Miren, de 10 años, lleva desde los 6 viviendo en un piso de acogida. Sergio, de 14, convive con otros menores de su edad y le encanta el fútbol. Jon, de 4, está en una familia de acogida de urgencia. Lo que más le gusta es jugar con trenes. A Melissa, de 11, le apasiona jugar con muñecas. A Teresa, de 13, le cuesta ponerse al día con los deberes y disfruta estando con sus amigas. Omar, de 12, lleva desde los 8 años en un piso. Le gustaría vivir con una familia, al igual que a sus hermanos. A Fani, de 9, le da un poco de miedo no encajar, pero ansia estar con una familia de acogida.
El pasado 28 de diciembre, la diputada de Políticas Sociales de Gipuzkoa, Maite Peña, junto a Jone Aginagalde y Aitzol Illaramendi, familia de acogida, comparecieron para pedir familias de acogida para estos menores, que llevan demasiado tiempo esperando.
«La urgencia viene porque los propios niños nos lo están demandando. Muchos de estos siete niños tienen hermanos de edades inferiores que están en familias de acogida y a ellos les gustaría estar bajo la guarda de una familia», señala a NAIZ Maitane Mardaras, técnico del departamento de Acogimiento Familiar y Adopción de la Diputación de Gipuzkoa, donde actualmente 73 menores viven en centros asistenciales.
«El hecho de poder ser acogido por una familia le da a ese menor la oportunidad de sentirse menos diferente: poder tener un hogar y un referente seguro y permanente. Aunque en los pisos están bien cuidados y sus necesidades básicas están cubiertas, por su propio funcionamiento puede ocurrir que justo en el momento en que lo necesite ese menor no tenga cerca a su educador. Una familia de acogida le ofrece ese sentimiento de incondicionalidad e individualidad que los centros no pueden darle», añade.
«Lo que buscamos es la mejor familia para ese niño o niña; no importa que viva en la ciudad o un entorno rural, ni cómo esté compuesta la unidad convivencial. Lo que necesitamos es que sea algo decidido y si tiene pareja o hijos biológicos, que sea una decisión compartida por todos. Este aspecto es muy importante para que el acogimiento se desarrolle de forma satisfactoria y que el niño sienta que cuando acude a ese hogar, el proyecto es compartido», enfatiza.
Aceptación de la familia biológica Otra condición indispensable es que la figura acogedora «entienda la situación de estos menores, que respete a su familia de origen y colabore con nosotros a la hora de mantener las visitas con sus padres, hermanos, abuelos... En ningún momento se busca suplantar a la familia de origen; el objetivo es complementarla. Que no vivan con su familia de origen no quiere decir que esos padres biológicos no le puedan ofrecer cariño y no tengan que participar en la vida de estos niños».
«Si no fuera por las personas voluntarias que se ofrecen para ser familias de acogida, no podríamos llevar a cabo el Programa de Acogimiento Familiar, que ya ha cumplido 33 años, y tendríamos que derivar a los niños tutelados por la Diputación a centros asistenciales. Solo tenemos palabras de agradecimiento. Esto funciona porque la población responde. Es un trabajo totalmente altruista y hacen una aportación inmensa a la sociedad. Están ofreciendo su tiempo, su espacio y su vivienda para cuidar de estos menores. Les dan unas bases para que puedan ser adultos felices y satisfechos con su infancia», subraya.
Modalidades de acogimiento
El Programa de Acogimiento Familiar contempla dos modalidades, el acogimiento familiar voluntario que puede ser de urgencia –cuya duración máxima es de seis meses–, temporal –hasta dos años– y permanente.
La acogida temporal está destinada a niños y adolescentes cuyas familias de origen tienen un pronóstico de recuperación «positivo o incierto, aunque con previsión de capacitación con ayuda profesional y de las que se espera que puedan recuperar la tutela de sus hijos o hijas en ese plazo de tiempo».
La permanente, mientras, es «para los casos en los que no existe previsión de retorno a la familia biológica en un plazo inferior de dos años».
Junto al acogimiento familiar voluntario, está el acogimiento especializado, en el que uno de los miembros de la familia acogedora debe de disponer de «cualificación, experiencia y formación específica para desempeñar funciones de protección con niños, niñas y adolescentes con necesidades especiales».
Además de estas modalidades está el programa Izeba que, según explica Mardaras, «ofrece a los niños que viven en centros residenciales experiencias de vida que es difícil que experimenten de otra manera. Les da la posibilidad de ir a un parque de atracciones, al cine... Este programa ofrece la posibilidad de que una persona que viva en Gipuzkoa y quiera dedicar su tiempo libre a un menor tutelado lo pueda hacer dependiendo de la disponibilidad de cada uno. Tenemos experiencias de personas que quedan con el menor semanalmente y el fin de semana se lo lleva, por ejemplo, al aquarium».