El aroma de la tradición persiste en el ‘pueblo de las rosas’ de Líbano
La rosa de Damasco da para mucho, aunque la temporada dura unas pocas semanas. Atractiva por su aroma y presencia, con ella se hacen aceites esenciales, cosméticos, dulces, perfumes o la popular agua de rosas.
En una suave pendiente con vistas al valle de Bekaa, en Líbano, los aldeanos se abren camino a través de terrazas salpicadas de rosas, recolectando esas flores perfumadas de Damasco que se utilizan para aceites esenciales, dulces y cosméticos. La cosecha de rosas «te da un poco de esperanza, embellece las cosas, te calma, te da fuerzas para continuar», dice Leila al-Dirani, mientras recoge las flores de la tierra de su familia en el pueblo de Qsarnaba.
Con una bolsa atada alrededor de su cintura y sus manos raspando las espinas, esta mujer de 64 años arranca los pequeños capullos de sus arbustos mientras su rico y embriagador aroma se esparce por la colina. El aceite derivado de la famosa rosa de Damasco, llamada así por la antigua ciudad de Damasco ubicada justo al otro lado de la cordillera que separa Líbano de Siria, es un elemento básico para los perfumistas.
Los expertos confían en las propiedades terapéuticas de la flor para combatir infecciones y en su efecto relajante, mientras que el agua de rosas se usa en todo el Medio Oriente como bebida refrescante, en dulces como delicias turcas y para perfumar mezquitas e incluso para dar suerte en las bodas.
Después de una mañana recolectando este tipo de flores, los trabajadores de Qsarnaba dejan sus fragantes bultos en un almacén del pueblo donde se les paga en función de su cosecha.
En las instalaciones alfombradas con pétalos de rosa, Zahraa Sayed Ahmed, cuyo primer nombre significa “flor”, compra las materias primas para producir su agua de rosas, jarabe, té y mermelada.
Hace unos cuatro años, instaló un pequeño taller en su casa, usando un alambique de metal tradicional que «pertenecía a mi abuelo», señala Sayed Ahmed, de 37 años de edad.
Las rosas ayudan a poner comida en la mesa
Con un kilo de pétalos de rosa, asegura que puede hacer hasta medio litro de agua de rosas. Además, también embotella y etiqueta a mano su modesta producción, poniéndola a la venta de forma limitada a nivel local.
«La producción de agua de rosas es parte de nuestro patrimonio», afirma Sayed Ahmed. «En todos los hogares de Qsarnaba hay un alambique, aunque sea uno pequeño».
La temporada de rosas solo dura unas pocas semanas, pero es una época muy ocupada para los residentes de Qsarnaba. «Este año es el primero que no trajimos trabajadores para que nos ayuden porque la producción es baja y no podíamos pagarles», admite, por su parte, Hassan al-Dirani, quien ha estado recogiendo las flores junto a su madre, Leila.
Desde finales de 2019, Líbano ha estado lidiando con una devastadora crisis económica que ha provocado el colapso de la moneda local y ha empujado a la mayoría de la población a la pobreza.
«La cosecha de rosas y todas las demás cosechas han perdido alrededor del 80 por ciento de su valor debido a la crisis económica», lamenta el funcionario local Daher al-Dirani, que proviene de una familia muy extensa, la más grande de Qsarnaba. «Pero las rosas ayudan a la gente a poner comida en la mesa», agrega.
Exportada desde Siria a Europa durante siglos desde la época de las Cruzadas, la antigua rosa de Damasco también se cultiva en países como Marruecos, Irán, Turquía y el Estado francés.
«Nuestra aldea produce la mayor cantidad de rosas de todas las aldeas de Líbano» y más de la mitad del agua de rosas del país, afirma Sayed Ahmed con orgullo, mientras el aroma cautivador permanece en el aire. «Qsarnaba es el pueblo de las rosas».