«Estoy preparado para morir»
Alegato pronunciado por Nelson Mandela desde el banquillo de los acusados el 20 de Abril de 1964 durante el juicio por alta traición celebrado en la Corte Suprema de Pretoria, conocido como «juicio de Rivonia». Mandela fue condenado a cadena perpetua.
(...) Yo formé parte de quienes contribuyeron a la fundación de Umkhonto [Umkhonto we sizwe –La lanza de la nación-, brazo armado del Congreso Nacional Africano]. Cuando creamos la organización lo hicimos por dos motivos.
En primer lugar, teníamos el convencimiento de que la política auspiciada por el Gobierno conducía directamente a los africanos a una violencia inevitable y que, sin dirigentes responsables capaces de canalizar y de hacer suyos los sentimientos de nuestro pueblo, se producirían actos terroristas susceptibles de engendrar entre las distintas razas un resentimiento y una hostilidad jamás vista, aun en tiempos de guerra.
En segundo lugar, éramos conscientes de que al pueblo africano no le quedaba más elección que la violencia para luchar victoriosamente contra el principio establecido de la supremacía blanca. La legislación bloqueaba todos los medios legales de manifestar nuestra oposición a semejante principio, y nos hallábamos en una situación que nos conducía, o bien a aceptar un permanente estado de inferioridad, o bien enfrentarnos al Gobierno.
Optamos por desafiar la ley, aunque sin recurrir a la violencia; solo a raíz de una nueva legislación contra nuestros métodos, y tras un alarde de fuerza por parte del Gobierno para aplastar toda oposición a su política, decidimos responder a la violencia con la violencia.
Pero la violencia que decidimos adoptar nada tenía que ver con el terrorismo. Cuantos habíamos creado Umkhonto pertenecíamos al Congreso Nacional Africano (ANC), que para resolver los conflictos políticos se apoyaba en los principios de no violencia y de negociación. Entendemos que Sudáfrica pertenece a cuantos viven en su seno, y no a una colectividad, ya sea negra o blanca. No deseábamos una guerra interracial e hicimos cuanto pudimos para evitarla.
(...) No queríamos embarcarnos en una guerra civil, pero sí estar preparados en caso de que esta resultase inevitable. Cuatro métodos de violencia eran posibles: el sabotaje, la guerrilla, el terrorismo y la revolución sin límites. Optamos por el primero, y nos propusimos practicarlo hasta el final antes de tomar otra decisión.
A la luz de nuestros antecedentes políticos, nuestra elección era lógica. El sabotaje excluía la pérdida de vidas humanas, y ofrecía la mejor esperanza para el futuro de las relaciones raciales. El rencor disminuiría y, si esa política daba sus frutos, algún día podría hacerse realidad un Gobierno democrático.
(...) La experiencia nos mostraba que la rebelión proporcionaría al Gobierno pretextos ilimitados para masacrar indiscriminadamente a nuestro pueblo. Debido precisamente a la sangre de todos los africanos inocentes que manchaba ya la tierra de Sudáfrica, de cara a una acción a largo plazo, debíamos prepararnos para utilizar la fuerza a fin de preservarnos a nosotros mismos de la violencia.
Si la guerra resultaba inevitable, debíamos conducir el combate de la manera más favorable para nuestro pueblo. La lucha más viable para nosotros y la que conllevaba menos riesgos, limitando las pérdidas humanas por ambas partes, era la guerrilla. De este modo decidimos prepararnos para el futuro y prever esa eventualidad.
(...) La falta de dignidad humana de los africanos es consecuencia directa de la política ligada a la supremacía blanca. Supremacía blanca equivale a inferioridad negra. La legislación apunta en ese sentido. En Sudáfrica, solo los africanos se encargan de las tareas ingratas. Cuando el hombre blanco tiene algo que transportar o que limpiar, encarga a un africano que lo haga por él, aun cuando no sea empleado suyo.
Debido a este tipo de actitud, los blancos tienden a considerar a los africanos como una raza aparte. Olvidan que tienen su propia familia, que son capaces de experimentar emociones, que se enamoran como cualquier blanco, que aspiran como ellos a tener mujer e hijos, o que quieren ganar el dinero necesario para afrontar las necesidades de sus familias, alimentarlos, vestirlos y mandar a sus hijos a la escuela. ¿Y a qué criado o a qué peón le cabe la esperanza de lograrlo?
(...) A lo largo de mi vida me he dedicado a luchar por los derechos de los africanos. He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He anhelado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan en armonía con idénticas oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero alcanzar. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir.