Hacer cola «por si acaso» y desobedecer en las urnas con total normalidad
Desde Pedralbes, la zona acaudalada de Barcelona, hasta Nou Barris, uno de sus núcleos más humildes, pasando por el centro, siempre tomado por el turismo, los colegios abrieron como si el TC nunca hubiese dicho nada. GARA recorrió diversos centros de votación para vivir de primera mano la emoción colectiva de miles de personas desobedeciendo con una papeleta.
«Pienso en toda mi familia, que murió en el exilio». Carmen Pi i Sunyer Peyrí, biznieta del expresident de la Generalitat Francesc Macià, votaba con los años de diáspora en la memoria. Junto a ella, su hermana, Josefina, acompañando a su madre, Teresa Peyrí Macià, nieta del histórico antecesor de Lluis Companys. Esta, con 93 años y en silla de ruedas, expresaba su «emoción» mientras recordaba al fundador de Estat Catalá, que terminaría fusionándose con ERC. «Todo lo hizo desde el corazón», susurraba, tras depositar su papeleta en una escuela jesuita del centro de Barcelona, cerca de la plaza Urquinaona.
La familia se exilió en 1939, con el acoso fascista. Después llegó un largo periplo desde el Estado francés hasta Venezuela y México, que concluyó con el regreso a una irreconocible Barcelona durante el franquismo. Para las tres, votar tenía mucho de homenaje. Como si, en la urna, también se introdujese un pedazo de la historia familiar. Cierto es que esta no es la consulta definitiva, pero las dos hermanas coincidían en señalar la importancia de la cita como una demostración de hasta dónde se puede llegar.
La fila, larguísima, alcanzaba hasta Gran Vía. Y eso que no eran ni las 12.00. Tocaba esperar. Tras un primer gesto contrariado, nadie se daba la vuelta. Había ganas de urna y las menciones al Tribunal Constitucional eran recibidas entre los pacientes que aguardaban turno con cara de incredulidad, como si se escuchase hablar de algo que hubiese sucedido en otro planeta. Los doce togados de Madrid podían decir misa, que las papeletas estaban listas. Cierto es que el hecho de que los voluntarios se hiciesen cargo trajo algo más de precariedad. Como los cartones con los que uno de ellos anunciaba la mesa en la que se debía votar.
La mayoría se traía el «Sí-Sí» desde casa. Pero no todos. «Creo que es inconstitucional. No se está cumpliendo la ley. Pero he venido a votar porque soy catalana y no quiero que gane el ‘Sí’. No me quiero separar de España, aunque defiendo los derechos que nos corresponden». Ángeles, vecina de Barcelona, es una de esas excepciones que confirman la regla de que únicamente los independentistas iban a llenar los colegios. Pese a considerar que «la ley no está de parte» del proceso participativo, optó por la suma y no por el boicot activo.
«Por si acaso» madrugador
La expectación de la cita se trasladó al despertador. No es que hubiese que madrugar, pero daba la sensación de que el «por si acaso» hubiese adelantado los relojes. «Por si acaso» a los Mossos les diese por identificar a los responsables de los centros o el Estado se volviese (todavía más) loco y tratase de cerrar los colegios. En la escuela Vedruna, junto al Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, en el centro del Raval, una veintena de votantes custodiaba la apertura del centro. Paseando, como quien no quiere la cosa, dos agentes se mantenían a una distancia prudencial. No tenían pinta de querer problemas, al contrario, y los electores, catalanes de diversos orígenes en uno de los barrios más multiculturales, tampoco.
«Es un derecho que tenemos y hemos venido a ejercerlo», explicaba, con sencillez, Xavier Ruiz, el primero que introducía su papeleta. Junto a él, Marta Padulles, que censuraba la actitud del Estado al vetar tanto la primera consulta como el proceso de ayer. Muy cerca de allí, en Sant Felip Neri, en el Gótico, también había aglomeración.
«Visca Catalunya lliure!», proclamaba una mujer nacida en 1935 y que recordaba la matanza franquista perpetrada en aquel mismo centro y el «háblame en cristiano» con el que le martirizaron durante su infancia y juventud. En el exterior se recogían firmas para enviar a la ONU. Dentro, Josep Torrens, coordinador de 21 voluntarios, resumía la jornada en tres palabras: «Dignidad, para defender la subsistencia de Catalunya; democracia, para evidenciar los déficits del Estado; y libertad, la de cada pueblo a decidir presente y futuro».