Bukele «pulveriza» a la oposición y asume un nuevo mandato con el poder absoluto
Nayib Bukele arrasó en las elecciones dejando a la oposición al borde de la extinción. La militarización de las calles y un régimen de excepción le han servido para asumir un segundo mandato en el que promete acabar con el «cáncer» de las pandillas y en el que podrá gobernar a su antojo.
La población de El Salvador quiere cinco años más de Nayib Bukele y lo demostró alto y claro al otorgarle 1,6 millones de votos, con el 70,25% de actas procesadas, mientras que castigó sin piedad a los grupos de oposición. Su rival más directo, Manel El Chino Flores, del partido de izquierdas Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) apenas obtuvo 139.025 votos, seguido del candidato de la formación de derechas Alianza Republicana Nacionalista (Arena), Joel Sánchez (122.926). Estas dos formaciones, que se repartieron el poder durante 30 años desde 1989, comenzaron su debacle en 2019, cuando Bukele rompió el bipartidismo iniciando una nueva era en El Salvador. Fue solo el comienzo. Después vendría la toma de control de la Asamblea Legislativa en el 2021 a través de su partido, Nuevas Ideas, lo que permitió nombrar a un nuevo fiscal general y a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Ya solo bastaba dar el golpe final a una oposición cada vez más debilitada por la pérdida de confianza entre la población, que vio que ni el FMLN ni Arena pusieron fin al grave problema de las pandillas, que han causado decenas de miles de muertos desde los años 90.
Para colmo, ambos partidos fueron salpicados por la corrupción, lo que agravó su cada vez más escaso respaldo ciudadano. En el caso del FMLN, sus dos presidentes que gobernaron El Salvador, Mauricio Funes (2009-2014) y Salvador Sánchez Cerén (2014-2019), se encuentran asilados en Nicaragua para huir de la justicia que los persigue por varios casos de corrupción. Por su parte, quien fuera el último mandatario de Arena en el país centroamericano, Antonio Saca (2004-2009,) se encuentra preso tras ser condenado en 2018 a 10 años de cárcel por el desvío y lavado de más de 300 millones de dólares de las arcas públicas.
Esta situación, sumada a la política de mano dura de Bukele para erradicar de raíz el problema de las pandillas, ha provocado una debacle histórica de la oposición que no tiene visos de mejorar, sino que más bien hace que tanto el FMLN como Arena, estén condenados a desaparecer.
Aunque contabilizadas solo el 5% de las actas para la Asamblea Nacional, Bukele ya ha adelantado que, según sus cálculos, Nuevas Ideas obtendrá 58 de los 60 diputados, por lo que concentrará aún más su poder para seguir prorrogando mensualmente el régimen de excepción, tal como ha hecho ya en 24 ocasiones.
Única esperanza para un país en paz
Ni las denuncias de organizaciones nacionales e internacionales de vulneración de los derechos humanos durante el régimen de excepción, ni la candidatura de Bukele burlando la Constitución que prohíbe la reelección, han hecho mella en una población que vislumbra en él su única esperanza de un país sin el acecho de las maras.
Bukele tenía tan clara su aplastante victoria que salió a las 22.00 al balcón del Palacio Nacional para autoproclamarse vencedor y celebrarlo con miles de personas a pesar de que a esa hora solo se había contabilizado el 31% de las actas. La población avaló en masa su Plan de Control Territorial, puesto en marcha en 2019 y el régimen de excepción, implantado en marzo de 2022, que se ha traducido en una militarización de las calles y en una mayor represión policial, que, sin embargo, es aceptada por la mayoría.
En su discurso, llegó a jactarse de que la oposición quedó «pulverizada» y sin posibilidades de hacerle un mínimo contrapeso en el poder legislativo o judicial. Bukele se quedó solo con su partido tras romper «todos los récords de todas las democracias en toda la historia del mundo».
Previamente, compareció en una rueda de prensa con medios internacionales en la que defendió que esta es «la primera vez en la historia que El Salvador tiene democracia y no lo digo yo, sino el pueblo, que dice que quiere un régimen de excepción y la política de seguridad del presidente».
En este sentido, precisó que «no estamos reemplazando la democracia, sino trayéndola a este país que ha vivido el control de dos élites no solo increíblemente corruptas, sino asesinas, porque mataron al pueblo, se repartieron el país con los acuerdos de paz y se pasaron 30 años entrenando a los pandilleros con dinero público en los campos de tiro para que aprendieran a disparar en la cabeza y en el corazón» en referencia al FMLN y Arena.
Por esta razón, negó que su país sea una «dictadura», como según censuró, publican algunos periodistas que llegan al país «y me ponen como que soy Hitler», mientras «la gente está votando en democracia en unas elecciones libres y con total transparencia».
Varias ONG internacionales denunciaron la «falta de certeza y fallos técnicos en la transmisión de resultados electorales oficiales».
Bukele afrontó la campaña electoral sin ninguna promesa en concreto, ni mítines ni encuentros con la prensa. Toda su política está basada en «superar el cáncer con metástasis que eran las pandillas y que tenían controlado el 85% del país». A partir de ahora, anuncia que «se viene un periodo de prosperidad», si bien aún no da por concluida la erradicación de la Mara Salvatrucha y Barrio 18, motivo por el cual tiene la intención de continuar con el régimen de excepción que tantos réditos políticos le ha dado hasta catapultarlo a una reelección.
La oposición no ha sabido contraponer sus argumentos al plan Bukele que, de momento, sí ha tenido resultados sustanciales en cuanto a la disminución de la inseguridad, hasta el punto de reducir la tasa de homicidios a 2,4 por cada 100.000 habitantes. Ese argumento ha sido irrebatible, teniendo en cuenta que El Salvador «ha pasado de ser el país más peligroso del mundo al más seguro del hemisferio americano». En las calles, la población tiene la misma sensación y todo el mundo coincide en que ahora se puede caminar con tranquilidad sin el miedo a ser asesinados por las pandillas o a sufrir extorsiones en los barrios en los que residen. Incluso las pocas personas que se atreven a tachar de «dictador» a Bukele, reconocen que ha disminuido la inseguridad a costa, eso sí, de derechos y libertades que se han perdido con un régimen de excepción que está llamado a perpetuarse.
El claro vencedor de las elecciones insiste en que «estamos a punto de ganar la guerra contra las pandillas», si bien no concreta a qué se refiere, teniendo en cuenta que aún hay personas libres que forman parte de estos grupos criminales, aunque ya no actúan con la misma impunidad que en el pasado.
El Salvador se convertirá en un país con nula oposición para hacer contrapeso a un mandatario sin la mínima intención de pedir el cese del régimen de excepción.
Bukele ha sabido sacar provecho político a su lucha contra las pandillas mientras hacía oídos sordos a la comunidad internacional, que advertía de que los métodos empleados violan los derechos humanos. En esta línea, indicó que, si ha sido imposible hasta ahora acabar con la violencia de estos grupos, ha sido precisamente por las «recetas» que impusieron gobiernos extranjeros y organismos internacionales que fueron aplicadas por el FMLN y Arena. La población ha demostrado que no quiere un cambio de estrategia para regresar a un pasado en el que no se podía salir a la calle sin riesgo a perder la vida.
Hay voces discordantes, como el medio independiente “El Faro”, que en su último editorial asegura que Bukele «ha inscrito su nombre en una de las peores tradiciones políticas centroamericanas: la del dictador».
Sin embargo, esta apreciación no es mayoritaria en las calles, donde la gente está dispuesta a sacrificar sus libertades por una mayor seguridad, aunque sigue habiendo personas como Patricia Elena que lo tacha de «déspota» por haber instaurado una «dictadura».
Más allá de la seguridad, Bukele tiene otros retos como mejorar la economía en un país sin grandes recursos, lo que provoca que tres de cada diez personas vivan en la pobreza con la única esperanza de emigrar a EEUU en busca de una vida mejor. Su guerra lo opaca todo.