Un niño más: Crónica de la limpieza étnica en Cisjordania
«No somos números», reza un cartel colgado en la céntrica plaza de Al-Manara en Ramallah, sede del Gobierno de la Autoridad Palestina, que gobierna la zona A de la Cisjordania ocupada. La zona B y la C están bajo control de las fuerzas de ocupación israelíes y rodeadas de asentamientos de colonos.
Desde el 7 de octubre, cuando Hamas rompió la valla que mantiene encerrada a la población gazatí hace más de 16 años y realizó un ataque armado en territorio israelí matando a 1.400 personas, entre ellas mujeres y niños, la violencia contra la población palestina en Cisjordania –donde los islamistas no gobiernan– ha ido en aumento.
En el cartel que cuelga en la plaza están las caras de los 33 menores muertos desde el 7 de octubre en Cisjordania, que se suman a los casi 150 palestinos muertos por la represión de las fuerzas israelíes en aldeas, pueblos y ciudades desde Belén a Yenín en la Cisjordania ocupada.
El 1 de noviembre se declaró, por parte de diferentes organizaciones palestinas en Cisjordania, un paro para protestar por el bombardeo israelí al campo de refugiados de Yabalia, en la sitiada franja de Gaza. Según fuentes del Ministerio de Salud en Gaza, cerca de 400 personas murieron en el ataque.
En el puesto de control de Kalandia, una especie de frontera entre Israel y los territorios palestinos ocupados, no hay gente cruzando. Algunas vías que conectan al puesto de control están cortadas con contenedores de basura, la mayoría de los comercios permanecieron cerrados en Ramallah.
Centenares de personas, la mayoría adolescentes, niñas y niños, se reúnen en la plaza para protestar contra de la agresión israelí en la Franja. Pancartas con imágenes gráficas de los cuerpos de niños y niñas masacradas en Gaza eran cargadas por otros niños y niñas palestinas.
Los cánticos de los manifestantes exigen el fin de los ataques, pero también hay voces que piden venganza y llamadas a la violencia. Un octogenario palestino que mira el paso de la marcha constata que «los chavales se están radicalizando» y no ve con buenos ojos una deriva que podría llevar a la profusión de discursos violentos y sectarios.
En Ramallah, la ANP, establecida en 1994 con los acuerdos de Oslo como el órgano gobernante en Cisjordania y la franja de Gaza, y dominada por el partido secular de Fatah, pierde el poco ascendiente que le quedaba entre la gente.
Un joven de unos 30 años asegura que «la única resistencia real está en Gaza, aquí (Cisjordania) estamos indefensos».
El ministro de Seguridad israelí, el colono ultrasionista Ben Gvir, ha adquirido más de 10.000 fusiles de asalto para armar a los suyos. Él personalmente se las entregó. Esta política se ha traducido obviamente en un incremento de la violencia contra los palestinos, más de 130 muertos, 2.000 heridos y el objetivo final: el despojo de tierras a más de un millar de palestinos desplazados forzosamente estos días de sus tierras en Cisjordania.
La movilidad de los palestinos está restringida por una creciente presión en los puestos de control y en las vías que conectan los diferentes pueblos y ciudades dentro de Cisjordania y por el miedo a los colonos armados que rodean a las poblaciones palestinas.
Las incursiones del Ejército israelí en poblaciones palestinas aumentan día a día para arrestar a palestinos y/o destruir infraestructuras. Normalmente, con el amparo de la noche. Hace días, mató a un adolescente de 14 años junto a otro hombre de 24 durante una incursión que dejó heridos en las cercanías de Ramallah, en el poblado de Al-Bireh.
El cuerpo del menor fue trasladado al Hospital de Ramallah donde fue declarado muerto. El funeral iba precedido por una procesión por las calles de la ciudad, donde cientos de personas acompañaban el cuerpo de Ayham Mahmud al-Shafi. Mientras atravesaban las calles, los comercios volvían a cerrar. Algunos hombres gritaban a los transeúntes que miraban que se unieran a la procesión, algunas mujeres lloraban, otros niños veían desde los hombros de sus padres el cuerpo del niño pasar.
En uno de los recorridos, el cuerpo inerte del niño pasa por la plaza Al-Manara cerca al cartel que dice «No somos un número». Algo terriblemente grave está pasando cuando los niños asesinados en menos de un mes se vuelven estadística.
Antes de ser llevado al cementerio y enterrado, la procesión para; sus padres, familiares y vecinos besan la cabeza del niño, lloran, gritan y se despiden para siempre de su pequeño.