Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad

El desafío de unir dos vertientes de un mismo problema global

La COP15 concluyó con un acuerdo más ambicioso que el que entreveía días antes, cuando la tensión entre bloques apuntaba a un desenlace más descafeinado. Pero lo pactado está sujeto a matices, y los precedentes invitan a la contención. Unai Pascual ha valorado para NAIZ lo que ha salido de Montreal.

Huang Runqiu, ministro de Medio Ambiente chino y presidente de la cumbre, posa junto a Elizabeth Maruma Mremao, secretaria de Biodiversidad de la ONU.
Huang Runqiu, ministro de Medio Ambiente chino y presidente de la cumbre, posa junto a Elizabeth Maruma Mremao, secretaria de Biodiversidad de la ONU. (Lars HAGBERG | AFP)

No sin tensión y tras días de incertidumbre, la Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad dejó el lunes un acuerdo que sobre el papel no deja un mal sabor de boca. «Ha habido desacuerdos y se ha mostrado flexibilidad. Hemos llegado a líneas rojas y finalmente alcanzado muchos compromisos», resumió el presidente de la cumbre, el ministro chino de Medio Ambiente, Huang Runqiu.

A modo de resumen, el Marco Global sobre Biodiversidad establece que los 188 estados participantes se comprometen a proteger el 30% de la superficie del planeta para 2030, así como a eliminar o modificar para esa fecha 500.000 millones de dólares al año en subsidios a actividades que dañan la naturaleza.

Además, se movilizarán al menos 200.000 millones de dólares al año de fondos públicos y privados para que los países en desarrollo puedan preservar la naturaleza, y los desarrollados proporcionarán a las naciones con menos recursos al menos 20.000 millones de dólares al año para 2025 y 30.000 millones de dólares anuales para 2030.

No suena mal, pero la experiencia es un grado, y en este caso aconseja reprimir los aplausos; son muchas las promesas incumplidas en materia medioambiental, tanto en el ámbito de la biodiversidad como en el del cambio climático.

Por ese motivo, NAIZ ha pedido una valoración a Unai Pascual, profesor Ikerbasque en el Basque Center for Climate Change (BC3), autor y coordinador de varios informes del IPBES (Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas) y referencia internacional en biodiversidad. Y en un primer bote, él ve «el semáforo en ámbar; ni verde ni rojo». «Yo no esperaba un acuerdo político potente, porque las cosas no iban bien, los trabajos han ido con retraso y ha habido muchos obstáculos», admite, tratando de equilibrar esas expectativas previas y el resultado final.

Eco muy limitado

Antes de entrar en la materia de lo acordado, Pascual hace un inciso, y lamenta que el reflejo que ha tenido esta cita en los medios ha sido limitado, muy pequeño en comparación, por ejemplo, con las conferencias sobre el cambio climático. «Ha tenido menos eco incluso que la cumbre del clima en Egipto, a pesar de que la COP15 ha sido la más importante de la década, similar a la cumbre del clima de París (2015)», señala Pascual, quien pese a admitir que se ha avanzado mucho en el interés sobre la biodiversidad en los últimos tiempos –«hace diez años casi nadie hablaba de ello»–, todavía no se ha situado en el mismo nivel que la lucha climática.

«A nivel político e institucional son como dos mundos, cada uno va por su lado», expone, y desliza su sospecha de que el peso que ha adquirido el problema del cambio climático quizá esté haciendo de tapón sobre el interés político y mediático en la crisis de la biodiversidad, que es tan o incluso más importante que la del clima. «Al final, las agendas no se pueden duplicar, los recursos de los medios, el número de páginas, son limitados...», apunta en relación a la cobertura mediática, y añade que como resultado «cada vez hay mayor interés medioambiental, pero no se traslada al ámbito de la biodiversidad».

Y a su juicio, es necesario que en la sociedad se cree un imaginario fuerte en torno a ello, como ya ocurre con el clima, porque la presión social es la garante de que lo firmado se vaya a cumplir y que sea suficientemente ambicioso. Esa ausencia es la que le hace ser «un poco pesimista». «Porque sobre el papel se ha llegado a un acuerdo bastante potente, yo esperaba algo más flojo, se han incluido cosas interesantes», pero sin ese imaginario y empuje social «queda todo a la expectativa, en stand-by». Lo dicho, ni rojo ni verde.

Proteger, sí, pero ¿dónde?

Más allá de la necesidad de esa pulsión social, el contenido del acuerdo también está sujeto a una lectura más profunda. Así, ese 30x30 (30% protegido para 2030) abre la puerta a algunas preguntas. Por ejemplo, ¿Dónde?

«Dónde, en dos sentidos», apunta Pascual. Explica que, por un lado, «hay lugares que no tienen apenas riesgo, que los respectivos Gobiernos saben que no van a ser explotados de aquí a 2030; porque no hay proyectos planificados, porque son de difícil acceso... Debería concretarse cuáles son esos lugares, porque si se incluyen en ese 30%, realmente no estaríamos avanzando en la conservación de la biodiversidad».

En este sentido, el científico gasteiztarra indica que en el acuerdo no se especifica, «solo se menciona que hay que preservar el 30% de la superficie del planeta, y claro, ahí queda especificar qué regiones del planeta se van a priorizar para la conservación». Podría concretarse en las negociaciones sobre la implementación de lo que se ha pactado, pero está por ver.

Por otra parte, esa pregunta, «¿dónde?», también es importante porque afecta a las comunidades y pueblos indígenas que habitan esos territorios. Sobre este aspecto, Pascual hace mención de una facción poderosa del conservacionismo que defiende la protección de esos espacios «a cualquier precio», pasando por encima de los derechos de sus habitantes, «sobre todo porque esos lugares están situados en países en vías de desarrollo y esa interpretación de la conservación proviene de gente radicada en los países el Norte Global con reminiscencias neocoloniales».

Según apunta, en la cumbre ha habido un choque entre estos «conservacionistas estrictos» y aquellos colectivos y científicos que insisten en la necesidad de proteger también a las comunidades locales, que en muchas ocasiones han vivido en armonía con su hábitat, y valora que en el texto acordado «se hace un reconocimiento explícito, más que nunca, de los derechos de los Pueblos indígenas». 

«Creo que en el discurso ha habido un avance», concluye, y destaca la inserción de términos como «reconocimiento de los valores múltiples y de la diversidad», y «derechos de los pueblos indígenas», que se mencionan en el trabajo del IPBES que él mismo ha coordinado y presentado este pasado verano, aunque también insiste en la necesidad de estar atento a cómo se gestiona luego este acuerdo político.

Siguiendo con ese objetivo del 30x30, se pregunta en voz alta si va a ser posible cumplirlo, cuando solo quedan siete años, y admite que es difícil saberlo. «Igual que el Acuerdo de París; ¿Se va a conseguir limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados? Parece que no», señala. E insiste: «Entonces, ¿para qué sirve establecer este tipo de objetivos cuantificables? Pues porque hace falta una brújula».

«Si no se definen, quienes tienen el poder tienen más fácil seguir con el greenwashing y mantener el statu quo», apostilla Pascual, que es partidario de fijar estos objetivos cuantitativos a corto plazo.

Echa de menos, además, objetivos medibles sobre las fuentes que causan la pérdida de biodiversidad, «exigir una reducción de x% de un tipo determinado de consumo y de producción, por ejemplo». Sin ello, es imposible fiscalizar los pasos, porque «como el texto es tan general, cada uno lo interpretará como quiera». «Las inconcreciones son grandes, y como no se establecen objetivos cuantitativos sobre los problemas estructurales que hay detrás, te queda un sabor amargo», señala.  

Una sola estructura

Volviendo al inicio de la conversación, a los carriles paralelos del clima y la biodiversidad, Pascual cree que ambos deberían ser parte de una misma agenda. Recuerda, de hecho, que formó parte del primer informe conjunto entre el IPBES y su equivalente climático, el IPCC, que vio la luz en 2021. Un documento donde se indica que la crisis de biodiversidad y del clima hay que entenderlas de forma conjunta debido a sus grandes sinergias.

«La ciencia lo tiene claro, y si las agendas políticas e institucionales tendrán que acabar convergiendo, ¿para qué esperar?», se pregunta, y apuesta por levantar una nueva estructura institucional «para que esa convergencia se dé cuanto antes y en las mejores condiciones posibles».

Al fin y al cabo, recuerda, ambas son «dos vertientes de una misma crisis ecosocial, que se han separado de forma un poco artificial». Frente a ello, considera que «deberíamos mostrar que detrás de las dos crisis hay factores causantes muy parecidos, o directamente los mismos». «En vez de seguir caminos paralelos, cada uno por su lado, habría que poner el foco en los responsables comunes de ambas crisis, para quitarles peso», valora, pero cree que «no hay voluntad para ello». «No hay interés, pues habría que tocar a los agentes que provocan esto», y eso es muy difícil. Y para la Tierra, un gran problema.