Igor Fernández
DESDE LA BUTACA

Eskerrik asko

Kitty Green, directora de ‘The Royal Hotel’, tras la proyección de la película en el Kursaal.
Kitty Green, directora de ‘The Royal Hotel’, tras la proyección de la película en el Kursaal. (Ulises GUTIÉRREZ | ZINEMALDI)

Quien haya estado por la alfombra roja estos días habrá tenido la oportunidad de compartir la presencia de algunas de las personas que hacen posible ese pedacito de arte que cabe en la agenda. Más allá de la mitomanía, estar cerca de Mads Mikkelsen, Jessica Chastain, Claire Denis o Todd Haynes y conectar un instante con su mirada, permite ver algo de la persona detrás del sueño, y el glamour imprescindible para mantener la ilusión cede.

Y surgen, más allá de la fama, los trabajadores de lo humano, dispuestos, dispuestas a encarnar lo que otros no querríamos ni siquiera notar. Y encarnar implica eso, poner su cuerpo, su intimidad, al servicio de esos trances que otros trataríamos de evitar por todos los medios. Pero miramos, nos subimos a sus lágrimas como si fueran propias, a sus miedos y entusiasmos, jugamos con sus dilemas que quedarán en nosotros, en nosotras, pero después volveremos a la seguridad de nuestra rutina, a la tranquilidad de la realidad.

En una sociedad cada vez más reticente a la experiencia directa, cada vez más recluida y estrecha en exploraciones y rupturas con las propias manos, son las imágenes las únicas ventanas al mundo de lo posible. Y justo ahí el cine se convierte en imprescindible y donde miles de actores arriesgan sus seguridades diarias personales –es muy difícil construir una estabilidad en esa profesión–, para darnos a los que miramos cómodamente la oportunidad única de crear un mundo alternativo para nosotros, un futuro alternativo, acercándose lo suficientemente a la experiencia como para descubrir algo real a través de la ilusión. La pasión y obstinación de los profesionales del cine, su precariedad, es también un compromiso con ese velo, y ese sacrificio para preservarlo es, sin duda, un Servicio Público. Uno que usamos pero no reconocemos ni protegemos. ¿Será que lo hacen tan bien que parece que no es ningún esfuerzo?