El tiempo, su falta y su urgencia
Marcar tiempos, como ocurre también con los aniversarios, es una decisión política.
Para la mayoría de los israelíes, el reloj comenzó a correr hace ayer un mes, tras el brutal ataque de Hamas a las localidades alrededor de Gaza. El mayor golpe a Israel desde su fundación, si obviamos sus periódicas guerras con los países árabes, y teniendo en cuenta incluso varios reveses por la implicación militar durante años en Líbano.
Los gazatíes no tuvieron que esperar horas para comenzar a sufrir el más despiadado ataque –y mira que los ha habido– de su dramática historia desde la Nakba (Catástrofe) de 1948. Un ataque por tierra, mar y aire que no cesa ni repara en costes para la población civil y que se ha extendido, de la mano de pogromos judíos e incursiones israelíes, contra los palestinos de Cisjordania.
Unos y otros, y sus apoyos y rivales internacionales, fijan una u otra fecha en una sorda carrera hacia atrás en el tiempo. Los palestinos ponen el dedo en la fecha de creación del Estado de Israel hace 75 años. Los israelíes marcan el Holocausto (Shoah) y los precedentes siglos de persecución antisemita en Europa. Tampoco olvidan el hostigamiento que sufrieron de la mano de la población entonces mayoritariamente árabe en la primera mitad del siglo XX por su desembarco en masa.
Ya en clave religiosa, los islamistas palestinos sacralizan como su tercer lugar santo la mezquita Al Aqsa en Jerusalén, desde donde, aseguran, Mahoma ascendió temporalmente al cielo allá por el año 621, un año antes del inicio del calendario musulmán (la Hegira o huida del profeta de la Meca a Medina).
Los judíos religiosos lloran las dos destrucciones del templo de Jerusalén, el del rey Salomón, en el 587 a.C. por el rey babilonio Nabucodonosor, y el de Herodes en el 70 d.C por las legiones romanas al mando de Tito, sucesos ambos que habrían marcado el inicio del primer y segundo éxodos judíos.
De vuelta de dramas y guerras bíblicas entre tribus y clanes (judíos, filisteos...), el problema es que ni palestinos ni israelíes tienen tiempo.
Los palestinos, tanto los que huyeron como los que se quedaron, fueron apeados de él por Israel y por la siempre interesada e hipócrita posición de los regímenes árabes.
Los gazatíes miden el que les queda por el alcance de las bombas que caen sobre ellos. Y por la presión, extensible a los cisjordanos, para que afronten un segundo éxodo, ¿hacia el Sinaí, hacia, otra vez, la saturada Jordania?
La deriva de Israel, de la mano de un Netanyahu que ha entregado el país a la insaciable voracidad de los colonos y al milenarismo de los rabinos ortodoxos, no deja margen a ciudadanos, que los hay, sabedores de que tiene que haber una manera de convivir, para que salgan del círculo infernal de venganza que tiene ahora en el punto de mira a Hamas.
Marcar tiempos es una decisión que muchas veces conduce a quien lo hace a quedarse sin él e imposibilita cualquier solución política.
Pocas dudas hay de que Gaza no volverá a ser la misma. Tampoco nada será igual en Israel tras el 7 de octubre. Se le fue el tiempo.
Los únicos que lo tienen, lo tenemos, somos nosotros y nuestra presión, por impotente que parezca, para exigir a nuestros gobernantes que es tiempo, ¡ya!, para forzar un alto el fuego. Que ya no es tiempo de ¿pausas? humanitarias.
Lo urgente es detener esta matanza. Tiempo habrá para decidir cuál es el futuro de Hamas y el destino de su dirigencia militar y política (a no ser que ya hubieran decidido su martirio para ir al paraíso).
Tiempo habrá para que Israel ajuste cuentas, que sin duda lo hará, con Natanyahu y su torpe, egoísta y suicida huida hacia adelante.
Tiempo habrá, si me apuran, para que EEUU e Israel cometan el enésimo error de convertir Gaza en una Cisjordania 2, utilizando a la denostada y corrupta ANP de cortafuegos de su propia población.
Pero hoy es hora ya de parar. De detener el tiempo. De congelar las bombas y cohetes en el cielo, los tanques en los surcos, los lanza-granadas anticarro y las balas en el aire que sale de los túneles.
En recuerdo-¿homenaje? a los 1.400 israelíes y a los más de 10.000 palestinos –4.000 de ellos menores– muertos en un mes. Para ellos se fue el tiempo. No hay marcha atrás.
Para que los suyos tengan, siquiera, tiempo para llorarles.
Y tiempo para nosotros, que no nos damos cuenta, aunque fuera egoístamente, de que lo estamos perdiendo, en Oriente Medio, en Ucrania, en el mar de China meridional, en África... a manos llenas.