Ramon Sola
Aktualitateko erredaktore burua / Redactor jefe de actualidad
Interview
Eli Arrazola
Compañera del preso Xabier Atristain

«No tengo rabia pero sí pena, pena de que Xabier no pueda ayudarme ni vivir esto»

2022 podía haber sido muy especial para la pareja que forman Eli Arrazola y Xabier Atristain. Enero trajo la sentencia europea que lo excarcelaba y antes de acabar el año llegará otro miembro a la familia. Pero los tribunales lo están convirtiendo en un tormento emocional sin fin.

Eli Arrazola, embarazada de ocho meses, ante la cárcel de Martutene donde vuelve a estar su compañero, Xabier Atristain.
Eli Arrazola, embarazada de ocho meses, ante la cárcel de Martutene donde vuelve a estar su compañero, Xabier Atristain. (Gorka Rubio | Foku)

De Martutene a Miramon, de la cárcel al hospital de Donostia, hay apenas dos kilómetros, ni tres minutos en coche. Pero puede ser todo un mundo de distancia, igual que ese muro infranqueable que separa físicamente a Xabier Atristain de su compañera y su hija de cuatro años. Eli Arrazola sale de cuentas el 4 de diciembre, en apenas tres semanas, y a las inevitables inquietudes preparto se les suma la incertidumbre jurídica; han solicitado un permiso de 48 horas para que el padre pueda acudir al menos al hospital, pero como siempre en estos casos toca esperar, toca desesperar.

Hay que echar atrás en el tiempo para reconstruir esta historia, que requiere primero un cronograma ordenado para ser seguida (entendida ya seguramente será demasiado pedir). En enero, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró injusta la condena aplicada a Xabier Atristain, sin defensa jurídica real y con una autoinculpación bajo tortura como única prueba. En febrero fue liberado, como no podía ser de otra forma: «Entonces realmente pensamos que sí, que la prisión se había acabado. No había opción de recurso siquiera».

Pero lo que sí había era prepotencia de sobra para incumplir el fallo y dejar intacta la condena en un desacato manifiesto. Así que Atristain fue encarcelado de nuevo en junio. Un mes después volvió a calle, esta vez en tercer grado al cumplir los requisitos para ello. Y todavía quedaba la última vuelta de tuerca hasta la fecha: un recurso de la Fiscalía ante el Juzgado Central de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional española que ha anulado esta clasificación y lo ha vuelto a encerrar, en octubre.

Dicho de otro modo, en el embarazo de su compañera no solo ha habido vómitos, dolores y lágrimas («este está siendo complicado, sí, peor que el primero»), sino también una montaña rusa emocional interminable, con dos nuevos encarcelamientos, cada cual más inesperado.

Eli se quiebra en un momento dado («barkatu, son las hormonas, me echo a llorar enseguida») pero se recompone también en segundos: «Creo que soy una persona fuerte y estoy bien, estamos bien. Tenemos apoyo». En esta situación sería lógico sentir rabia, o al menos enfado: «No, enfado no tengo, pero sí pena. La pena es tremenda, es pena de que no esté conmigo para poder ayudarme y pena de que no pueda vivir esto».

«A la niña le decimos que su aita está trabajando, y a veces vamos a verle a su ‘casa’, donde hay juegos... pero veo que cada vez sale peor, le echa en falta»

 

«Está cerca, pero no está», concluye antes de sonreír otra vez. No hace falta decir más, porque todo lo expresa ese muro a sus espaldas. Una pared que atraviesa ahora para cuatro vises al mes, muy insuficientes tras siete meses viviendo juntos y más o menos libres, aunque al menos ahora sean cerca de casa y no en el «horror» de aquellos viajes a Murcia del primer embarazo.

«¿Cómo explicarlo?»

Es una mañana fresca pero soleada, de contrastes como su estado de ánimo. En pocos minutos se percibe que Eli Arrazola es una mujer vital y optimista, a la que no tumba ni arredra este calvario de entradas y salidas, pero es igualmente patente que hay cosas difíciles de gestionar: no se trata solo de un embarazo en estas circunstancias, sino también de las dudas de una hija. La pequeña no sabe realmente que su aita está en una cárcel y necesitará aún muchos años más para entender qué dictamina esa sentencia de Estrasburgo o qué significa cumplir condena en tercer grado. «A ella le decimos que su aita está trabajando, y a veces vamos a verle a su ‘casa’, donde allí hay un pequeño parque de juegos, cosas ricas para comer... Pero yo noto que cuando salimos de la cárcel cada vez se queda peor, le echa más en falta». Lógico; a mayor edad, mayor consciencia de la situación.

Nació cuando Atristain estaba preso en Murcia. «A los ocho meses lo llevaron a Soria, fue uno de los primeros presos acercados, supongo que por la niña. Aunque creo que ella ni se acuerda de esa cárcel, ni claro está de Murcia, solo conoce Martutene», apunta la madre.

El proceso de repatriaciones atenuó las cosas y la cárcel parecía quedar definitivamente atrás a inicios de año. Tras el histórico fallo europeo, febrero trajo el aparente inicio del futuro tantos años esperado: «Cuando lo de Estrasburgo nos cambiamos de casa, empezamos a vivir por fin los tres juntos y realmente estábamos muy, muy bien». Pero duró solo hasta el verano; luego, salidas y entradas que «realmente no puedes explicarle a una niña pequeña».

«Se da cuenta de cosas, pero si para un adulto es muy difícil llegar a entender todo esto, ¿cómo lo vas a lograr con una niña? –pregunta–. Así que esto tienes que pasarlo como si vivieras con un arrantzale que aparece y desaparece de casa unos cuantos meses». Baja los ojos un momento para explicar que «sinceramente no sé si hubiésemos tenido otro hijo en estas circunstancias [esperan un chico]. Pero bueno, nos apañaremos seguro, seguro. Al final te haces a todo».

El último golpe

Atristain es uno de los tres presos a los que se acaba de revocar el tercer grado, junto a Mikel San Argimiro y Aitor Esnaola. ¿Cómo fue el último golpe? El relato resulta descorazonador en sus circunstancias, aunque el tono de Arrazola no sea nada lastimero: «La abogada le avisó de que el juez había aceptado el recurso de la Fiscalía y que el ingreso sería inmediato, ese mismo día o el siguiente. Él tenía que ir a dormir a la cárcel, así que se llevó el petate por si acaso. No sabíamos ya si volvería a casa o no. Por la mañana me llamó y me dijo ‘vuelvo, Eli, no me han dicho nada’. Luego le telefonearon de la cárcel: ‘Coma usted tranquilo con la familia y venga luego para aquí’».

El sueño de vivir juntos el final de embarazo y el parto se desvanecía. ¿O todavía no? «Ha pedido un permiso de 48 horas y está a la espera de si se lo conceden, para así poder estar conmigo en el hospital. Si se lo dan, se supone que podríamos llamar por teléfono y tratar de que lo traigan al parto, pero claro, siempre que ocurra de día, porque de noche ni te van a coger la llamada. Y tampoco sé si en ese momento estaré en disposición de telefonear». Un lío burocrático, un perjuicio sanitario... una inhumanidad flagrante.

«Quiero pensar que esto se acabará algún día, que no podemos estar a vueltas todo el rato»

 

Más allá de ese momento que podría ser inminente, la familia espera que se cumpla el sentido común; es decir, que la Junta de Tratamiento de Martutene vuelva a proponer el tercer grado y la Administración a aprobarlo. De nuevo a esperar, es su sino: «Tiene que reunirse la Junta de Tratamiento, quizás a finales de este mes, luego debe aceptarlo el Gobierno Vasco, después hay que esperar a ver si recurre la Fiscalía... En algún caso no han recurrido la segunda concesión del tercer grado», deja caer Eli, esperanzada. Proyecta su perspectiva vital próxima aspirando a ser realista: «Creo que en las primeras semanas tendré que buscar ayuda (mi madre, mi cuñada... no nos va a faltar), pero luego espero que Xabier esté de nuevo en casa».

En la conversación es constante la alusión a otros casos análogos al suyo: Mikel San Argimiro, Aitor Esnaola, Unai Fano, Gorka Loran, Joseba Arregi... Algunos han sido de nuevo encarcelados, otros están de vuelta a casa como esos arrantzales con los que la comparación es muy oportuna, varios más siguen sometidos a la sicosis que provocan la espada de Damocles de los recursos... Para todos tiene una misma reflexión, o un deseo, Eli Arrazola: «Quiero pensar que esto se acabará algún día, que no podemos estar así a vueltas todo el rato. Habrá que esperar a que en los tribunales cambien de opinión, o a que se produzca alguna decisión política, o algún acuerdo...».