Demasiadas y peligrosas ambigüedades estratégicas en torno a Ucrania
Putin ha advertido a Macron que el envío de tropas de la OTAN a Ucrania podría abrir las puertas a un Armagedón nuclear. El presidente francés justifica su «globo sonda» en nombre de la «ambigüedad estratégica». Una táctica de amagar que tiene una peligrosa inercia.
Tras advertir que la OTAN debería plantearse, siquiera como posibilidad, enviar tropas a Ucrania, el desmarque a coro de prácticamente todos los aliados –a excepción del silencio de Polonia y las Repúblicas Bálticas– obligó al presidente francés, Emmanuel Macron, a matizar sus habitualmente ostentosas declaraciones.
Fuentes diplomáticas galas insisten en situarlas en el marco de la «ambigüedad estratégica», un concepto central de la llamada disuasión nuclear, y que consiste en no descartar ninguna posibilidad para reafirmar, en este caso, el apoyo sin fisuras de Occidente a Ucrania en un momento crítico en el frente de batalla.
El objetivo de Macron sería sortear las líneas rojas en ese apoyo. Líneas que se marcaron desde el inicio de la invasión rusa, y que EEUU y la UE se han ido saltando progresivamente desde entonces y a medida que Kiev elevaba el listón de sus exigencias de armamento, cada vez más sofisticado y pesado, para hacer frente a la superioridad rusa.
París matizó que, en cualquier caso, esas eventuales tropas no entrarían en combate.
Hay precedentes, como el envío por los EEUU de Kennedy de cientos de miles de asesores militares a Vietnam. El desenlace de la aventura bélica estadounidense es de todos conocido.
El debate ha evidenciado el desencuentro entre el presidente francés y el canciller alemán, Olaf Scholz. La diplomacia francesa le ha recordado que, al principio, Berlín limitó su ayuda a Ucrania a unos pocos miles de cascos. La alemana restriega en la cara a París que mucho hablar, pero que no está haciendo honor a su determinación en lo que a ayuda militar se refiere y recuerda que es Berlín el segundo suministrador de esta por detrás de Washington.
Dejando a un lado la trifulca en el seno del eje franco-alemán, volviendo a Macron, ¿estamos ante una de sus «boutades» o ante un globo sonda?
Atendiendo al reciente llamamiento a un «despertar urgente» militar en Europa de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, todo apunta a lo segundo. Más cuando advirtió que «la amenaza de guerra no es inminente, pero no es imposible».
Esta tesis cobra fuerza después de que el jefe del Pentágono, Lloyd Austin, haya asegurado que «si (el presidente ruso, Vladimir) Putin tiene éxito aquí, no parará. Seguirá adoptando más acciones agresivas en la región. Si Ucrania cae, la OTAN estará en una lucha con Rusia», presagia.
Todo ello remite a un lugar común en la mayoría de las cancillerías occidentales. El que alerta de planes de Rusia para extender la guerra más allá de Ucrania en el marco de un expansionismo imperial liderado por el presidente ruso, Vladimir Putin.
El debate sobre si Rusia ha sido y es o no imperialista divide a historiadores y analistas. Los unos apelan al expansionismo soviético con el Pacto de Varsovia, mientras los otros insisten en que Rusia no fue nunca un imperio colonial comparable al británico o al francés, y que la historia de Rusia es la de «un inmenso país que se coloniza a sí mismo».
Eso no quiere decir que no existiera una jerarquía entre los pueblos de Siberia, el Cáucaso y Asia Central, abajo, y los eslavos (rusos, ucranianos, bielorrusos y bálticos conquistados), arriba.
La Rusia zarista instaura una doctrina de unificación de los eslavos ortodoxos que incluye a la Rusia Mayor (la actual Rusia), la Rusia menor o Nueva Rusia (Novorrosia, en la actual Ucrania) y la Rusia Blanca (Bielorrusia).
Lo que no excluye un proceso de rusificación cultural y política y de negativa a reconocer el derecho de Ucrania y Bielorrusia a reivindicarse como naciones.
Ese proceso, en diferentes grados, será emulado por la URSS y lo ha hecho suyo el neozarista Putin. De ahí sus constantes referencias a Novorrosia como parte de Rusia.
Ocurre que este término abarca, en arco, desde Odessa hasta Jarkov, sin olvidar Crimea, el Donbass, Jerson, Zaporoyia e incluso Dnipropetrovsk, tierra natal del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.
¿Aspira Putin, un vez fracasado su intento de imponer un Gobierno títere en Kiev, a todo ese territorio? ¿Qué pasa con Transnistria, enclave ruso y ucraniano pero rusófono en Moldavia? ¿Y con las minorías rusas en el Báltico? ¿O en Asia Central?
Por lo que se ve, no son los aliados los únicos en manejar la ambigüedad estratégica. Putin, ducho además en airear el fantasma de la guerra nuclear, es todo un maestro.