Periodista / Kazetaria

Irak contiene la respiración, dividido por los dos bloques chiíes

Envueltos en luchas internas, los dos grandes polos del chiísmo político iraquí resucitan viejos demonios en el país. Por ahora, las altas esferas religiosas han logrado calmar el ardor de los beligerantes, pero uno se pregunta: ¿hasta cuándo?

Bajo estas líneas, partidarios de las milicias chiítas se reúnen ante la tumba de su antiguo líder, Abu al-Muhandis, en Najaf. En la página siguiente, un retrato gigante de Moqtada al-Sadr, en su bastión de Sadr City.
Bajo estas líneas, partidarios de las milicias chiítas se reúnen ante la tumba de su antiguo líder, Abu al-Muhandis, en Najaf. En la página siguiente, un retrato gigante de Moqtada al-Sadr, en su bastión de Sadr City. (Laurent PERPIGNA IBAN)

Apenas ha transcurrido un año. En octubre de 2021, los iraquíes acudieron a las urnas en unas elecciones legislativas anticipadas muy esperadas. Lejos de traer cambios, este escrutinio solo trajo un año de bloqueo político total e hizo que la tensión escalase hasta nuevas cotas.

La razón es evidente: las luchas intestinas entre las dos principales fuerzas políticas chiíes del país han llevado a una parálisis casi total del sistema iraquí durante doce meses. La comunidad chií se ve polarizada entre el impredecible Moqtada al-Sadr, que se autoerige en el heraldo del soberanismo iraquí, y el Marco de Coordinación, una coalición de partidos y milicias pro-Irán encabezada por el ex primer ministro Nuri al-Maliki. Dos bloques antagónicos, sedientos de poder y, por lo tanto, irreconciliables.

Durante todo el mes de agosto, estas dos corrientes se enfrentaron con manifestaciones (con sus respectivas contras) en la Zona Verde, barrio ultrasecurizado de Bagdad, donde están instalados los principales poderes. Lo que parecía inevitable acabó ocurriendo la noche del 29 de agosto, cuando el destino de Irak tembló. Los enfrentamientos entre las milicias de ambos bandos causaron varias decenas de muertos. Casi milagrosamente, la calma volvió al cabo de unas horas, pero el problema de fondo persiste. Peor aún, se ha profundizado desde entonces.

Ciudad Sadr: preparada para lo peor

A unos pocos kilómetros al noreste de Bagdad, Ciudad Sadr es barrida por vientos ardientes. En esta inmensa urbe, vertebrada por avenidas rectilíneas y callejones de tierra sobreviven entre la basura, los disparos y los charcos de lodo, más de dos millones de almas. Debido a su larga tradición de marginalidad, la pobreza y la sensación de abandono están presentes en todas sus esquinas.

Sin embargo, la ciudad está lejos de estar desvinculada políticamente: no es casualidad que lleve el nombre de Sadr, en homenaje al padre de Moqtada, religioso chií asesinado por el régimen de Saddam.

Verdadero bastión familiar, decir que está bajo tensión desde los enfrentamientos en el interior de la Zona Verde sería quedarse corto. Aquí, el enemigo tiene un nombre, Hachd al-Chaabi. Esta coalición de cerca de 80 milicias, muy cercanas a la corriente proiraní, fue creada e integrada en las Fuerzas Armadas estatales durante la lucha contra la ocupación territorial de una parte del país por parte del Estado Islámico. Desde entonces, es tan poderosa militar como políticamente. Ante semejante fuerza de ataque, el campo sadrista se organiza. Algunos habitantes confiesan percibir desde hace varias noches detonaciones en los suburbios de la ciudad, son atribuidas a las fuerzas armadas de la corriente sadrista Saraya al-Islam, que se entrenan activamente al abrigo de la vista.

En una cafetería, un ciudadano afín al movimiento de protesta de 2019 informa, con pruebas, de la creación de un gran número de grupos de WhatsApp, donde los seguidores de Al-Sadr «se ponen en contacto y se preparan, por si acaso».

Sajad, de 25 años, es maestro de escuela en Sadr City y partidario de Moqtada al-Sadr. Para él, Al-Sadr es, sin duda, la única esperanza para el país: «Luchó contra los americanos cuando ocupaban Irak, y ahora contra Irán y sus milicias. Sí, es el único político que tiene sangre iraquí en las venas, e incluso nuestros adversarios lo reconocen. Irán es un país vecino, y debe seguir siéndolo. Su intervencionismo en Irak, las milicias y los partidos que este país controla nos destruyen».

Najaf, desgarrada, pero quieta

Vamos al sur, dirección Najaf, ciudad santa considerada «la capital del chiísmo». Con el corazón desgarrado por los dos bloques beligerantes, la ciudad conserva, sin embargo, una quietud totalmente religiosa.

En el santuario de Wadi al-Salam -el cementerio más grande del mundo con al menos cinco millones de tumbas-, decenas de personas desfilan ante la tumba del exlíder de los Hachd al-Chaabi, Abu Mahdi al-Muhandis, muerto durante el ataque estadounidense que costó la vida en enero de 2020 al comandante iraní Qassem Soleimani.

Ante un grupo de personas aún conmovidas, un miliciano jura que su muerte, «que aún no ha sido vengada, lo será algún día». Aquí, la popularidad de las milicias chiítas es muy fuerte, pero el conflicto en curso no parece haber alcanzado el cementerio.

Frente al mausoleo de Mohammad Sadeq al-Sadr, el padre de Moqtada, el ambiente es muy diferente. Los visitantes llevan medallones y retratos de su líder. «Lo defenderemos hasta la muerte. Es más importante que Irak, e incluso que mis padres», afirma Haider, de 22 años.

¿Qué poder tienen las autoridades religiosas?

En el recinto del mausoleo del imán Ali, el fervor se encuentra en su apogeo y los visitantes, provenientes de todo el sur de Irak, se muestran poco dispuestos a hablar de la situación política.

Jabar Ahmoud, de 43 años, vino de Basora con su familia para una visita religiosa. Un viaje que tiene un coste enorme para este padre de diez hijos que, como muchos habitantes de esta ciudad desheredada del sur de Irak, está sin empleo. Porque Basora, que suministra la mayor parte del petróleo iraquí, está hoy devastada por la pobreza. Como resultado, las organizaciones de milicias se han convertido en el primer empleador regional.

En los últimos días se han multiplicado los enfrentamientos armados entre sadristas y Hachd al-Chaabi. «El intercambio de disparos entre las fuerzas instaladas en dos barrios diferentes nos asustó mucho. El peligro es grande, pero creo que el gran ayatollah Al-Sistani y la autoridad religiosa pueden salvarnos y poner orden», explica.

Si bien resulta cierto que la alta autoridad religiosa desempeñó un papel clave en el apaciguamiento de las tensiones el 29 y 30 de agosto pasado, ¿podrá la Marja’iyya contener de forma duradera el acaloramiento entre estas dos corrientes irreconciliables? La institución clerical, que adopta una posición neutral y dominante, no interviene en los asuntos políticos.

Robin Beaumont, doctor en Ciencias Políticas y especialista en el islam político iraquí, explica: «La aplicación de sus prerrogativas solo se hace cuando les conviene a los bloques políticos chiíes en Bagdad, lo que les confiere esa impre- sión de poder. Pero desde el momento en que la Marja’iyya cuestiona las reglas del sistema político tal y como se aplica desde 2003, como los llamamientos al fin de la corrupción o la aplicación de las cuotas étnicas y confesionales, esto nunca se hace. Este posicionamiento supra- partidista les permite conservar la ilusión de ‘fuerza vinculante de los bloques políticos chiíes’, mientras que a lo que de verdad asistimos desde 2003, es, a mi juicio, a la elusión de la autoridad religiosa por parte de los políticos».

¿Qué le espera a Irak?

Sin embargo, el investigador considera que la situación no parece camino de degenerar totalmente, al menos por el momento: «Por el simple hecho de su presencia, Al-Sistani tiene una vocación reguladora. En caso de confrontación, repudiaría a los actores, y eso nadie lo desea».

En un café literario del barrio de Kerrada, en Bagdad, un grupo de jóvenes activistas de la gran ola de protestas que sacudió el país a partir de octubre de 2019 sigue activo y alerta. Los que pedían la caída del régimen y el fin del sistema confesional vieron cómo el movimiento era destruido por la intensa represión -600 muertos, 30.000 heridos- dirigida, sobre todo, por las unidades de Hachd al-Chaabi, pero también por fuerzas sadristas. «Ambos son parte del sistema», afirma Ali, de 31 años. «La única diferencia entre las dos fuerzas es que las decisiones de Al-Sadr provienen de él, no de una potencia extranjera. Todo el mundo sabe que las decisiones de Hachd al-Chaabi provienen de Irán», añade Safaa, de 25 años.

Tal y como muchos sadristas temían, la retirada de los 73 diputados de Moqtada al-Sadr, ordenada por su líder en señal de protesta en el momento más álgido de la crisis, hizo de sus rivales proiraníes la primera fuerza en el Parlamento. Como era de esperar, después de un año de bloqueo, el jueves se eligió a un nuevo presidente, y el papel clave de primer ministro corresponde a Mohamed Chia al-Soudani, una de las figuras del Marco de Coordinación. Al mismo tiempo, nueve cohetes del tipo Katyusha caían en la zona verde, dejando una decena de heridos.

A día de hoy, si bien reina una calma muy relativa en el país, ambas partes parecen eternamente al borde de la confrontación. ¿Que planea realmente Moqtada al-Sadr? De momento, es algo imposible de predecir.

Lo que si que tienen claro en el pequeño grupo de amigos revolucionarios, es que los dos grandes rivales resolverán sus diferencias por medio de las armas. «La única pregunta es cuándo», claman al unísono.