Qui parle basque?
‘BIZKARSORO’
Euskal Herria, 2023. 82'. Dirección y guion: Josu Martinez. Producción: Katti Pochelu, Ane Antoñanzas, Hibai Castro Egia. Música: Joserra Senperena. Fotografía: Hibai Castro Egia. Sonido: Xanti Salvador, Irazabal Paul, Unai Gimenez, Andrea Saenz, Julen Valmaseda.
En su alternancia entre el documental y la ficción, el bilbaino Josu Martinez parece haber encontrado en ‘Bizkarsoro’ un interesante punto intermedio en el que, además de rememorar su corto ‘Anti’ (2019), tiene como referente literario más cercano la novela de Bernardo Atxaga ‘Obabakoak’. Sobre todo en lo relativo a escenificar una serie de historias en un pequeño enclave vasco imaginario.
En esta oportunidad, Martinez ha bautizado su fuente de historias como Bizkarsoro, un pueblo ubicado en Ipar Euskal Herria cuyo pasado queda engarzado en una serie de pequeñas historias verídicas que tienen como nexo común el euskara.
El arranque del filme es conmovedor, entre silencios y penumbra, todo ello acompañado por el tic tac de un gran reloj, descubrimos a una madre que a través de la ventana aguarda el regreso de su hijo. Todo ello se escenifica en 1914, mientras los cañones atruenan en una Europa que sufre su primera gran guerra.
A partir de estas secuencias, la trama nos descubre cómo en Ipar Euskal Herria hablar en euskara también era motivo de castigo. Ajenos a lo que dice ‘La Marsellesa’ en un recibimiento a quienes cayeron en combate o llegaron mutilados, los vecinos de Bizkarsoro optan por una canción propia cuya letra en euskara sí comprenden.
De estos episodios surge el castigo que llegará en forma de profesora que, a través de sus enseñanzas en francés, impedirá que sus pequeños alumnos hablen su verdadero idioma.
Un nuevo salto temporal nos coloca ante la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, cuando algunas buhardillas de Bizkarsoro albergaron de manera clandestina a otros vascos que llegaron de lugares como Iruñea.
Cruzados los 60 y rememorando la primera ikastola que se creó en Arrangoitze, el filme encuentra su brillante eclosión en el año 82, cuando un proyector plasma en las fachadas del pueblo la eclosión cultural en torno al euskara que se simboliza en una celebración de Seaska en la que irrumpen los gendarmes.
El director ha contado con la plena complicidad de los habitantes de un pueblo real para dar forma a otro ficticio mediante un cuidado mosaico de emociones y recuerdos.