«En los clásicos hay mensajes tremendamente revolucionarios»
Casi cinco años después, ‘El infinito en un junco’, el ensayo de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), sigue batiendo récords de ventas. También ha saltado al cómic, con una adaptación gráfica firmada por Tyto Alba (Badalona, 1975) y editada por Ediciones Debate.
Desde hace días, cargo en el bolso con la nueva edición en cómic de ‘El infinito en un junco’, la versión en imágenes del apasionante viaje por la historia de los libros escrito por una Irene Vallejo en estado de gracia. Y eso que pesa lo suyo.
Pensaba darle un vistazo rápido, porque soy una de los millones de personas que leyeron este ensayo durante la pandemia por efecto del boca a boca y luego, cuando, a instancias de la propia Vallejo, Pamiela publicó a finales de 2021 su versión en euskara, traducida por Fernando Rey, repetí. Los buenos libros ganan con cada nueva relectura.
Otra vez he vuelto a ‘caer’ en ‘El infinito en un junco’. Con unas ilustraciones estupendas en acuarela de Tyto Alba y un tono de cómic en el que no puedes evitar soltar alguna carcajada o parecer a ratos una loca –alguna viñeta hay que leerla dando vueltas al libro–, mantiene el espíritu del ensayo que esta mujer concibió como un libro de historia atípico, un cóctel mestizo entre literatura de viajes, crónica histórica y autobiografía.
Aquella niña ‘rarita’ de Zaragoza, pegada a un libro y a la que le hacían bullying en el colegio, sigue llevando a miles de lectores de viaje entre el mundo antiguo y el moderno. Le han dado premios, han puesto su nombre a bibliotecas, viaja por todo el mundo, y se ha convertido en una sabia joven.
Hay mucho trabajo de documentación detrás este cómic. Es un recorrido histórico amplísimo y resumirlo habrá sido titánico.
Tyto Alba: Esa era la dificultad. En otro país, como Francia, donde hay más afición al cómic, igual lo habrán hecho en varias entregas. Yo vengo de adaptar novelas, la última en Random House (‘El olvido que seremos’), y hace años adapté también varias novelas de Gabi Martínez para Astiberri. Pero un ensayo es otra cosa.
Irene Vallejo: En la documentación está la parte arqueológica, porque tenemos que darle al lector una imagen mucho más concreta de cómo era la biblioteca de Alejandría, de cómo serían los romanos, de como era el antiguo Egipto o Mesopotamia... y a veces te asaltan dudas: ¿Cómo serían el peinado o los vestidos? ¿Y las armas y las escenas de guerra?
T. A.: En novela gráfica, habitualmente todo el libro se desarrolla en un determinado lugar y con unos determinados personajes. Aquí cada página es una historia y, claro, la parte complicada era la documentación. Y poner rostro a los personajes era toda una responsabilidad.
Cleopatra, por ejemplo, no es como la imaginaba. Influida por el cine, claro.
T. A.: Yo me basé en lo que decía Irene y también miré alguna reconstrucción de esas que se hacen a veces digitalmente.
I. V.: Pero era interesante salir del tópico de esa Cleopatra bellísima y seductora, porque ya lo dice Plutarco, que no era físicamente muy atractiva y que su atractivo era intelectual. A todos los personajes históricos los hacemos entrar en un arquetipo que nos encaja para nuestra concepción y muchas veces es muy poco fiel. Por ejemplo, de Alejandro Magno yo no he querido retratar al general, pero sí al gran lector, al discípulo de Aristóteles, al hombre apasionado por la ‘Ilíada’ y un poco al Quijote que quería hacer realidad lo que había leído en la ‘Ilíada’. Quería ser como protagonista de su propia ‘Ilíada’. Y Cleopatra es una mujer muy inteligente, políglota, que habla muchos idiomas. Así seduce a los hombres y no por su atractivo físico.
La cuestión es sacar a los personajes de esos moldes en los que nos los han introducido y que muchas veces no les hacen justicia. Y eso pasa especialmente con los clásicos, a los que parece que muchas veces anestesiamos y no les escuchamos sus mensajes más revolucionarios, más subversivos. Si realmente leyéramos a los clásicos atendiendo a lo que dicen y no a lo que nos han enseñado que dicen, un poco como la Biblia, nos encontraríamos con unos mensajes tremendamente revolucionarios y muy actuales. Es muy difícil, pero yo intento eliminar todas estas capas de sedimentos del siglo XIX, XVIII o de las Ilustraciones sucesivas y hablar con los clásicos de tú a tú, con su lengua original. Intento bajarlos del pedestal y devolverles su vida, con sus contradicciones, sus claroscuros y los aspectos terribles que tenían esas civilizaciones: la misoginia, la esclavitud, el imperialismo...
Es como que la historia de la humanidad se repite una y otra vez. Lo digo porque la destrucción a sangre y fuego de la biblioteca de Alejandría por los cristianos me ha recordado a lo que hicieron los talibanes en Afganistán en el siglo XX. Parece que no hemos avanzado tanto, ¿verdad?
I. V.: No, y los libros siguen estando amenazados. Esto está de absoluta actualidad: creíamos que en las democracias ya se había acabado la censura y es evidente que todavía hay ataques contra la libertad de expresión constantemente. Esto es algo que tenemos que diagnosticar para luego poderlo combatirlo. Realmente ahora la situación para las bibliotecas públicas es muy convulsa: mucha gente está pidiendo que se retiren libros que no les gustan, porque digamos que hay una idea de lo moralmente correcto y todos los libros que se salen de ese cauce hay gente que reclama que se retiren, que no estén en las bibliotecas escolares, que no se deje tener contacto a los niños con esos libros. La Asociación de Bibliotecas en Estados Unidos ya ha lanzado una alarma y bueno, pues también vemos que hay libros que se retocan para hacer unas publicaciones mucho más políticamente correctas... Es un panorama muy inquietante.
En este cómic hemos incluido unas páginas insistiendo en la cuestión de la censura y otro aspecto, que a mí me parece incluso más importante todavía, que es la autocensura. Hay un dibujo sobre la autocensura que a mí me parece increíble.
T. A.: Es un personaje que está encerrado dentro de sí mismo [nos lo enseña; es sencillo, pero muy ilustrativo].
I. V.: Pensando en el público joven, hemos intentado que estén todos estos aspectos de actualidad: la cultura de la cancelación, la censura, los videojuegos... todas esas polémicas y luego, otro lado, también el acoso escolar. Unos temas que nos parece que apelan a ese público, pero que son de interés general, como decimos, para jóvenes de todas las edades.
Le han convertido en personaje de cómic, Irene.
I. V.: Exacto ¡y mi hijo, también! Cuando llegó la primera edición y la vio se puso contentísimo, algo que no había pasado con el ensayo. Dijo: «¡Soy un personaje de cómic, como Astérix!». Se lo llevó al día siguiente al colegio para enseñárselo a todos sus compañeros. Están también mi madre y mi padre.
El cómic ha sido considerado un género menor, para jóvenes, aunque ahora está en auge. ¿Eso dice algo sobre los lectores?
I. V.: Sí que parecía que lo tenías que disfrutar de niño o de joven y, luego ya, pasar a la literatura y abandonarlo. Tenemos una memoria sentimental del cómic y de las historietas a la que no debemos renunciar y, además, el cómic también nos ofrece contenidos adultos e importantes, como ahora Paco Roca con la cuestión de la memoria. Además, las imágenes sobre las bibliotecas como la Alejandría o sobre Roma son mucho más rotundas cuando se presentan dibujadas: hay muchísimos más detalles y tienes esta sensación de pasearte por allí.
«No me imaginaba que la experiencia de leer sea tan semejante a pesar de las culturas, de las fronteras o de los idiomas. Hay algo que compartimos y que es profundamente universal en el acto y en la experiencia de leer»
Muchas páginas son de lo más sangrientas.
I. V.: Es que el mundo antiguo era muy sangriento. Pero creo que esto es más real sin edulcorarlo, porque el mundo antiguo era muy sangriento y muy cruel. Y en cómic, resulta una representación más cruda de los clásicos, porque la ‘Odisea’ sí es muy gore.
Han pasado cuatro años desde que salió el ensayo, cinco en setiembre, y ya va en la edición número cincuenta...
I. V.: Cincuenta en la editorial Siruela, porque luego está Random, en bolsillo, y además está toda Latinoamérica. Nosotros calculamos que en castellano ya hemos superado las cien ediciones, contando México, Colombia, Argentina, Uruguay...
En Japón acaba de salir una edición preciosa también. Ahora que ha viajado por todo el mundo con ‘El infinito en un junco’, ¿qué ha descubierto en sus viajes: que todos somos más parecidos de lo que creemos?
I. V.: Para mí ha sido una sorpresa, porque no contaba con ello. De hecho, cuando estaba escribiendo el ensayo, todo el mundo andaba diciendo que se acababa el libro, que era una cosa anacrónica de unos cuantos locos que estábamos a punto de extinguirnos. Y yo pensaba que ‘El infinito en un junco’ iba a contracorriente, cuando ha ido contra todas esas predicciones y todo ese pesimismo o apocalipsis de los libros.
Pensaba que bueno, con suerte, llegaría a un puñadito de excéntricos como yo, pero no me imaginaba que realmente la experiencia de leer sea tan semejante a pesar de las culturas, de las fronteras o de los idiomas. Hay algo que compartimos y que es profundamente universal en el acto y en la experiencia de leer y eso es así en Turquía, en Estados Unidos, en Canadá o en Japón. Ahora me han invitado al Festival de Shanghái en agosto y también se ha publicado en Corea, en Taiwán, va a salir la edición en árabe... Es una cosa increíble.