Laurent Perpigna Iban

Los servicios secretos israelíes, una guerra en la sombra

Acusados de negligentes tras el 7 de octubre, los servicios secretos israelíes han asestado en Líbano golpes muy duros a Hizbulah. Y parecen estar al frente de lo que ya está empezando en el país de los cedros: una guerra total.

El jefe del servicio de Inteligencia interior, Shin Bet, Ronen Bar, el director del Mossad, David Barnea, y el jefe del Estado Mayor del Ejército, Herzi Halevi t
El jefe del servicio de Inteligencia interior, Shin Bet, Ronen Bar, el director del Mossad, David Barnea, y el jefe del Estado Mayor del Ejército, Herzi Halevi t (Menahem KAHANA | AFP)

Una ofensiva de una magnitud sin precedentes ha sumido a  Líbano en el caos y el terror. El 17 de septiembre, a media tarde, miles de buscapersonas, instrumentos de comunicación supuestamente irrastreables utilizados por los miembros de Hizbulah, explotaron simultáneamente. Al día siguiente, cientos de walkie-talkies utilizados por el partido de la milicia chií implosionaron misteriosamente en una fracción de segundo.

Estos dos actos de sabotaje costaron la vida a 70 personas e hirieron a más de 3.400, muchas de ellas civiles. La operación no fue reivindicada, pero llevaba el sello del temido Mossad israelí.
Se trata de un duro golpe en la guerra psicológica que Hizbulah e Israel libran desde el 8 de octubre, tras la muerte en julio en el corazón de Teherán del líder de Hamas, Ismail Haniyeh, y la de altos responsables de Hizbulah en Beirut hace unos meses.

Acusados de negligencia culpable en las semanas previas al 7 de octubre, los servicios israelíes, divididos en tres estructuras principales (ver abajo), parecen estar desempeñando un papel decisivo en esta guerra de nervios en Oriente Próximo, que ya ha empezado a convertirse en una contienda regional.

«Un ataque de una sofisticación demencial»

Aunque la inclinación hacia la guerra ha sido tan lenta como inevitable desde que el grupo proiraní abrió un frente de apoyo a Hamas, las recientes operaciones llevadas a cabo o posibilitadas por la Inteligencia israelí marcan sin duda un punto de inflexión. Con la explosión de estos localizadores y walkie-talkies, Hizbulah, y de hecho todo Líbano, ha recibido un duro golpe. «Ha sido un ataque increíblemente sofisticado, sin precedentes a este nivel, un sabotaje que ha matado a decenas y herido a miles de personas, y ha sido sin duda un gran éxito para los servicios israelíes», explica el analista estadounidense Elijah Magnier.

Para Magnier, no hay duda: a pesar de la ausencia de reivindicación, este atentado lleva la huella del Mossad, muy probablemente apoyado por la Unidad 8200 de la Inteligencia militar israelí.

«Esto sigue siendo un secreto y obviamente no será reivindicado, porque hay que esconder las manos que están detrás de este asalto», continúa el exanalista militar de la CIA Michael DiMino.

 


Diversas fuentes coinciden en que es poco probable que la CIA o la NSA no estuvieran por lo menos implicadas en la operación desde hace tiempo.

 

En la comunidad de expertos en defensa hay consenso en que los preparativos de una operación de este tipo son muy anteriores al 7 de octubre y deben haber movilizado equipos durante años, con la muy probable colaboración de servicios extranjeros.

Aunque el Departamento de Estado estadounidense ha negado tener conocimiento alguno de la operación, diversas fuentes coinciden en que es poco probable que la CIA o la NSA no estuvieran por lo menos implicadas en su realización desde hace tiempo.

Aunque la audacia y la meticulosa ejecución de la «operación aparatos buscapersonas» ha despertado auténtica y vergonzosa fascinación en los medios de comunicación, Naciones Unidas ha condenado enérgicamente el modus operandi, que golpeó indiscriminadamente tanto a combatientes de Hizbulah como a civiles.

 

Frente a los constantes golpes que desestabilizan su columna vertebral y afectan a la moral de sus tropas, Hizbulah parece, más que nunca, atrapado en la trampa de su frente de apoyo a Hamas.

 

Muchos libaneses están furiosos y acusan a los israelíes de haber llevado a cabo una operación terrorista en su suelo. «Ningún Estado se pone de acuerdo sobre la definición de terrorismo, pero lo cierto es que cualquier ataque deliberado contra civiles debe considerarse terrorismo», asegura Elijah Magnier. «Y no debemos olvidar que el derecho internacional protege a los civiles incluso en tiempos de guerra. Sin embargo, las explosiones se produjeron lejos del frente, en supermercados, en la calle y en vehículos, y los israelíes eran muy conscientes de ello.

El otro frente

Lejos del caos de las bombas, la batalla entre los servicios israelíes y el contraespionaje de Hizbulah ha alcanzado una nueva etapa, convirtiéndose en un auténtico segundo frente. Hassan Nasrallah ha reconocido que este atentado ha sido «un golpe sin precedentes» para su grupo. Sin embargo, según los expertos especializados en el movimiento chií entrevistados, sus capacidades de telecomunicaciones están casi intactas, «hasta un 80% como mínimo».

 

Un hombre sujeta un walkie-talkie al que ha quitado la batería, en el funeral de una de las víctimas del ataque masivo. (Anwar AMRO/AFP)

Pero la conmoción por este sabotaje, unida a la del ataque contra un edificio de Beirut donde se reunían varios altos mandos de la fuerza de élite de Hizbulah –que costó la vida a casi una quincena de ellos, así como a decenas de civiles–, ha dejado al Partido de Dios con varios puntos débiles, entre ellos la muy real posibilidad de infiltraciones.

Ha habido muchas en el pasado y habrá más. Los israelíes, así como los servicios occidentales y árabes [suníes], buscan información dentro del movimiento chií, y sabemos que existe una gran colaboración entre todos estos actores y servicios.

Consciente de ello, Hizbulah ha compartimentado en gran medida su organización para reducir los daños que pueda causar una infiltración», explica Elijah Magnier.

Tambores de guerra

Frente a los constantes golpes que desestabilizan su columna vertebral y afectan a la moral de sus tropas, Hizbulah parece, más que nunca, atrapado en la trampa de su frente de apoyo a Hamas; una postura que inició el 8 de octubre y que no puede abandonar sin un alto el fuego en Gaza, a riesgo de perder toda credibilidad.

Ante un Benjamin Netanyahu decidido a aprovechar la oportunidad de acabar en su frontera norte con una fuerza militar que considera una amenaza existencial, Hassan Nasrallah intenta como puede restablecer una fuerza disuasoria sin caer en una guerra que no desea.

Especialmente porque el líder de Hizbulah sabe que, gracias al prolongado trabajo de socavamiento de sus agencias de Inteligencia, los israelíes parecen ir un paso por delante y se libran claramente de las leyes internacionales y de la presión de sus aliados.

¿Es aún posible una solución diplomática? Aunque los funcionarios estadounidenses afirman que siguen creyendo que es posible, cada vez parece menos probable y los tambores de guerra suenan en el país de los cedros. Los libaneses se enfrentan a la realidad de que los cazas israelíes sobrevuelan el país y los bombardeos ya no se limitan al sur. La guerra ya está aquí y nadie sabe lo qué  quedará después.

La maquinaria infernal de los servicios israelíes

Aunque en el imaginario colectivo el Mossad encarna por sí solo el poder de los servicios de Inteligencia del Estado hebreo, representa en realidad solamente una parte del aparato de vigilancia y lucha «antiterrorista» de Israel, que se divide en tres estructuras. La Inteligencia militar (Aman), bajo las órdenes del Ministerio de Defensa, es la más numerosa, con 9.000 personas repartidas en seis estructuras, entre ellas la Unidad 8200, encargada de la cibervigilancia y las telecomunicaciones. Diversas fuentes le atribuyen un papel importante en las operaciones de los días 17 y 18 de septiembre.

La Inteligencia interior (Shin Bet o Shabak), con unos 3.000 miembros, es responsable de la seguridad de los ciudadanos israelíes tanto dentro como fuera del país. Es responsable del contraespionaje y de la seguridad de las embajadas israelíes, y opera en los territorios palestinos de Cisjordania.

Por último, el Mossad recopila información de Inteligencia en el extranjero y mantiene contactos con grupos no estatales y países que no mantienen relaciones oficiales con el Estado hebreo, en nombre del primer ministro del que depende. A su vez, está dividido en siete divisiones: las más conocidas son Metsada, que lleva a cabo operaciones especiales en el extranjero –de la que depende Kidon, encargada de las operaciones de ejecuciones–; Lohama Psichologit, unidad dedicada a la guerra psicológica; y Tsafirim, encargada de reclutar fuentes en las diásporas judías.

El Mossad, que se ha feminizado en gran medida en los últimos años, ha contribuido o llevado a cabo varias ejecuciones de científicos iraníes encargados de cuestiones nucleares desde 2010.