La maravilla de no estar de acuerdo
Una de las salas de proyección más grandes. La presencia de director, actores y productores del filme, que se levantan a saludar antes de la proyección. Trajes de gala, gran telón, aplausos sentidos. Emoción por la exclusiva oportunidad de reunión entre creadores y público, de entrega en mano de lo creado, sin intermediarios.
Pasa una hora y media y una cantidad notable de personas empieza a irse de la sala, como un incómodo pero sentido goteo. Termina la película entre vítores y abandonos. Los autores, vuelven a saludar, pero con otro talante más comedido.
Y en ese momento todos notamos entonces que el cine es un acto de comunicación humana viva, con espectadores que se dejan impregnar y actúan, por dentro o por fuera, a favor o en contra…El acto en sí de mostrar la película y las reacciones que produce el contenido, nos recuerda que reaccionamos, más que a la vida en sí, a las historias que vemos en nuestra cabeza al presenciar la vida (en este caso en forma de película). Es un misterio saber por qué una película asombra y repele a partes iguales, y tiene valor no violentar ese misterio. Es fácil, sin embargo, como en la vida, matar el misterio con argumentos simples, propios, como si uno estuviera fuera de la discusión. Y cuanto más nos empeñamos en saber a ciencia cierta y defender los porqués de esta bondad o esta repulsa, menor es la franja de interés, de aprendizaje, que nos dejamos a nosotros mismos.
El cine, el arte, todavía nos da la oportunidad de arriesgarnos a que la vida (en forma de película, como decía), nos cambie, y encima, con la oportunidad de hacerlo sin arriesgar más que nuestro tiempo durante la proyección. Y quizá esa comodidad nos permita preservar la maravilla de aprender del desacuerdo, de limitar la omnipotencia de las opiniones.
Más allá del resultado, la oportunidad es importante.