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‘Marco’ logra dos galardones en unos Goya que celebran la distorsión de la memoria

Eduard Fernández ha recibidio el premio al Mejor Actor por su trabajo en la película de Aitor Arregi y Jon Garaño, que también ha visto reconocer a su equipo de maquillaje, liderado por Karmele Soler. El premio al Mejor Largometraje se lo han dado ex aequo a ‘El 47’ y ‘La infiltrada’.

Eduard Fernández posa con su premio como mejor actor por su papel en ‘Marco’.
Eduard Fernández posa con su premio como mejor actor por su papel en ‘Marco’. (Eduardo PARRA | EUROPA PRESS)

Los pronósticos de cumplieron y Eduard Fernández se hizo con su cuarto Goya (el segundo que obtiene como protagonista) por su pasmosa interpretación en ‘Marco’. No fue el único galardón que obtuvo el film de los Moriarti, sino que, haciendo buena la intuición de sus directores, también el departamento de maquillaje del film se hizo con la estatuilla.

Al frente del mismo, y con el premio en la mano, Karmele Soler quiso agradecer a los directores guipuzcoanos su Goya «porque además de hacer grandes películas vuestros rodajes son los más felices».

Una idea en la que incidió Eduard Fernández: «Gracias Aitor Arregi, gracia, Jon Garaño, por vuestro respeto por el cine, por las personas y por los silencios. Gracias por dejarme volar con este personaje, que es el personaje más complejo que he hecho nunca».

El actor catalán aprovechó su discurso para llamar la atención «sobre los peligros del fascismo, sobre el peligro que conlleva un saludo ambiguo», e incidió en la idea de que vienen tiempos oscuros, una reflexión que hicieron suya muchos de los premiados anoche.

En las horas previas a la ceremonia de este año, Jon Garaño, en declaraciones exclusivas para NAIZ, comentaba algunas de las claves de su último largometraje: «Nuestra película habla de cómo construimos el relato, de cómo podemos llegar a apropiarnos de determinados testimonios para distorsionar la memoria colectiva. Eso te lleva a pensar en qué punto estamos como sociedad, porque hoy parece que más que lo que se cuenta, lo que te lleva a destacar es cómo lo cuentas».

Unas palabras interesantes, teniendo en consideración que este año varias de las películas nominadas hacían suyo este argumento, películas como ‘Marco’, ‘Segundo premio’ (que a la postre consiguió tres Goyas) o ‘La estrella azul’ (merecedora de dos galardones).

Falsear la Historia como peaje

Sin embargo, a la hora de conceder el Goya a la Mejor Película, la Academia estatal de cine resolvió premiar no la teoría sino la praxis. Como colofón a una tortuosa ceremonia que se prolongó más allá de las tres horas y media, el máximo galardón de la noche fue concedido ex aequo a dos films revisionistas como ‘El 47’ y ‘La infiltrada’, dos largometrajes que falsean abiertamente la Historia (con mayúsculas) como peaje necesario para conectar con una audiencia masiva y, de paso, hacerla comulgar con ruedas de molino respecto a la verosimilitud de un relato de buenos y malos, de víctimas y verdugos.

‘El 47’ (que a la postre fue la película más galardonada con 5 premios Goya) convierte una lucha colectiva en una acción individual. En su evocación de las luchas vecinales de los habitantes de Torre Baró, que tuvieron lugar en la periferia barcelonesa durante los años de la (mal llamada) Transición, los responsables del film tienen a bien omitir cualquier referencia al PSUC, organización en la que militaba el protagonista del film y que hizo posible el secuestro del autobús que da título a la película. Una película en la que, deliberadamente, se omite el adjetivo comunista y donde, sin embargo, subrepticiamente, se introduce la figura de un joven Pasqual Maragall, confiriendo una pátina buenista y socialdemócrata a un relato de lucha y resistencia.

Peor aún es el caso de ‘La infiltrada’. Con ocasión del estreno de ‘Ocho apellidos vascos’, Mikel Insausti, en su crítica de la película en las páginas de GARA, apuntaba lo siguiente: «‘Ocho apellidos vascos’ no es más que un avance de la que se nos viene encima, ahora que estamos entrando en otro periodo de paz con vencedores y vencidos». Palabras que, aunque a alguno le parecieron exageradas a la hora de cuestionar un divertimiento inocuo como el que proponía el film de Emilio Martínez Lázaro, cobran todo su valor cuando nos enfrentamos a una obra como ’La infiltrada’, que simplifica hasta el extremo (y hasta la caricatura) un escenario complejo.

Momento esperpéntico

El atribulado y deslavazado discurso de agradecimiento de la productora de la película a la hora de recibir el Goya –donde comenzó a mezclar churras con merinas y a balbucear a la hora de intentar definir en qué consiste la libertad de expresión– no fue sino el colofón a un momento verdaderamente esperpéntico que pone en entredicho el valor de estos premios.

Porque los Goya (como cualquier otro galardón, por otra parte), deberían servir para visibilizar obras de riesgo, obras de esas que rara vez concitan la atención del gran público, al menos en primera instancia, y no tanto para celebrar lo obvio. Pero en una época donde son muchas las voces que demandan la inclusión en estas ceremonias de un premio llamado a reconocer el film más popular, y con la tendencia que ha venido siguiendo la propia Academia durante estos últimos años, reconociendo películas como ‘Campeones’, ‘As bestas’  o ‘La sociedad de la nieve’, cuyo máximo aval frente a sus rivales era haber logrado el beneplácito de la audiencia, lo que aconteció anoche en el Palacio de Congresos de Granada resultaba, en el fondo, un escenario bastante previsible.

Al margen de los dos Goyas obtenidos por ‘Marco’, los profesionales del audiovisual vasco consiguieron rascar otros galardones. El compositor donostiarra Alberto Iglesias afianzó su condición de hombre récord logrando su duodécimo Goya (el séptimo que logra trabajando para Pedro Almodóvar) por su banda sonora para ‘La habitación de al lado’. Por el mismo camino va el productor de Portugalete Iván Miñambres, quien logró su séptimo Goya en el ámbito del cortometraje con ‘Semillas de Kivu’ (esta vez en la categoría de corto documental). Por su parte, el corto animado ‘Cafunè’ (financiado por el Gobierno de Nafarroa), logró imponerse en su categoría.