se veían los cambios. A pesar de los poderes fácticos, Felipe le dio la vuelta a España como un calcetín, en pensiones, sanidad y educación y sobre todo las libertades. Se modernizó el país en todos los niveles», ha recalcado.

El momento del referendum sobre la entrada a la OTAN es otro de los «momentos muy complicados» porque el PSOE «había apoyado antes el ‘OTAN No’ y de repente, desde la responsabilidad que da estar en un gobierno, hubo que dar el giro y al final eso costó, pero ayudó la capacidad de convicción de Felipe». Sobre las posiciones críticas de Gonzáles al liderazgo socialista de Zapatero y Sánchez, ha opinado que «él se expresa desde la lealtad al partido», y que es una de las «grandezas del PSOE, que haya opiniones diferentes pero siempre unidos buscando lo mejor para España».

A 40 años de aquel triunfo, que derivó en una mayoría absoluta con 17 hombres del PSOE en el Consejo de Ministros (primera vez en la historia, y última en la que un primero Consejo sería de un sólo género), el Partido Socialista, con casi un siglo y medio de historia, goza de buena salud interna. Imposible negar que, después de sus luchas intestinas entre 2016 y 2018, Sánchez ha logrado la cohesión interna, muchos triunfos electorales (mucho menos holgados que en la etapa anterior a Podemos, claro está) y tiene un aliado constante para forzarlo: un Partido Popular casposo, Madrid-céntrico y que no para de enseñarse como el partido de los ricos. Se verá en seis meses, en las municipales, si este momento reditúa en su poder territorial.