«Esto hace una semana era una ferretería», afirma con pena Luis, mientras señala al fondo del local, como si de esa manera pudiera reconocerse algo. Por el suelo, los tacos de plástico flotando en el barro ayudan a hacerse una idea de qué material se vendía en el local.
Ahora dentro solo hay barro y no se distingue nada, tan solo un panel para hacer copias de llaves. Todo lo que había dentro como herramientas, cajas y estanterías se amontonan en la calle junto a centenares de muebles de los vecinos de su calle, a la espera de que alguien acuda a recogerlas. Y así llevan días muchas calles en Catarroja, esperando a que alguien les ayude.
«El coche son 40.000€ y el material perdido de la ferretería unos 30.000€, además de las cosas de la casa. ¿Qué ayuda van a darme a mí para volver a abrir? Yo ya no puedo comenzar de nuevo. Lo hemos perdido todo», afirma rotundo mientras mira de nuevo hacía la única estantería que aún permanece en pie. «No ha venido a ayudarnos nadie, solo personas humildes» dice una semana después del paso de la DANA mientras señala a la calle, donde un grupo de voluntarios armados con guantes, mascarillas y escobones se afanan en juntar el material dañado del local y los muebles y colchones de las casas de la misma calle, inservibles e intentar expulsar el barro de las viviendas. Esas largas montañas de muebles y objetos cotidianos llenos de barro son el paisaje habitual en el pueblo estos días.
Caminar por la calles de Catarroja es complicado. El barro convertido ya en fango se pega a las botas y está presente en todos los lugares, sin importar a dónde se mire. Tras el paso hace una semana de la DANA, el olor, una mezcla entre humedad y basura, comienza a ser molesto, por lo que la gente tiene que caminar con mascarilla.
En esta zona, la mayoría de las casas son de dos o tres alturas y es algo habitual vivir a pie de calle. No hay ninguna de ellas que se haya librado de ola gigante de barro y basura que se desbordó de la Rambla del Pollo. Todas las casas bajas han quedado afectadas y los garajes inundados. La única diferencia es la altura a la que llegó el lodo según la parte del pueblo en la que se vive.
«Mi madre dice que en la riada del 57 el agua llegó al medio metro», afirma Antonia, de 66 años y vecina del pueblo. En su casa la actual riada ha llegado hasta 1,80 cm. Las huellas de la destrucción son visibles por toda la vivienda. Una línea negra marca el límite. Por debajo, entre fotos familiares, discos y el televisor, quedó la cocina. Mientras se explica, su sobrina junto con una amiga, intentan abrir los cajones para desmontar los muebles y echarlos a la calle. Cuando logran abrir el cajón de los cubiertos, estos aparecen flotando entre agua y barro. «Qué desgracia. Es una pena muy grande, era la casa de mis padres y la reformé hace solo un año».
«Mi madre dice que en la riada de 1957 el agua llegó al medio metro», afirma Antonia, de 66 años y vecina del pueblo. En su casa la actual riada ha llegado hasta 1,80 cm.
Todo Catarroja está igual. El tamaño de la destrucción varía según la zona, pero el escenario se asemeja mucho al de una película postapocalíptica. Sin embargo, y a pesar de lo que se acostumbra a ver en este tipo de películas, el comportamiento de la gente esta siendo ejemplar, y lo colectivo prima por encima del individualismo.
Decenas de personas anónimas recorren el pueblo preguntado a los vecinos si necesitan ayuda, ya sea para limpiar las casas de barro o para llevarles comida, productos de limpieza y medicinas. Leonardo ha parado su coche lleno de productos básicos como leche o agua y le ofrece a cualquiera que pasa por allí, para que coja y se lleve lo que necesite. «Esta noche volveré a Onda a llenarlo, para estar aquí mañana otra vez. Cuando vi las imágenes sentí la necesidad de hacer algo. Fui directamente al Teatro Monaco en mi pueblo y me dieron todo esto», afirma señalando el coche. «Me dan ganas de llorar cuando miro alrededor», dice mientras señala el barro. En ese momento se acerca Raquel, cocinera de 43 años y le pregunta si ha comido. Ella, junto a los trabajadores de su restaurante, han montado una cocina y están ofreciendo comida a los voluntarios. «Ayer vinimos a limpiar, pero hoy nos hemos tomado el día libre en el restaurante y hemos venido a cocinar, que es lo que mejor sabemos hacer».
La juventud, «ejemplar»
Tras la riada, todos los comercios de los pueblos afectados están cerrados ya que en su mayoría han corrido la misma suerte que la de sus vecinos. Los productos almacenados en las estanterías fueron inutilizados por el barro. Y los que quedaban a salvo fueron cogidos por los vecinos días después de la riada. Durante el caos de los primeros momentos, en algunas localidades se produjeron asaltos puntuales, aunque esas situaciones han sido aprovechadas y magnificadas por los voceros de la extrema derecha para intentar canalizar el odio hacia el migrante. «Aquí no hay nacionalidades», afirma Nina. Ella vino desde Colombia y lleva viviendo 7 años en Catarroja. «Ahora somos solo el pueblo ayudando al pueblo» dice mientras limpia la calle de barro con un escobón.
«La juventud está siendo ejemplar», afirma Nuria. «Me quedo con la respuesta de la gente. Eso que dicen de los jóvenes, de que es una mala generación, no es verdad. Aquí han venido chavales a limpiar como si fuera su casa. A nosotros nos han ayudado los voluntarios. Al Estado como institución no lo hemos visto. Nada». Si bien ahora es visible la ayuda de la UME y de otros cuerpos del Ejército por las calles, limpiando y desescombrando, durante días han sido los vecinos quienes se han ayudado entre sí.
En los garajes
Raquel es una amiga de Nuria y ha venido a traerle una bolsa con alimentos. Hablan sobre la posibilidad de que los desaparecidos se encuentren en los garajes, muchos de ellos aún llenos de agua. «En Valencia estamos acostumbrados a que cuando llueva, el agua llegue por el tobillo, luego enseguida se va. Entonces, cuando la gente vio que comenzó a llover, se bajó a los garajes a salvar los coches». Nuría añade que «en el barrio de las Barracas, todos están acostumbrados a poner las típicas maderas para que no entre el agua, es lo habitual».
Cuando comenzó a llover, muchos vecinos se avisaron para sacar los coches de los garajes, como hacen habitualmente. Sin embargo, en esta ocasión y debido a la intensidad de las lluvias y a la gran cantidad de agua y barro que arrastraba la riada, atrapó a mucha gente en los garajes.
Un vecino muestra el garaje comunitario, donde hay una veintena de plazas. Gracias a una bomba de achique de unos amigos, han logrado sacar el agua. «Ellos no han podido salvar los coches, pero aquí hemos tenido suerte, porque no ha muerto nadie. Sin embargo, en el garaje de al lado, sacaron dos cuerpos».
La fuerza de la riada movió los coches en el interior de su garaje y estos rompieron las bajantes, por lo que la capa de fango de unos 30 cm que aún queda se mezcla con heces y se hace muy difícil caminar. A oscuras y con la luz de una linterna frontal, muestra algunas motos tiradas en el suelo y semienterradas. «Estoy haciendo fotos para los vecinos, para que vean cómo están. El dueño de esa moto está de viaje de novios», se lamenta.
«Nadie nos avisó»
Inma es vecina de Luis, el dueño de la ferretería. «A las 18.00 estaba en el gimnasio y cuando salimos por la puerta, el agua estaba por aquí» dice señalando la cintura. «Nadie nos avisó. Si llegamos a estar en la calle, estaríamos muertos». Como a muchos vecinos, el aviso a los móviles de la Generalitat les llegó cuando ya estaban poniéndose a salvo en los pisos superiores y el lodo ya había inundado sus viviendas. «No entiendo cómo cuando el barranco iba a tope de agua no se le ocurrió decir nada a nadie. Ni a la Policía Local», lamenta Inma, enfadada. «A mí me avisaron desde Massanassa», el pueblo que está junto a Catarroja y separado por un canal llamado Rambla del Pollo, por donde habitualmente apenas pasa agua.
Con el número de muertos en el pueblo y con personas aún desaparecidas, el enfado es visible entre los vecinos cuando se les pregunta sobre los responsables de la tragedia. «Yo no quiero que Mazón dimita», afirma Inma enfadada, «yo quiero que vaya a la cárcel. Ese señor es un homicida y un criminal».