«¿Qué película quiero hacer y por qué? Intentando ser breve y preciso, contesto: la que se desprende del guion que he escrito; y por pura y simple necesidad», escribe Víctor Erice en la declaración personal que acompaña al dosier de su última película, ‘Cerrar los ojos’. «Bien entendido que ello supone entrar en el terreno de lo conceptual, de la declaración de intenciones –aquí inevitablemente buenas–, de las que, como es sabido, a veces está empedrado el infierno».
Pero ¿por qué debería dar explicaciones un cineasta que ya forma parte integral de nuestra memoria cultural? Pensamos, quizás por ello valga la pena: al fin y al cabo, treinta años han pasado desde que el cineasta de Karrantza estrenara su último largometraje, ‘El sol del membrillo’, en 1992. Son cuarenta desde ‘El sur’ (1983) y cincuenta, si contamos desde ‘El espíritu de la colmena’ (1973). Mucho se ha escrito sobre él, y más se escribirá cuando esta noche recoja el Premio Donostia por su carrera, muy rica (que no prolífica).
El cineasta hoy se encuentra enfrascado en revisar los años que lo han llevado a lo más alto de un podio cultural simbólico, junto con realizadores como Carlos Saura o Luis Buñuel. En ‘Cerrar los ojos’, reflexiona sobre la necesidad y los límites de cualquier retrospectiva: «La ficción que la película va a proponer al espectador gira alrededor de dos temas íntimamente relacionados: la identidad y la memoria». ‘Cerrar los ojos’ hace memoria de dos amigos, que un día ya lejano fueron un actor y un director de cine, y que vienen interpretados por José Coronado y Manolo Solo, respectivamente.
Erice ha recibido galardones en los festivales más importantes del mundo, entre los que figuran la Concha de Oro por ‘El espíritu de la colmena’ (una de las cien mejores películas de la historia según Sight & Sound), así como el Premio de la Crítica y el Premio Especial del Jurado en Cannes por ‘El sol del membrillo’. Sin embargo, la visión del realizador sobre el poder de la imagen en movimiento viene tamizada por la humildad. Las películas son «copias guardadas en su ataúd de latón, lejos de las salas que le vieron nacer» y el cinematógrafo, escribe, «fantasmas de una historia única, socialmente usurpada por el Audiovisual».
Historia del cine en sí mismo, dice volcarse aún por completo en sus creaciones: «Como se da la circunstancia de que he trabajado en el guion de todas mis películas, cabe pensar que el tema tiene que ver con mis preocupaciones o intereses vitales más íntimos, los propios de una poética de la experiencia del cine». Lo llamamos vivir el cine y gracias al cine.