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«Tatcherismo», mentiras y autoengaño

«Decían que el ébola entraría con un negro por Melilla y ha entrado con un blanco por Barajas». Con este tuit, la activista de Derechos Humanos Helena Maleno ponía de manifiesto el lunes una de las múltiples hipocresías y falsedades que se han destapado con el primer caso de ébola contagiado en Europa.

Alberto Pradilla

Porque esta es una historia de mentiras y autoengaño, que es el único mecanismo que puede permitir aplicar punto por punto el «tatcherismo» más brutal en hospitales y centros de salud y, al mismo tiempo, considerarse capaz de desarrollar una operación de alto riesgo como la repatriación de los dos religiosos con el único objetivo de sacarse una foto frente al criterio médico.

Decía el periodista Xabier Aldekoa, que de esto sabe por su experiencia como corresponsal en África, que esta es también «una epidemia de miedo». Y apuntaba una clave: «que las autoridades ayuden a mantener la calma, con hechos y con palabras». Pues bien, si en algo no ha ayudado el Ministerio español de Sanidad, con Ana Mato a la cabeza, es precisamente a tranquilizar a la población. Espectáculos tan bochornosos como la balbuceante rueda de prensa del lunes, en la que el micrófono pasaba de boca en boca mientras las repuestas escapaban por la ventana es la antítesis de la réplica sosegada de un gobernante que «sabe lo que hace».

«Los porcentajes de seguridad no son ni cero ni cien», decía el lunes una responsable sanitaria. Claro que la fatalidad existe, pero que si no tientas a la suerte, es infinitamente más probable que no ocurra nada. Especialmente, si tenemos en cuenta el nivel de despropósitos que están aflorando en los últimos dos días en un servicio (un derecho) tan básico y esencial como la salud. Es terrible que un caso trágico como el del contagio de una sanitaria que hacía su trabajo en un sector que sufre condiciones cada vez más precarias vuelva a poner el foco sobre la destrucción de la sanidad pública y la incapacidad absoluta de sus gestores políticos.

El problema es, como me señalaba recientemente una sanitaria, que el proceso comienza a ser irreversible. Y es algo que no puede permitirse. La salud pública no es una cuestión con la que mercadear para que tus colegas se llenen los bolsillos (¿quién se ha hecho rico con la privatización de los hospitales?) ni tampoco una banalidad con la que promocionarse irresponsablemente.