«Espero tener vida suficiente para escribir todas las novelas que tengo dentro»
‘Las que no duermen, NASH’ empieza con una mujer cayendo por una sima. Conjura una maldición. La novela de ficción tiene ecos de diversos crímenes reales, entre ellos el de Juana Josefa Sagardia y sus seis hijos en la sima de Legarrea. Dolores Redondo vuelve a Baztan, a Elbete, concretamente.
Dolores Redondo (Trintxerpe, 1969) tuvo conocimiento de Juana Josefa Sagardia a través del hallazgo de Paco Etxeberria y su equipo. Le preguntamos por la reflexión que hizo que años más tarde incluyese lo sucedido en su libro. «El impacto de la historia en sí misma y el hecho de que hubiera ocho cuerpos en la sima y ningún culpable ha pagado por ello de los crímenes me llamó la atención. Yo ya en la Trilogía del Baztan me había inspirado en un caso real, el de la secta satánica que asesinó a una bebé. Sus padres pertenecían al grupo. Me fascina que en tan pocos kilómetros se sigan produciendo ese tipo de crímenes que están ligados a algo más místico», señala.
Su tesis es que fue por acusación de brujería, no por motivación política ni ajuste de cuentas. «Solo Juana Josefa, sus niños y los desalmados que los empujaron ahí dentro saben lo que pasó y qué razones les movieron pero todo hace indicar que fue por puro odio a ella por lo distinta que era. No cuadraba en los cánones de cómo tenía que ser una mujer de la época. Practicaba la antigua religión, no iba a la iglesia, hacía sus propios remedios. Decían que era bruja. Qué iban a decir, lo que decían de las mujeres que eran distintas… Estaba embarazada –muy avanzada– en el momento en que la mataron del octavo hijo y seguía siendo muy joven y muy guapa. Más cosas para alimentar la leyenda y el odio. La odiaban».
«Muchas mujeres han pagado por ser distintas. El título de la novela es un homenaje a ellas. Las mujeres cuando se despertaban a mitad de la noche debían permanecer en su cama, no podían levantarse. Los hombre sí, porque podían dedicarse a labores de vigilancia. Las mujeres inquietas tenían que rezar hasta dormirse porque se consideraba que su espíritu, más débil que el del hombre, era más vulnerable al mal y el mal entraba en su gente haciéndole creer ideas extrañas como el de querer tener más libertad, reclamar más espacio, control sobre su propio cuerpo… No estar bajo el yugo de su padre o su esposo. Claro, todas estas ideas se las metía el demonio en la cabeza...», prosigue.
Punto de vista de la víctima
Que la protagonista del libro, Nash Elizondo, sea psicóloga forense le permite incluir precisamente los aspectos relacionados con la mitología vasca y las leyendas. El nombre de Nash viene de las siglas del código forense sobre las causas de la muerte: natural, accidental, suicidio u homicidio. «En la mayoría de las novelas de género negro los investigadores son policías, forenses o jueces. Este tipo de forense precisamente es una vuelta de tuerca en la investigación. No toca el cadáver, realmente se convierte en la psicóloga de los muertos. Lo que hace es intentar saber cómo estaba la víctima en el momento de su muerte. La mayoría de las autopsias las resuelven los forenses habituales, pero hay casos en los que ha transcurrido mucho tiempo, el cuerpo está dañado de una manera en que resulta difícil establecer de qué manera murió o incluso no hay cadáver. Establecer en qué estado anímico estaba la persona lo cambia todo. Imagínate que alguien que sale esta tarde a caminar por el monte evidentemente no tiene el mismo estado anímico que alguien que está muy enfermo o alguien que planea acabar con su propia vida. Los psicólogos forenses acceden a esta información metiéndose en su mente y lo hace como lo haría un psicólogo de verdad. Al no tener al paciente delante, usa toda la información que existe sobre él a través de su teléfono, las compras que hacía, la música que escuchaba, la comida… Todo da información. Se aleja a lo que estamos más acostumbrados, lo que hacen los investigadores habituales al intentar descubrir quién y cómo lo ha hecho. Las motivaciones pasan a segundo plano. En los documentales y en los ‘true crime’ los protagonistas son los agresores, no las víctimas», afirma.
Una de sus motivaciones al escribir sus novelas es investigar en torno a la crueldad del ser humano. ¿Ha llegado a alguna conclusión tras los libros escritos? «Hacer denuncia es algo inherente a la novela negra. No tanto investigar, que les corresponderá a expertos en comportamiento. Pueden ser cientos los temas que inspiren a un escritor. Desde las guerras, la participación de menores en conflictos armados, las diferencias de clases sociales, la prostitución, por su supuesto la corrupción policial y política. En la novela negra entran numerosos temas. No es que no me impacten, pero en mi caso me decanto por la injusticia contra las mujeres, y contra los niños y ancianos. Personas que no pueden levantar la mano para decir ‘No’ cuando son agredidos», afirma.
Misticismo
Ciertas dosis de misticismo e ingredientes de la novela negra. Esta es la fórmula de Redondo. La autora lo llama ‘Mystic Noir’. «Lo inauguré con ‘El guardián invisible’. Fue un libro bastante llamativo porque muchas voces dentro de la novela negra que me decían que no se podía introducir la magia en un libro del género. Precisamente porque todo lo que tiene que ver con la magia se sale de la investigación, si la hay. No puede cuadrar nunca con la realidad. Pero ahí estoy yo con mi ‘magia’ de Baztan. No es magia sino misticismo, que sí cuadra. Porque en la mística entran todas las cuestiones que tienen que ver con las creencias, con la tradición oral que nos ha sido transmitida, con la mitología, las religiones, las sectas, con todo lo que las personas pueden creer llegando en algunos casos a matar por ello. La cuestión no es si tú te crees que sacrificando un bebé demoniaco vas a acabar obteniendo favores. Eso es lo de menos. Lo que importa es que hubo quien lo creyó y fue capaz de hacerlo», incide la escritora.
Redondo considera que para que lo ficcionado y narrado tenga visos de realidad tiene que estar pegado a un territorio donde eso se dé de verdad. «Desafortunadamente ahí están el caso de Lesaka, el de Gaztelu y miles más. En esta zona dieron muchísimos casos de presunta brujería, de denuncias falsas a vecinos, de abusos, de autoinculpaciones de gente que no sabía ni leer… La documentación del Museo de la Brujería de Zugarramurdi recoge las actas de declaraciones de mujeres que decían haber participado en un akelarre. Así lo afirmó quien escribió el documento, porque ellas se limitaron a firmar con una X porque no sabían ni escribir… Todo este tipo de abuso», agrega.
Red de mujeres
Nash Elizondo, Amaia Salazar –se vuelve a encontrar con los lectores–, las Mitxelena… crean una red en la que se apoyan y se cuidan mutuamente. «Lo hacen de una manera muy natural y muy espontánea. Ya ves que las Mitxelena son absolutamente irreverentes, fuera de ningún control ni circuito. Me ha encantado escribir sobre ellas porque representan muchas rebeldías que veo a mi alrededor. De hecho, están inspiradas en una parte de mi familia, las verdaderas Mitxelena… Me gustó cómo funcionó cuando empecé a escribirlo. La relación entre ellas y sobre todo cómo se relacionan con Nash. Ella viene en un momento muy sensible de su vida. Ella está al frente de la investigación y también está intentando averiguar a dónde pertenece, quién es realmente. Y ellas la ayudan a deshacerse de muchas cargas que tiene asumidas. Tienen que ver con cosas importantes pero también con cosas pequeñitas, por ejemplo, cuándo duermes. Y si tienes que medicarte o no para dormir. Elementos como este hay un montón. Ellas le hacen cuestionárselas. Y lo hacen con paciencia también, sin imponerte, porque hay veces que la gente viene con esas cargas muy asumidas y les cuesta desprenderse de todo eso y empezar a ser más libres. Me encanta cómo ha quedado la relación porque es así como me gusta que nos tratemos las mujeres», indica la escritora.
Escribe todos los días. «El escritor bilbaino Félix G. Modroño dice que la diferencia entre ser autor y ser escritor es que los primeros sí pueden decidir sobre qué escriben. A los escritores nos nace una novela dentro y no sabemos de dónde sale, no va unido a una decisión. No eres tan libre, créeme. Es algo que se gesta en el interior y lo tienes que sacar», dice.
«No sé de dónde nacen las historias»
Confiesa que no sabe de dónde surgen sus historias. «Norman Miller decía que la escritura es un arte espectral. Así lo creo yo también. No sé de dónde nacen las historias. En parte son decisiones. Piensas ‘quiero una protagonista femenina, quiero que no sea el típico policía’. Pero por qué un día escuchas el informativo y una noticia te llama la atención sobre el resto. Una de pronto deja su simiente ahí y empieza a crecer algo y vas enlazando con otros temas. De verdad que no sé cómo funciona. Este es un proyecto de cuatro novelas, estoy escribiendo ya la tercera y tengo más. Espero tener vida suficiente para escribir todas las novelas que tengo dentro. Hay otra cosa que tampoco sé cómo funciona, sabes cuándo es el momento de escribir una u otra, a veces no van en el orden en el que se te van ocurriendo», explica.
Ha pasado dos inviernos escribiendo el libro en Elizondo. «Tratándose de una novela como esta tan pegada a Elbete ha sido maravilloso estar en el pueblo. Cada tarde tomarte un ratito para pasear hasta allí desde Elizondo y estar más cerca de la manera de vivir que quería reflejar es puro placer. Me encanta. Te aseguro que es el ideal que tenía en mente de pequeña e imaginaba ser escritor, tener una casita con chimenea y poder escribir sin que nadie te moleste y dar paseos bajo la lluvia y estar en un emplazamiento idílico donde te inspire la naturaleza y el agua».
Confiesa que le encanta escuchar una buena historia. También contarla. «Yo soy la hija mayor y escuché muchas historias narradas y luego me tocó contarlas a mis hermanos y primos. Con mi hermano me llevo 4 años pero con los pequeños me llevo 10 y 12 años. Imagínate. Fíjate si he contado cuentos, los leía o me los inventaba. Me gusta mucho la tradición oral».
Tiene un ‘cameo’ en la novela. «Es maja pero también es rara ¿no?, mirad las cosas que escribe», afirma una vecina del pueblo sobre la Redondo. «Hay algo que no me pasa ni en Cintruénigo ni en Donostia, pero sí en Elizondo. Viene tanta gente a ver los escenarios de la novela que me ha ocurrido muchas veces que estando en una terraza tomando algo alguien ha venido a preguntar por la casa de la Engrasi o alguna otra información al grupo que estaba conmigo. Hablan de mí en mi presencia, sin que me reconozcan, ya que los escritores no somos como los futbolistas o presentadores de la televisión. Te produce una sensación de extrañeza, de que la Redondo es otra persona, no eres tú. Y también he oído hablar de leyendas que crecen en torno a las personas estando yo allí. Y también eso de ‘qué vida habrá tenido esta pobre chica para escribir eso’. Siempre me choca y me parece bonito también», cuenta Redondo.
Sobre aquella otra vida en la que tenía un restaurante en Donostia comenta que fue «lo más salvaje y la locura más grande que he hecho jamás ha sido montar un restaurante. Pero sí que se aprende mucho de la disciplina de trabajar en una cocina. Y he tenido la suerte de tener muy buenos maestros. La tradición donostiarra de la cocina es una maravilla. Me sigue pareciendo lo más bonito y lo más generoso cocinar para alguien. Siempre digo que se parece un poco a escribir. Lo puedes hacer para ti mismo pero el verdadero placer es cuando es otra persona quien lo disfruta. Esa es la satisfacción de un cocinero y de un escritor».