Alessandro Ruta

Un día cualquiera en la Venecia «en peligro»

El agobio del turismo masivo; gondoleros que manejan muchos billetes sin dar recibos, colas para tomarse un helado en calles bloqueadas por el flujo de la gente, auxiliares que te invitan a no sentarte en Piazza San Marco... Bienvenidos a la locura.

Turistas franceses, de fiesta en uno de los puentes sobre los canales venecianos.
Turistas franceses, de fiesta en uno de los puentes sobre los canales venecianos. (AFP)

Venecia está en peligro. La Unesco lo ha afirmado una y otra vez, por activa y por pasiva; y los venecianos se lo agradecen, pero la realidad es que siguen ahogados por la presencia masiva de turistas y el agobio que provoca.

Ya en 2013 un documental aparecido luego en Netflix, ‘I love Venice’, denunciaba la situación que por aquel entonces empezaba a resultar insostenible. Y todo ha empeorado en la última década con 13 millones de personas que, según los datos oficiales, han visitado Venecia en 2022. Divididas por día hacen más o menos 36.000 cada 24 horas, 25 entrando cada minuto, día y noche.

13 millones de visitantes, 36.000 cada 24 horas, 25 por minuto, suponen un infierno en una ciudad de 50.000 habitantes. El «marcaturistas» lo acredita

 

En una metrópoli todo esto quizás quedaría bastante diluido, pero en una ciudad de 50.000 habitantes supone un infierno. En ‘I love Venice’ había unos cuantos testimonios de gente del centro histórico quejándose no solo del flujo masivo de turistas, sino también de la fuga ciudadana hacia urbanizaciones como Mestre o Marghera y el inevitable crecimiento de pisos turísticos para alquileres breves o largos. Una de las escenas más impactantes del documental era el «marcaturistas», una pantalla donde se veía cada segundo subir el número de la gente que se registraba en un hotel o albergue.

Para la Unesco, a partir de este agosto de 2023 Venecia, una de las ciudades más conocidas y reconocibles en el mundo, se encuentra «en riesgo». La culpa es del turismo, sumado al cambio climático, que podría convertirse en una trampa mortal.
De hecho, ser el escenario de unas cuantas manifestaciones culturales tampoco ayuda: están el festival de cine, la Biennale de Arquitectura, los conciertos en el teatro La Fenice, los estudiantes de la Universidad y unas cuantas iniciativas más que aún llenan más la ciudad.

NAIZ ha podido dar una vuelta, un día cualquiera de este verano, por la ciudad de la encantadora Laguna y del León de San Marcos, para tomar las medidas de esta locura cotidiana.

Un punto menos concurrido de la laguna. (Alessandro Ruta)


Contener el río de gente

En estos últimos años muchas ideas se han puesto sobre la mesa para intentar ralentizar un flujo de gente realmente inagotable. La mejor ha sido introducir un «impuesto» de dos euros para entrar en Venecia, aunque imaginarse una ciudad «militarizada» por agentes que piden una o más monedas es bastante difícil.

Además, ¿quién debería pagar? ¿Todos? ¿Los menores también? ¿Con tarjeta, pese a ser una cantidad tan pequeña? ¿Se podrá abonar antes y enseñar un justificante? La tasa añadiría un nuevo desconcierto en un país como Italia donde el caos ya es el mejor amigo de la ciudadanía. Pero cobra fuerza como un remedio que se está planteando también en otros lugares donde la burbuja turística ha tocado hasta el paisaje, como en las Cinque Terre.

Un día cualquiera en Venecia significa entrar sin flotador en una riada de gente de todo tipo: muchísimos extranjeros, alemanes y norteamericanos sobre todo, la mayoría móvil en mano para sacar fotos.

Lo bueno es que estos turistas hacen el mismo recorrido desde Piazzale Roma –es decir, la estación de trenes y puerta de entrada en la ciudad– hasta Piazza San Marco y el Puente de los Suspiros. Luego media vuelta, probablemente con el «vaporetto», el bus acuático (10 euros por viaje, 27 por un día entero, 45 un fin de semana) que pasa por el Canal Grande. Y de ahí, de nuevo al hotel o al piso turístico alquilado por 80-100 euros al día. Queda claro de paso que añadir 2 euros para entrar en la ciudad no cambia nada realmente.

Venecia mima al visitante orientándolo y asesorándole, pero lo maravilloso es perderse

 

Venecia es una ciudad que mima al visitante, no lo deja nunca solo. Por lo menos lo orienta y asesora, incluso cuando los auxiliares turísticos te piden en Plaza San Marco no sentarte en el suelo, aunque estés reventado. Cada dos por tres hay grandes carteles amarillos que indican la dirección del Puente de Rialto o de Plaza San Marco, los dos puntos más atrayentes; en sentido contrario, a Piazzale Roma y el ferrocarril. En algunas esquinas del centro histórico, bastante escondidas, se pueden encontrar también las indicaciones para la Accademia, pero son pocas.

El encanto de la parte de la ciudad más inaccesible. (Alessandro Ruta)

Lo que pasa es que en Venecia resulta maravilloso perderse. Por dos razones: una, sentirse un poco distinto de la masa; y dos, porque en la ciudad hay tesoros escondidos que con un poquitín de publicidad o una campaña en redes sociales adelantarían a los monumentos más conocidos. Es el caso de la zona del Ghetto (el antiguo barrio judío, con los restaurantes kosher, deliciosos y baratos) o el Arsenal, tirando hacia el estadio Sant'Elena.

Este se puede recorrer andando, sin pagar el vaporetto o el taxi, además de la Venecia céntrica; es decir, fuera de las islas como Giudecca, Murano, Burano o Torcello, el triangulo de la maravilla en la laguna, los vidrios inflados a mano (con cada día menos clientes y trabajadores especializados), las casitas coloradas y las iglesias olvidadas.

Encontrar soluciones

La ciudad, sinceramente, puede ser barata. Y el visitante, casi «responsable», hablando en términos de sostenibilidad. Se puede llevar desde casa una botella vacía para llenarla en las fuentes o prepararse un bocadillo, ahorrando por lo menos una docena de euros. Se puede ir en tren y no en coche (en bici no, es imposible).

Claro, esto hay que descubrirlo paso a paso, sin obligar al caminante a sudar en su primer día veneciano. Querrá ver los canales, coger una góndola y pagar otros 100 euros para 40 minutos: es impresionante la cantidad de dinero en efectivo que manejan los gondoleros, con sus trajes de rayas, el gorro de paja... Billetes de 200 euros como gominolas. ¿Y los recibos? Vete a saber.

Los gondoleros manejas billetes de 200 euros como gominolas, pero es posible una visita barata y sostenible

 

De todas formas al turista medio esto habitualmente no le importa. Si es italiano, quizás haya logrado un trato que baja el precio del viaje en góndola. Y si no lo disfruta o le deja indiferente, en el fondo lo importante es decir que ha estado en la mayor atracción de ese gran parque llamado Venecia, igual que en Fuerteventura se ha podido subir a las montañas suizas.

Carteles anunciando en varios idiomas el precio del paseo en góndola. (Alessandro Ruta)

Un parque, Venecia, disfrazado o maquillado de ciudad verdadera, con los pisos y los hoteles. Es posible que nuestro turista medio se pierda muchas cosas mientras hace la cola fuera de una heladería para tomarse un mini-balde de pistacho y limón, bloqueando el flujo de gente. Puede tener a su lado el Museo Guggenheim o el Museo de la Accademia, con obras maestras de Giorgione o de Antonello da Messina, pero nadie se lo ha dicho, ni el día antes ni el día después de la alarma de la Unesco.

Pesar menos en la economía inmaterial de Venecia debería ser el objetivo a partir de ahora. Una toma de conciencia. Porque muy pocos sitios en el mundo acumulan una historia tal: casi como Roma, aunque esta sea mil veces más grande. Es curioso también pensar que durante los 13 siglos de la República, hasta 1797, la oligarquía del poder veneciano estaba formada por familias discretas, que no se hacían notar. Todo lo contrario de como es ahora la ciudad, donde las primeras personas que encuentras fuera de la estación de trenes ya chillan.

Los cruceros desde los que se ve Venecia en miniatura amenazan con provocar un terremoto en los palafitos que sujetan la ciudad

 

Cuando se ve un crucero casi en el Canal Grande, con estos monstruos de miles de toneladas que amenazan con provocar como un terremoto en los palafitos que sujetan la ciudad, ¿cómo no se puede ver el daño a la humanidad? Lo escribo después de haber hecho el recorrido, por trabajo, desde el punto de vista del pasajero; desde el puente del barco se ve a Venecia en miniatura, a una escala no real, antes de entrar en la laguna. Afortunadamente este problema parece haberse resuelto, pero en el pasado cada semana un crucero salía de allí.

Uno de los cruceros que asaltan la ciudad. (AFP)
 

La verdad es que esta obra maestra del genio local, un lugar que tiene miles de imitaciones y de apodos que la evocan, no está en peligro: desgraciadamente, está ya al borde del precipicio. Su carácter único es también su condena. Cuando se hunda definitivamente, esperemos que lo más tarde posible, las reacciones serán las mismas de siempre; el luto del día después.

Para Venecia, una ciudad que a través de su historia ha transformado la decadencia en estilo de vida, quizás sea un destino previsible. Y no habrá la oportunidad de salvarse como hizo la República, ni de encontrar «colonias» como en Croacia, Albania o, más cerca, tipo Verona.