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Tres herrialdes, tres lecciones diferentes para seguir avanzando

La impresión previa de que el 21-O se ventilaría en el «Stalingrado de Bilbo» ha dejado paso a la realidad de que tanto en Bizkaia como en Gipuzkoa y Araba ha habido resultados y conclusiones interesantes. Ansa repasa lo ocurrido herrialde por herrialde fijándose más en las tendencias que en la foto fija, para concluir que «ganar se hace transformando».


Las elecciones del 21 de octubre nos sitúan ante un panorama analizable desde varias ópticas. En cuanto a la batalla por la hegemonía, se ha completado un nuevo capítulo electoral en tres de los siete herrialdes que componen nuestra geografía, con un claro y nítido vencedor: el PNV. Consigue una victoria electoral contundente en Bizkaia, otra muy importante en Araba, y una victoria política y moral en Gipuzkoa.

El mapa parlamentario resultante de las sumas de los tres herrialdes coloca al PNV en una excelente situación para centralizar y articular políticamente el inmediato futuro. La aritmética parlamentaria, tan caprichosa y a veces hasta arbitraria, ha dado un resultado cuanto menos curioso. La fórmulas transversales al eje nacional se dan de la siguiente manera: PNV y PP suman 37 parlamentarios, y EH Bildu y PSE-EE se quedan también en 37. Una combinación de numerosos factores numéricos ha colocado a Gorka Maneiro en una situación en la que difícilmente se pueda sacar mas partido a un solo escaño. Por otra parte, la división del quinto espacio, el federalista de izquierdas, no solo lo ha conducido al desastre, sino que ha desfigurado la foto real de la sociedad vasca en el Parlamento. La suma de esas fuerzas en una sola les hubiera otorgado una presencia parlamentaria clave para condicionar la política social de la Comunidad Autónoma Vasca.

Todas estas circunstancias se han conjurado para que el PNV pueda repartir juego sin que nadie realmente le pueda condicionar por ninguno de los flancos, excepto en contados temas como la fiscalidad, que no parecen que puedan alterar excesivamente la política de Lakua. En este contexto, el nuevo lehendakari tendrá un reto fundamental, y no será otro que la necesidad de actuar en clave de país en el triángulo de cuestiones capitales en las que se encuentra ahora mismo: la cuestión social, la cuestión nacional y la resolución del conflicto, sus consecuencias y sus causas. La responsabilidad en estos tres terrenos es compartida, y los acuerdos se deben realizar desde esa visión compartida. Y es que, en momentos cruciales, y este sin duda lo es, se ha de actuar con altura de miras. No hay otra. Y ahora hay que centrarse en la crisis, sí. Hay que dar soluciones a los problemas del día a día, también. Pero al mismo tiempo se ha de elevar la mirada más allá para empezar a armarse de instrumentos que como país necesitamos para construir el futuro. No valen las recetas cortoplacistas si no se acompañan con cambios de fondo. En este sentido, tras un intenso ciclo de año y medio con tres disputas electorales, el futuro inmediato ofrece la posibilidad de una relajación electoral que se debe aprovechar para avanzar como país.

¿Cuál es el grado de responsabilidad e implicación que Iñigo Urkullu y su partido están dispuestos a asumir? Porque parece evidente que la mera gestión de unas competencias estatutarias no conducirá a una satisfactoria salida de un modelo socio-económico y político en crisis estructural.

Centrándonos en los resultados, en un trabajo anterior analizábamos tres frentes electorales, uno por provincia, que en mayor o menor grado contemplábamos serían claves. Aunque el frente de Bizkaia ha sido el que ha marcado la diferencia, no ha resultado tan decisivo como se preveía. Y es que la batalla principal se la ha plantado el PNV a EH Bildu en la retaguardia, en su propio terreno, en el supuestamente infranqueable feudo de Gipuzkoa.

La estrategia diseñada por los jelkides, con la inestimable colaboración del PSE y del PP, ha funcionado a las mil maravillas. Se ha optado por una elevada agresividad contra la izquierda abertzale -subrayando deliberadamente que era la izquierda abertzale y no una coalición más amplia-, con unos objetivos muy claros y muy evaluables en resultados: movilización de todo su voto; capitalización del voto anti-Bildu; y, finalmente, desactivación del votante periférico de Amaiur. El PNV ha puesto toda su carne en el asador, y se ha notado. Han obtenido unos resultados impresionantes que les han conducido a una cómoda victoria global. Pero, ¿qué ha pasado y por qué con EH Bildu?

Pocos análisis preveían una caída grande de la coalición en el herrialde. Más bien se trataba de ver cuánto voto conseguía activar el PNV para recortar distancias a los que se suponía dominarían con autoridad la contienda. El resultado merece un análisis extenso y en varias claves. Una de ellas es la situación de la estructura comunicativa en Gipuzkoa, con un medio de comunicación más influyente que todos los demás juntos, que merece un capítulo aparte y un análisis especializado. Otro, las características de la propia cita electoral, y la superioridad de los jeltzales que jugaban «en casa» en unas autonómicas.

Pero, más allá de esto, EH Bildu debe hacer una reflexión interna muy seria, dándose cuenta que el resultado, más que una maldición, es una bendición. Tal como ha comentado algún militante destacado: «¡Menos mal que ha ocurrido ahora!» Y es que la bajada de 15.000 votos y la pérdida de un 12% de electores en un año no puede escapar de la autocrítica más rigurosa; una mirada honesta a la actuación realizada hasta hoy día, con el fin de revertir la situación y recentrarse en el camino.

Pero ¿qué es lo que se ha hecho mal? La gestión de Bildu, al frente de Diputación y ayuntamientos ha sido, por lo general, entre buena y muy buena. Me refiero a los datos puros de la gestión, a los números presentados, a los resultados obtenidos. En una situación de crisis profunda, Bildu ha conseguido gestionar bien la situación. Aunque quien quiera encontrar sombras a esto por supuesto las encontrará, la capacidad puramente gestora de la coalición de izquierdas y soberanista está fuera de duda.

El problema no es ese. El problema es que a Bildu no se le votó para gestionar, que también, por supuesto. Sobre todo se le votó para que cambiará las formas de hacer política, para que cuestionara el modelo establecido. Y no solo el modelo del PNV-PSE, también el modelo de los partidos que integran la coalición, y, en especial, me atrevo a decir, el de la propia izquierda abertzale.

No entraré en un análisis detallado de la tipología del votante de Bildu por falta de medios metodológicos para ello. Es obvio que este votante es muy amplio y que además se observan comportamientos diferentes de comarca a comarca a comarca, y en algunos casos de barrio a barrio. Lo que no cambia es su bajada en todos los municipios de Gipuzkoa. Apuntaré la idea de que esta bajada se debe, fundamentalmente, a la pérdida de ilusión de segmentos de votantes que no han percibido ningún cambio sustancial a dos niveles: uno, en el vuelco de la política y el modelo social en el que estaban puestas las esperanzas, a causa de una crónica indefinición de proyecto; y otro, en el cambio de las formas de hacer política de la propia izquierda abertzale. A consecuencia de ello, EH Bildu ha podido perder votos de dos alas a las que no satisfacía la situación que percibían.

En todo caso, se debe dejar claro que estamos hablando de percepción de lo que se está haciendo, lo que no significa necesariamente que eso sea exactamente lo que está sucediendo. Los cambios necesitan tiempo para ser percibidos y puede que sea natural que los resultados se resientan hasta que los proyectos se asienten, y los cambios fluyan, se entiendan y se compartan.

En el frente de Bizkaia, las fuerzas soberanistas de izquierdas han avanzado posiciones y han plantado batalla en Bilbao y Ezkerraldea, donde mejoran mientras los jelkides retroceden respecto a 2009. El dato es importante: el Stalingrado electoral de Bilbao se ha saldado con un estancamiento jelkide y un avance de EH Bildu que marca tendencia en todos los ciclos electorales.

Los resultados de Ezkerraldea, son, a su vez, significativos. EH Bildu consigue ilusionar y activar a un votante que estaba alejado electoralmente de sus ofertas. Establece así un campo base hacia una penetración más ambiciosa, que deberá conseguir si quiere tener cualquier probabilidad de éxito en la batalla por la hegemonía. Los cambios de fondo, especialmente en este país, no son nada fáciles. El discurso que la izquierda soberanista pueda dirigir a determinados segmentos que hasta ahora se han sentido alejados de posiciones abertzales, y la praxis asociada, serán absolutamente claves para avanzar sobre un campo donde solo se puede ganar terreno.

La respuesta que ha dado el electorado de Ezkerraldea o algunas zonas de Bilbao como Rekalde es un elemento muy a tener en cuenta. Ninguna fuerza política que no tenga una presencia muy importante en la conurbación más grande del país puede aspirar a ser el elemento vertebrador de Euskal Herria. La dirección que ha tomado EH Bildu en este sentido es positiva, pero solo tendrá sentido si se intensifica y se desarrolla hasta el final.

En cuanto a lo que llamábamos este de Bizkaia, se confirma la tendencia a la baja de Urkullu respecto a Ibarretxe, mientras EH Bildu logra recuperar algo de la acumulación de fuerzas que Amaiur perdió en las últimas elecciones. El resultado de la batalla electoral de Bizkaia es agridulce para las fuerzas soberanistas de izquierdas, ya que logran recuperar posiciones, aunque no suficientes.

Araba, por su parte, es escenario de uno de los cambios más interesantes e importantes que se están viviendo en Euskal Herria. Buque insignia del españolismo en los 90 y los 2000, las dos fuerzas más votadas esta vez han resultado ser el PNV y EH Bildu. Los jelkides, retrocediendo desde 2009, confirman la bajada general de PNV-PSE-PP en el herrialde, que se combina con una importante subida de las fuerzas soberanistas de izquierdas. Que esa subida, además, se dé en unas elecciones autonómicas con especial relevancia de Gasteiz obliga a poner la atención en Araba ya no como buque insignia del españolismo, sino como el ejemplo de avance de los abertzales de izquierdas.

La conexión con movimientos populares, el trabajo oculto de tantos militantes y la desaparición del contexto armado son algunas claves para entender este fenómeno, y para establecer así un modelo de estrategia y de actuación que puede funcionar muy bien en otras realidades no tan alejadas de la capital autonómica.

Y es que, ganar, esa victoria en forma de proceso dinámico, se hace transformando. Las victorias electorales son consecuencia de otras miles de pequeñas victorias, en el trabajo diario, en el compromiso permanente, en la coherencia y en la autocrítica. Aceptar las derrotas nos acerca a la victoria, y reconocer nuestras debilidades nos hace más fuertes. Porque aquí no se trata de que ganan unos ante otros, se trata de que gane la sociedad en su conjunto. Y para eso, hay que estar dispuesto a muchas cosas. La primera, a trabajar en la calle, día a día, con ilusión y sin parar.