En las humeantes ruinas de Dahieh
Los suburbios del sur de Beirut, conocidos como Dahieh, que llevan una semana cerrados bajo doble llave, se abrieron ayer brevemente a la prensa. Sobre el terreno, la destrucción causada en zonas civiles densamente pobladas es tremenda.
La noticia llegó por la mañana temprano: mientras que hasta ese momento Hizbulah había mantenido a la prensa extranjera bien alejada de los suburbios del sur de Beirut -acosando incansablemente a los más temerarios-, el partido chií autorizó una visita de unas horas al lugar, conocido como Dahieh. Un ejercicio peligroso que se produjo en un momento de gran tensión: tras los ataques iraníes contra Israel del pasado martes, el Ejército israelí volvió a bombardear intensamente el sur de la capital durante gran parte de la noche, con al menos diez ataques aéreos, cuyas explosiones se oyeron en toda la ciudad.
Habitualmente bulliciosa, Dahieh parece sumida en un velo de muerte y luto: sus calles están desiertas, solo se ven furtivamente algunas siluetas aquí y allá, entre banderas de partidos chiíes y carteles con la efigie de combatientes muertos en las últimas semanas.
Viviendas civiles
Frente a las ruinas aún humeantes de lo que fue un edificio, alcanzado 48 horas antes, miembros del Partido de Dios han colocado retratos de su difunto líder, Hassan Nasrala. Uno de los responsables de comunicación, Mohamed Afif, improvisó una breve rueda de prensa: «Todos los edificios destruidos que ven son civiles, aquí no había actividad militar», asegura el hombre.
Unos segundos después, un partidario de Hizbulah grita alabando al difunto secretario general tras besar su retrato durante largo rato.
A unos cientos de metros, en el barrio de Haret Hreik, la destrucción es colosal. Hasta donde alcanza la vista, los edificios destruidos vomitan las vidas que albergaban en su interior: aquí un sofá cuelga de un hilo a través de una ventana reventada, allí muebles de salón o enseres personales. Las calles están llenas de cristales rotos y se ven edificios enteros derrumbándose.
Si bien la visita organizada por Hizbulah es evidentemente interesada, y es en parte un elemento más de la guerra narrativa, de algo no cabe duda: los edificios a los que hemos tenido acceso que han sido alcanzados y destruidos forman todos parte de complejos urbanos civiles, en el caso de esta zona poblada por alrededor de medio millón de personas.
Frente a un montículo de hormigón rodeado de edificios dañados pero aún en pie, un hombre no oculta su enfado. «Hace cuatro días, este edificio fue alcanzado por un misil y murieron unas 30 o 40 personas, entre ellas mujeres y niños, todos civiles».
Ali Ahmad, universitario, vive a dos calles de distancia. «Estos son edificios civiles, y las personas que viven aquí son atacadas deliberadamente para hacerles pagar el precio de vivir con la Resistencia. Pero la gente que vive aquí volverá y reconstruirá estas zonas, como hicieron en 2006».
Además añade: «Estamos en una guerra abierta, lo sabemos. La gente que vive aquí cree que no perderá la guerra y destruirá la voluntad israelí».
Una mujer intenta limpiar el patio de su edificio. Con las manos negras de polvo, a unos treinta metros de un edificio destruido durante la noche, hace lo que puede: «Vivo a pocas calles de aquí. Anoche recibimos una orden de evacuación. Desde lejos oí grandes estruendos seguidos de gritos de niños. Hoy he venido a ayudar a retirar los cables eléctricos para evitar accidentes posteriores».
La atmósfera es irrespirable. Una columna de humo negro llena la zona desde hace varias horas. Sobre un montón de escombros, un grupo de hombres canta a coro a la gloria de Nasrala. Un hombre de unos sesenta años, que también ha venido a recoger algunas pertenencias, exclama: «Solo su cuerpo está muerto, está en nuestros corazones y con nosotros».
El hecho es que Dahieh parece una ciudad fantasma, despoblada, despojada, desmembrada. Y lo que más temen sus residentes es ver su barrio o edificio afectado por una orden de evacuación emitida por el portavoz en árabe del Ejército israelí, Avichai Adraee, que las publica regularmente en sus redes sociales, y en las que acusa a Hizbulah de ocultar armas en edificios civiles o bajo ellos.
Miedo al avance israelí
Aunque el partido ha mantenido un perfil bajo desde la muerte de Nasrala, este discurso también sentó las bases para los días venideros: «La Resistencia en Líbano, su sistema de mando y control y sus capacidades militares están intactos. Nuestras fuerzas y combatientes están al más alto nivel de preparación para enfrentarse al enemigo israelí. Estamos reviviendo una versión libanesa de Gaza». -declaró Mohamed Afif durante esta visita- El vínculo entre la población y la Resistencia es el mismo que existe entre la sangre y las venas».
Pero las cosas podrían ponerse aún peor: a medida que se intensifican los enfrentamientos entre Hizbulah y el Ejército israelí al sur del Líbano -según los informes, ayer murieron al menos ocho soldados israelíes-, los habitantes que se han refugiado en Beirut y los pocos que siguen allí temen que Israel continúe con su política de tierra quemada y arrase sectores enteros de la capital.
En consecuencia, todas las miradas están puestas no solo en el cielo, donde los drones israelíes zumban sin cesar, sino también en la línea de demarcación, donde puede estar en juego el futuro de Líbano.