A pocos días de las elecciones, todo está abierto en Catalunya. Así lo indican las encuestas. ERC, que nuevamente presenta el mayor número de listas, no parece ser capaz de rentabilizar su gestión en la Generalitat, pues más allá de retener algunas ciudades, la carta de Ernest Maragall para revalidar su victoria en Barcelona no ha suscitado el entusiasmo esperado.
Tampoco JxCat lo tiene fácil este 28M. Muy debilitada tras su retirada del Govern de Pere Aragonès, la apuesta por Xavier Trias, a quien el partido de Laura Borràs convenció con el fin de recuperar la alcaldía de la capital, ha ido perdiendo fuelle a medida que el debate ha entrado en el terreno de las propuestas.
Quien mayor partido puede sacar de este escenario es el PSC, que en los últimos meses ha cogido centralidad en el tablero político catalán. No solo desde la Moncloa; gracias a la habilidad de Salvador Illa ha logrado situarse como la ‘oposición responsable’, ya sea permitiendo que ERC sacara adelante sus presupuestos, como pilotando, de la mano de JxCat, la Diputació de Barcelona, la segunda institución con más recursos. Su presidenta, la socialista y alcaldesa de L’Hospitalet, Núria Marín, encarna como nadie el poder del PSC en esta zona del país.
Si a ello añadimos que su cabeza de lista en la capital, Jaume Collboni, hace tiempo que va tomando posiciones, las expectativas de cosechar un buen resultado parecen más cerca que nunca. Sobre todo teniendo en cuenta el apoyo que su candidatura ha recibido de los sectores que manejan el turismo y los grandes negocios en la capital catalana.
Al margen de esta dinámica, tampoco hay que descartar a Ada Colau, que gracias al desgaste de las fuerzas soberanistas y aupada por la flamante Yolanda Díaz, ha ido recuperando terreno. Al menos, así lo reflejan los sondeos, según los cuales, el pragmatismo de su discurso y el éxito que han tenido sus recetas para pacificar la ciudad, pueden catapultarla de nuevo a la alcaldía e iniciar su tercer mandato consecutivo.
Todo dependerá de si mantiene este perfil hasta el día 28 y convence a aquella ciudadanía que recela del dominio que los socialistas ejercen sobre la mayoría de ayuntamientos del área metropolitana.
La independencia, fuera de la ecuación
En líneas generales, la contienda ha puesto a debate los temas más candentes de la actualidad, dejando al margen el conflicto político entre Catalunya y el Estado. Ni ha aparecido en la agenda ni, probablemente, condicionará los resultados, como sí ocurrió hace cuatro años. Igual que tampoco ha cogido relieve el retroceso en el que se encuentra la lengua catalana, hoy sometida a una nueva ofensiva judicial que fuerza a los centros a impartir un 25% de castellano en la escuela obligatoria.
Ninguna de estas cuestiones está mereciendo atención, ni siquiera por parte de los partidos soberanistas, conscientes de que los estudios demoscópicos reflejan otras prioridades: los temas que más preocupan a la ciudadanía se focalizan en la vivienda, la seguridad, el turismo y las infraestructuras.
Estas son las coordenadas que acaparan los debates entre candidatos en un contexto de crisis que les exige dar respuestas plausibles. Muy en particular para resolver el encarecimiento de los alquileres, el aumento de los hurtos en las grandes ciudades catalanas, el impacto que acarrea el cambio climático y la masificación turística o, en materia de transportes, las numerosas incidencias que se registran diariamente en la red de trenes de cercanías.
Igualmente, pero ya en un segundo plano, han irrumpido temas tan relevantes como el proyecto de ampliación del puerto y el aeropuerto de Barcelona, la propuesta de una Renta Básica Universal o la oportunidad de sacar adelante los Juegos Olímpicos de Invierno o el parque de ocio Hard Rock de Tarragona, para el cual la Generalitat ya ha autorizado el inicio de las obras.
Cuestión de modelos
La lucha por la soberanía, pues, ha quedado eclipsada por la realpolitik, hasta el punto de que ningún partido ha sacado a relucir el derecho a decidir o lo que supuso para buena parte del independentismo el referéndum de 2017, en cuya celebración los municipios tuvieron un papel determinante.
Las únicas apelaciones al 1-O han venido de la Assamblea Nacional Catalana (ANC) o del grupo Desobediencia Civil, que mediante encarteladas en las sedes de ERC, JxCat y la CUP, ha querido presionar a estas fuerzas para que incluyan la independencia entre sus promesas.
Como máximo, el soberanismo se ha limitado a demandar la transferencia de las grandes infraestructuras, denunciar el déficit de inversiones que el Estado adeuda a Catalunya y, junto al resto de fuerzas políticas, debatir sobre las propuestas que plantean a escala local: mientras las izquierdas se muestran comprometidas con la transición ecológica, la limitación de los precios de la vivienda o el decrecimiento turístico, las fuerzas conservadoras insisten en incrementar el turismo, las inversiones y promover cualquier acontecimiento que pueda reforzar la ‘Marca Barcelona’.
A este tipo de debate se han añadido, como era previsible, las advertencias que cada partido lanza sobre sus adversarios. Así, mientras ERC avisa del peligro de que vuelva la ‘sociovergencia’, en alusión a los pactos entre PSC y la antigua Convergència i Unió que gobernaron el mapa político catalán durante varias décadas, JxCat insinúa que, si ganan las izquierdas, Catalunya quedará subordinada definitivamente a un tripartito capitaneado por los socialistas, como ya ocurrió en los tiempos de Pasqual Maragall y José Montilla. En esta campaña, cada quien azuza sus fantasmas.
También los Comunes han recurrido a su habitual mantra de proclamar que, sin la alcaldía de Barcelona y la presencia en los grandes ayuntamientos, Catalunya perderá los logros obtenidos los últimos años. Por último, en el caso de la CUP, la formación ha recuperado el lema ‘La alternativa necessària’ para presentarse como la única fuerza capaz de combatir el fascismo, las elites extractivas y la gentrificación que experimentan los barrios obreros del país.
A estas alturas, y a la espera de que llegue el día 28, todos los partidos hacen cábalas sobre el cuadro político que pueda salir de los comicios. Muy especialmente sobre lo que ocurra en Barcelona, cuya repercusión transcenderá al conjunto de la política catalana y afectará a las mayorías que se puedan articular en el Estado a corto o medio plazo.