La definición que aparece en el diccionario de «virtuoso», en su cuarta acepción dice: «Dicho de un artista, que domina de modo extraordinario la técnica de su instrumento». Y, efectivamente, la definición no se puede ajustar mejor a cada uno de los trece jóvenes que este sábado formaban el grupo de «los virtuosos de Mutter» –la traducción de Mutter’s Virtuosi, que es como la violinista hace llamar al grupo de becarios y exalumnos que la acompañan, y que suena un poco a título de película de Tarantino–.
Anne-Sophie Mutter comenzó el proyecto de este pequeño ensemble en 2011 con intención de que los alumnos becados por su fundación fueran experimentando en primera persona el día a día de la vida profesional y, de paso, darlos a conocer a las audiencias de todo el mundo porque, ciertamente, estos jóvenes intérpretes tienen unas cualidades excepcionales que merece la pena detenerse a apreciar.
Obviamente, bien sean alumnos becados actualmente o bien hayan terminado ya su formación, los componentes de esta agrupación han sido minuciosamente escogidos por la violinista para, como hizo Karajan con ella en su momento, prohijarlos, educarlos, guiarlos en sus carreras y ayudarles económicamente a desarrollarlas. En contrapartida, ellos y ellas tocaron con estilo, carácter, energía a raudales, una técnica excelente y un abanico dinámico envidiable, que lo mismo abarcaba unos pianísimos extremadamente delicados que unos tutti rotundos, plenos y cálidos.
En cuanto a ella, que Anne-Sophie Mutter es una violinista extraordinaria está fuera de discusión, con una carrera fabulosa de grandes éxitos y más de 45 años sobre los escenarios, y así lo demostró con un sonido amplio, redondo y con mucho cuerpo, que los jóvenes, pese a su gran desempeño, no consiguieron emular.
Ahora bien, aunque es evidente que la merecida protagonista es ella, todo el espectáculo desprendió un cierto tufillo a Juan Palomo. Es decir, obras de relevancia relativa o bien de mayor virtuosismo pero de repertorio, un constante –y muy poco repartido– papel protagónico, un ensemble de estudiantes que difícilmente pueden llegar a ensombrecer la actuación de la diva y que con estos conciertos «formativos» están contribuyendo a pagarse su propias becas…
Todo, desde el look a la moda barbiecore hasta la elección de las propinas –excesivas y manidas–, pasando por programar una obra compuesta por su exmarido, todo pareció estar perfecta y premeditadamente escogido para, como dice un conocido texto litúrgico, alabanza y gloria de su nombre.
Sea como fuere, Anne-Sophie Mutter, a sus 60 años, no tiene nada que demostrar como violinista salvo, quizá, la notable labor de su fundación formando los virtuosos del mañana.