Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

ERC, ante el fin del embrujo

Oriol Junqueras, durante un acto de la campaña electoral.
Oriol Junqueras, durante un acto de la campaña electoral. (Josep LAGO | AFP)

El conjuro se ha acabado. Desde que Oriol Junqueras accedió a la presidencia de Esquerra Republicana de Catalunya, en 2011, el partido ha sido una balsa de aceite. Tanto que las recurrentes crisis existenciales y luchas cainitas parecían ser ya cosa del pasado remoto. Pero el embrujo se ha roto. El varapalo recibido en las urnas el pasado 12 de mayo y el desconcertante desarrollo de los acontecimientos desde entonces, parecen haber abierto la caja de los truenos.

De repente, han aflorado familias, rencillas y agravios que hasta ahora se habían mantenido en sordina. Siguiendo lo publicado estos días en medios catalanes, Junqueras habría pensado en un primer momento que era suficiente con el sacrificio de Pere Aragonés, con quien la relación se habría enfriado y tensado desde que accedió a la Generalitat. En una carta publicada el 13 de mayo, Junqueras anunciaba que seguía dispuesto a seguir. La llamó ‘Carta a la ciudadanía’, igual que Pedro Sánchez.

Pero Marta Rovira, secretaria general, insistió en que hacía falta más, en que los resultados obligaban a la apertura de un nuevo ciclo político que implicase un relevo completo en la dirección del partido. Ella misma anunció su paso atrás y, finalmente, Junqueras, decidió dejar la presidencia de la formación tras las elecciones europeas. Pero dejó claro que no es un adiós, al anunciar que hará campaña para volver a ser elegido en el congreso que ERC celebrará en noviembre. Desde fuera, no es fácil acabar de entender la secuencia entera.

Quizá los complejos últimos años del partido ayudan a explicar algo. Esquerra ha vivido los años más fértiles electoralmente, llegando en 2021 a imponerse como la fuerza catalanista más votada y ocupando la Generalitat por primera vez desde Lluís Companys. Paralelamente, sin embargo, su presidente ha estado en la cárcel y sigue inhabilitado, mientras que su secretaria general vive en el exilio suizo. Cualquier análisis sobre la situación de ERC que obvie los condicionantes represivos será un análisis cojo, manco y, a veces, ventajista.

El hecho es que la represión, y el hecho de haber concurrido junto a Convergència en las elecciones plebiscitarias de 2015 en la candidatura Junts pel Sí, han hecho que Junqueras, pese estar al frente del partido desde 2011, solo ha podido presentarse como cabeza de lista en las elecciones al Parlament de 2012. La amnistía hará posible que vuelva a concurrir a unos comicios. Son varios los análisis que sitúan este hecho como uno de los factores por los que Junqueras se resistiría a dejar el cargo.

Sea como sea, la decisión de Junqueras de irse pero no irse contrasta con la renuncia de Aragonès y Rovira, y amenaza con enrarecer el ambiente en un partido que no tiene meses fáciles por delante. Todos los focos van a estar sobre la sede barcelonesa de la calle Calàbria, no solo porque la prensa acuda encantada a toda ceremonia que pueda acabar en baño de sangre, sino porque, en gran medida, será Esquerra quien decida si la legislatura camina o las elecciones se repiten.

Es injusto, desde luego, pero los números son los que son. Solo una negativa clara, tajante y sostenida de ERC, que todavía no ha llegado, podría obligar a PSC y a Junts a buscar una salida conjunta, o a Salvador Illa a explorar algún apoyo de la derecha española. Pero son opciones poco probables que difícilmente evitarían la repetición electoral.

La lógica dicta que está en manos de ERC facilitar la investidura de Illa –aunque pase acto seguido a la oposición– o hacer frente común con Junts para exigir al PSC una abstención que haga a Puigdemont president. Ambos candidatos a la presidencia confían en pescar en el río revuelto de Esquerra, que no tendrá fácil no ser señalado como responsable en caso de repetición electoral.