El tristemente acostumbrado doble fallecimiento, el biológico y el de la invisibilidad popular, al que han sido sometidas muchas mujeres en el ámbito creativo, en el caso de Lucia Berlin adquiere un carácter especialmente oneroso. Desconocida hasta el lanzamiento, diez años después de su muerte, de ‘Manual para mujeres de la limpieza’, una compilación de relatos convertida en ‘best seller’ que tuvo su continuación en ‘Una noche en el paraíso’, dicho anonimato se ha revelado como el auténtico latrocinio de una escritora excelente, obsequiada con ese don para vestir de hondura humana la síntesis gramatical, pudiendo sumar su nombre al de ilustres representantes como Raymond Carver o Lorrie Moore.
Auspiciada por su propio hijo, Jeff, la bibliografía sobre su renacimiento se cierra, hasta el momento, con ‘Una nueva vida’ (Alfaguara, 2023), una obra de carácter completista en torno a su figura, gracias a un contenido que incluye diarios de viaje, con los que traza diversas coordenadas de su periplo, como artículos periodísticos o breves ensayos acerca del hecho creativo, en su caso inseparable a sus episodios biográficos.
Una historia particular atravesada por el sufrimiento desde sus albores, condenada a un nomadismo derivado de la ocupación de su padre como ingeniero de minas y a una relación maternal dictada por el alcoholismo, adicción que de alguna manera acabaría heredando, y desprovista de cualquier lazo afectivo.
La vida hecha letra
Más allá de la inmersión en el ámbito íntimo que acometen estas páginas, su naturaleza incide en desplegar el rotundo talento artístico que volcó ya desde sus iniciáticos –e inéditos hasta el momento– relatos.
Un fulgurante estreno, con tan solo 21 años, titulado ‘Manzanas’ y que engloba buena parte de su magistral condición, capaz de valerse de la anécdota sobre una peculiar anciana para trasladarla hasta su propia realidad, la de una mujer abandonada, circunstancia sobre la que insistiría en su continuador, ‘Las aves del templo’.
Categóricos esbozos de una carrera que disimulaba bajo una aparente sencillez el simbolismo suficiente para conjugar su empatía por un muestrario de personajes, condenados a la bruma del olvido, entre los que destaca uno: la propia Lucia Berlin.
Y es que pasar las hojas de sus escritos es conocer su propia existencia, resultando cada uno de sus títulos episodios de una cartografía existencial dominada por pasajes trágicos. Algunos, como ‘Del gozo al pozo’, tratados con tal elegancia que son capaces de girar con disimulo el foco central, aparentemente guiado al discurrir cotidiano en México mientras cuidaba de su hermana enferma de cáncer, para iluminar al particular y ‘quijotesco’ chófer que les acompañaba.
Su paso por las clínicas de desintoxicación, y su estremecedor microuniverso, tampoco es eludido ni por supuesto su experiencia en trabajos precarios, que muda por medio de ‘Centralita’ en un ejercicio original y sobresaliente a la hora de retratar ese indómito mercado laboral donde el único dogma moral es la supervivencia.
William Faulkner dijo que los que pueden, actúan, y los que no, y sufren por ello, escriben. Pero se olvidó de que hay personas, como Lucia Berlin, que recurren a la hoja en blanco porque han vivido mucho, incluso demasiado, tanto que la única manera de aguantar el peso de esos avatares es enfrentarlos a las palabras.
La estadounidense esculpió sobre papel su propia tragedia, exenta de ánimo flagelador ni revanchista, al contrario, arropó a quienes están llamadas a flirtear con el abismo bajo la humanidad que le otorgaba saberse una de ellas.