El exciclista Marzio Bruseghin y un ‘Amets’ hecho realidad
Visitamos el agroturismo de Marzio Bruseghin, ganador de dos etapas del Giro (fue tercero en la clasificación general en 2008) y gran amigo de corredores vascos. En la región del Veneto produce un cava especial que lleva nombre euskaldun, Amets, homenaje al vínculo que mantiene con Euskal Herria.
La localidad Vittorio Veneto ocupa un lugar fundamental en la historia de Italia: aquí, el 4 de noviembre de 1918, acabó para el Belpaese la Primera Guerra Mundial con la última batalla ganada al imperio austro-húngaro.
«I resti di quello che fu uno dei piú potenti eserciti del mondo risalgono in disordine e senza speranza le valli che avevano discese con orgogliosa sicurezza» («Los restos del que fue uno de los más poderosos ejércitos del mundo suben desordenados y sin esperanza a los valles desde donde habían bajado con orgullosa confianza»: el boletín de la victoria, proclamado por el general Armando Diaz, napolitano a pesar de tener un apellido español, es un símbolo de pomposidad típico de aquella Italia, y que en realidad choca con la sencillez del municipio que fue escenario de aquella masacre de la Primera Guerra Mundial, en el Veneto práctico y laborioso.
En toda Italia, como recuerdo de la Gran Guerra, hay calles, avenidas o plazas que rememoran el municipio de Vittorio Veneto, de 20.000 habitantes, situado en el norte de la provincia de Treviso, a mitad de camino entre Venecia y las Dolomitas. La más conocida es la Via Vittorio Veneto de Roma, el símbolo de ‘La Dolce Vita’, película de Federico Fellini que en 1960 dio a conocer el lado más mundano y luminoso de la capital italiana, con los paparazzi molestando a los famosos.
«El nombre Amets salió casi natural, porque para mí volver a la tierra tras la etapa ciclista era cumplir un sueño»
Sin embargo a Vittorio Veneto, como ciudad, toda esta publicidad involuntaria no le interesa. Su gente se dedica sobre todo al trabajo de campo, y los fines de semana sale con la bicicleta a dar largas vueltas en las colinas de la zona, atreviéndose quizás a llegar hasta Cortina d'Ampezzo y más allá. El paisaje es sinceramente maravilloso y sobresalen en él los viñedos del cava local, con un nombre que en Italia significa calidad absoluta: el Prosecco. Un vino que se bebe solo o como ingrediente del spritz que, sin duda, hoy en día es el cóctel italiano más famoso en el mundo, con su color naranja y su sabor agridulce.
El caso es que Veneto ha sido y todavía es una impresionante cantera de ciclistas. No todos han sido ganadores, sino que la mayoría han destacado como hombres de equipo y gregarios de lujo que de vez en cuando lograban ser protagonistas de un día glorioso. Gente como Giovanni Battaglin, triunfador en el Giro y en la Vuelta de 1981; Moreno Argentin (campeón del mundo en 1986, cuatro veces ganador de la Liège-Bastogne-Liège y de un Tour de Flandes); o Alessandro Ballan, campeón del mundo en 2008.
Si un apellido italiano acaba en ‘n’, por supuesto que eso significa que la persona procede del Veneto o el Friuli, en el extremo noreste: Battaglin, Ballan, Argentin... o Bruseghin. Así es como llegamos hasta nuestro protagonista: Marzio Bruseghin, el también exciclista que vive en Vittorio Veneto, su pueblo, y que sorprendentemente mantiene una profunda conexión con Euskal Herria.
Especialista en cronos
Los vénetos no son gente que busque publicidad. Tienen un carácter natural extrovertido, eso sí, pero prefieren que hablen por ellos los hechos, la vida misma, incluso a través de cosas materiales, ya sean libros, cuadros... o vinos.
La representación perfecta del Veneto profundo es la zona en torno al río Piave, que desde los Alpes baja hasta el mar Mediterráneo. Un río que cruza entre otras tierras la provincia de Treviso y roza a Vittorio Veneto, y riega los viñedos de Prosecco, un espirituoso que prácticamente cada familia produce para sí misma, aunque en algunos casos llega a comercializarse a otro nivel.
La de los Bruseghin es una de estas familias. Marzio fue corredor profesional durante más de una década. Entre 1997 y 2012 vistió, entre otras la camiseta de Banesto, Fassa Bortolo, Lampre, Caisse d'Epargne y Movistar. Especialista en pruebas de contrarreloj, fue campeón de Italia en 2006 y ganador de dos etapas (dos cronos, obviamente) en el Giro en los años 2007 y 2008, temporada en la que acabó tercero en la general de la corsa rosa, por detrás de Alberto Contador y Riccardo Riccó.
Fue también una pieza fundamental del equipo italiano que entre 2006 y 2008 ganó con Bettini y Ballan el campeonato mundial. Y es que Marzio Bruseghin ejerció además de gregario de lujo: potentes piernas, excelente capacidad de hacer grupo y apoyar a sus líderes, lecciones aprendidas de la tierra. Cabe destacar entre sus mejores amigos y colegas en el peloton a otro nombre propio del ciclismo italiano, sobre todo en las carreras de un día: Filippo Pozzato.
La vida de Bruseghin se desarrolla hoy básicamente en un agroturismo, San Mamán, ubicado en las colinas de Vittorio Veneto, donde cuida un pequeño grupo de burros, produce conservas de mermelada, acoge a los turistas que quieren disfrutar de la comida típica de la zona los fines de semana y sobre todo cultiva uva para luego embotellar Prosecco. El nombre de este vino es inequívocamente euskaldun: se llama ‘Amets’.
Los burros y el Prosecco
«Gora Euskadi, ¿no?», lanza sin titubeos Bruseghin, que se ocupa del negocio familiar junto a su hermana y su madre desde 2012, justo después de haberse retirado del ciclismo. El paso del tiempo no le ha cambiado mucho, tiene un poco más de barba, tatuajes en el brazo... pero se mantiene en forma y es todo un plaza gizon. Destila un carisma innato, como cuando en su época de corredor sus aficionados iban de carrera en carrera llevando gorros con orejas de burro, el animal que se ha convertido en símbolo de Bruseghin.
«Es verdad, muchos me conectan enseguida con los burros. De hecho tengo un buen grupito que pasta aquí –asegura Marzio, con su acento véneto muy fuerte y reconocible–. Mira, estoy tan conectado con estos animales que la gente piensa que estoy dispuesto a acoger, yo que sé, miles de asnos. Hace pocas semanas estuvo comiendo aquí Francesco Moser –leyenda viva del ciclismo–. Pues nada, volvió a casa y al día siguiente recibí una llamada por teléfono –yo no tengo Whatsapp y todas esas brujerías– a las 7.30: ‘Hey Bruse, tengo aquí varias crías de burro, ¿te apetecería acogerlas?’. Era Moser. Tuve que rechazar su oferta», comenta.
Mientras hablamos, nos agasajan con embutidos como aperitivo. Y, con ellos, el Prosecco ‘Amets’. «Cada año producimos unas 40 ó 50.000 botellas de tres variedades. Tenemos cava Extra Dry, más seco, luego el Brut y el vino con burbujas. Todo biológico. Aquí, en San Mamán, se puede comprar o venir a las degustaciones. De todas formas, no hacemos solo Prosecco en nuestro agroturismo: de las 20 hectáreas totales de las que disponemos, un tercio más o menos se destina a la elaboración de vino. Pero también hay castañas y otros productos locales... Al final, la cultura enogastronómica está muy enraizada en la zona».
Las vistas desde San Mamán son impresionantes. Se encuentra a 430 metros de altitud, entre colinas que enmarcan a Vittorio Veneto y al fondo se abren para mostrar las Dolomitas con sus cumbres nevadas. A nuestras espaldas, a pocos kilómetros entre curvas y cuestas, empieza la región de Friuli. Hablando de cuestas, la que lleva al agroturismo de los Bruseghin tiene una pendiente de casi el 20%: «¿La has visto? es durísima, pero cuando llegas, es una gozada. Aunque tampoco es como el Giau (Dolomitas), esa fue la peor subida del mundo que he hecho en bicicleta», bromea Bruseghin, que ayuda también en la cocina cuando no recibe en persona a los clientes.
Patxi Vila y el ciclismo «en la sangre»
La comida y la tarde son extremadamente amenas. Carne guisada de altísima calidad, acompañada por un Amets que fluye fácil, hasta acabar con un pastel de mermelada de frutas del bosque de la zona. Y la pregunta es obligada. ¿Por qué Amets?. «Mi relación con el País Vasco es muy intensa y muy variada. He tenido compañeros de equipo extraordinarios, auténticos amigos. Pondría por encima de todos a Patxi Vila, que es como un hermano para mí. Fue el primero que me abrió el mundo de la cultura vasca cuando estuvimos en Banesto y luego en Lampre. Por mi parte, le enseñé muchos insultos en el idioma véneto que yo sé que utiliza durante las carreras, ahora que es director deportivo (del Bora-Hansgrohe)», bromea.
Bruseghin ha sido muy próximo a todo el entorno del ciclismo euskaldun, desde directores deportivos como Julián Gorospe hasta otros corredores, como los hermanos Osa o Markel Irizar. «La bicicleta tiene allí algo especial: los corredores son muy profesionales y al mismo tiempo capaces de provocar alegría, no sé lo que tienen en las venas, será algo natural, como la sangre. Al final en las carreras solo hay un ganador y el resto se queda sin premio, pero los vascos, a pesar de no triunfar, saben que lo han dado todo y están tranquilos. Son como nosotros en el Veneto. Por eso creo que la gente disfruta con ellos. Los pakistanís tienen el cricket, y los vascos, el ciclismo», compara.
Y pese a no ser compañeros de equipo, los vascos en el pelotón siempre resultan una presencia abundante. «Me acuerdo de aquella generación de fenómenos: Beloki, Zubeldia, Iban Mayo... Y el equipo Euskaltel Euskadi, la ‘naranja mecánica’ ¿no? Han llevado un pueblo entero a las carreras y a la calle, yo iba al Giro y en las curvas de los puertos de montaña había un mar de ikurriñas, parecía que estabas en Urkiola o en Jaizkibel, te animaban a ti también y era algo especial».
«Los vascos son personas orgullosas de sí mismas pero que respetan a todos. Han dado la vuelta al mundo sin creerse mejores que los demás»
Quizás un punto de inflexión en esta relación de amistad con Euskal Herria fue la etapa decimonovena de la Vuelta de 2011, cuando en Bilbo triunfó Igor Anton por delante de Bruseghin. «Todavía se me pone la piel de gallina pensando en aquel día histórico: llegué segundo, es verdad, porque Igor iba mucho más rápido que yo, pero el ambiente fue inmejorable, empezando por la fuga, cuando entramos en Bizkaia desde Cantabria. Pero Igor era un chaval extraordinario, se merecía la Vuelta», asegura.
Sobre los vascos en particular, el punto de vista de Marzio es el siguiente: «Son personas orgullosas de sí mismas pero que respetan a todos. Han dado la vuelta al mundo pero han conservado su identidad afirmando que eran distintos y sin creer que eran mejores que los demás».
Tiene pendiente un viaje para realizar una visita a los viejos amigos: «Es verdad, hace mucho tiempo que no voy, aunque mantengo el contacto con ellos», admite el excorredor. En esa visita tiene claro que llevaría algunas botellas de Amets. «Fue un nombre que salió casi de forma natural, porque para mí volver a la tierra era un sueño hecho realidad, después de tantos años como profesional. Y te digo que además del nombre vasco como base, a nivel de sabor entre el Prosecco y el txakoli de Getaria no se nota mucho la diferencia. Claro, en la costa el paisaje es distinto, ese toque de sal en el vino se nota, pero a nivel de gusto se parecen bastante».
Ametsa egia bihurtuta, este es el día a día de Marzio Bruseghin, el corredor italiano más vasco de la historia. ¿Y la bicicleta? «Ya me interesa menos. El ciclismo ha perdido mucha naturalidad con respecto a nuestra época. No soy de ‘pinganillos’. Tampoco tengo en casa ni bicicletas ni trofeos. Si algún día hicieran una carrera con mi nombre como la de Miguel Indurain, pues bien, pero me conformo con lo que tengo». Y no es poco.