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En las próximas semanas…

Análisis del periodista de GARA Josu Juaristi.

Josu Juaristi. (Jon URBE/ARGAZKI PRESS)

La Unión Europea es como un chicle. No así sus ciudadanos. Las semanas decisivas, las encrucijadas, las últimas oportunidades y las líneas rojas son superadas y derribadas sin cesar y lo que ayer parecía imposible hoy es una realidad. En ese sentido, las palabras de Mario Draghi de hoy no son sino una reiteración de lo que para los estados con (graves) problemas es una pasividad suicida y para Alemania y el resto de contribuyentes netos a la caja común de la UE un prudente pasito a pasito. El presidente del Banco Central Europeo ha anunciado futuros planes para comprar deuda de los países en apuros, pero no ha desvelado ni cuándo ni realmente qué. En cualquier caso, nunca antes de una petición formal de ayuda. El BCE sigue recorriendo la senda marcada por Berlín, por mucho que Draghi lanzara la pasada semana su famosa frase de «haremos lo que sea necesario para preservar el euro», seguido de un contundente «y créanme, será suficiente». Nada se ha concretado, lo que obliga a reflexionar sobre su intención real al anunciar unas medidas en las que, de hecho, hasta hace nada decía no creer. Cuando dijo lo que dijo, la pasada semana, la situación era crítica; sus palabras calmaron en cierto modo a los mercados, que hoy vuelven a hundirse. En realidad, no son los mercados los que se hunden, sino la posibilidad, teórica, de los estados más pobres de contar con un respiro en los mismos. Los que siguen en el juego son, precisamente, esos mercados, los que especulan en ellos.

Quien aún esperaba esta mañana que el BCE empezaría a emitir dinero como loco (el famoso big bazooka) para apabullar a los especuladores y frenar la sangría habría hecho bien en leer las informaciones que la víspera habían publicado muchos medios alemanes alertando de los riesgos de tal estrategia. Sean reales o no esos riesgos, ni Berlín ni el resto de contribuyentes netos a la Unión están dispuestos aún a cambiar drásticamente de estrategia (programa de compra de bonos soberanos etc). Lo que la inacción del Banco Central Europeo (que, obviamente, no es independiente) demuestra es que Alemania y el resto de socios que fijaron las estrictas normas del Pacto Fiscal aún consideran que España y compañía deben seguir apretándose el cinturón.

El BCE viene a decir, además, que no hay alternativa a que los gobiernos pidan formalmente un rescate en toda regla, encubierto o a cara descubierta, pero rescate al estado en cualquier caso. El máximo dirigente del Banco Central Europeo y su consejo de Gobierno han declarado, rotundo, que mientras no haya petición de ayuda al fondo de rescate europeo no se activará ningún plan de compra de deuda u otras medidas hasta ahora no convencionales. Por si fuera poco, tampoco ha habido unanimidad plena en el seno del Consejo del BCE en torno a esa futura e hipotética promesa de reactivar el programa de compra de deuda (el representante alemán sigue sin verlo nada claro, porque ni una mayoría del Bundenbask ni el Gobierno federal de Angela Merkel se fían).

Si no tuviera otra alternativa a la petición oficial de rescate, Mariano Rajoy ya no podría hacer los juegos malabares practicados hasta ahora con aquello de que «solo se trata de una ayuda a la banca» (con lo feo que queda), puesto que si algo ha dicho con claridad Draghi es que una petición de ayuda conllevará una «estricta y efectiva condicionalidad». Es decir, una intervención al Estado español con todas las letras y con unas medidas recogidas en un nuevo documento («memorándum de entendimiento», lo llaman) que dejaría las vergüenzas a la vista ante todo el mundo.

En cualquier caso, no parece que nada vaya a ocurrir en la UE hasta setiembre, tal y como recogen los propios análisis del BCE que, entre otras cosas, espera a que el Constitucional alemán se pronuncie sobre el fondo de rescate permanente.

Uno de los problemas de la comparecencia de hoy de Mario Draghi ha sido que el propio presidente del BCE elevó las expectativas la pasada semana. Los máximos dirigentes europeos (de sus instituciones y/o de sus gobiernos) siguen echándose piedras contra sí mismos al no coordinar debidamente sus intervenciones. Es cada vez más extraño que esto siga ocurriendo y las habituales alusiones a la falta de un verdadero «interés común» europeo se quedan ya cortas.