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El bipartidismo pide respiración asistida para evitar el certificado de defunción

Que el bipartidismo español está en crisis es un hecho, pero habrá que esperar a los resultados de hoy para certificar o no el final del modelo instaurado en la transición posfranquista.


Las elecciones locales y autonómicas confirmarán la crisis del bipartidismo, una alternancia ordenada entre la derecha española y el PSOE, pero habrá que esperar a los resultados para certificar si estamos ante el final del modelo con el que el sistema se aseguró una transición sin ruptura tras 40 años de franquismo. Y es que habrá que ver si formaciones emergentes como Podemos (o su sucedáneo fomentado desde el propio sistema, léase Ciudadanos), son capaces de, si no gobernar, sí al menos de condicionar gobiernos.

El porcentaje de indecisos y la profusión de candidaturas con posibilidades hace  difícil  adivinar unos resultados que, como ocurre siempre por mor del calendario electoral español, se mirarán con lupa de cara a las elecciones generales de otoño.

Los comicios de 2011, en los que el PSOE perdió siete puntos y el PP pintó de azul casi todo el mapa autonómico avanzaron la mayoría absoluta que lograría Mariano Rajoy meses después, llegando por fin, tras dos intentos, a La Moncloa.

2011 era el cuarto año de crisis demoledora en la España del ladrillo y el pelotazo, y la gestión del PSOE, que tragó con los recortes impuestos por el rescate de la UE, le condenó. Como ocurrió en 2004, cuando no fue el PSOE de Zapatero sino las consecuencias y reacciones a los atentados del 11-M las que decidieron los comicios, en 2011 la crisis ofreció el triunfo en bandeja al PP.

El PP lo tiene ahora más difícil. Su gestión neoliberal de la crisis no desmerece, al contrario, a la que hizo el propio Zapatero. Y a eso se han sumado unos escándalos de corrupción (Gürtel, Bárcenas…) que han convertido a este partido, y en general a toda la clase política, en el blanco de las iras.

El PP confía en los signos de recuperación macroeconómica –a costa de la precarización laboral y del sistema de protección social– y en el tradicional voto oculto de la derecha para dar la vuelta a unos sondeos que le auguran una importante sangría de votos. Reeeditar el 37% de las locales de 2011 es un sueño –el 42% de las generales es historia–. Su esperanza radica en ser (también lo fue en las municipales de 2007) el más votado, lo que espera le lleve a un nuevo triunfo en las generales.

Da, eso sí, por descontado, que perderá casi todas las mayorías absolutas de las que disfruta en la inmensa mayoría de las 14 comunidades autonómicas que celebran comicios y corre el riesgo de perder alcaldías de importantes ciudades, sobre todo tras el aviso en las recientes elecciones andaluzas.

¿Y a qué aspira el PSOE de Pedro Sánchez? Un resultado en votos por debajo del 27%  de 2011 –los peores comicios electorales de su historia– sería un fracaso indisimulable para el candidato a suceder a Rajoy. Su consuelo residiría, en todo caso, en ser  segunda fuerza –hasta primera– en muchas circunscripciones locales y regionales para liderar las negociaciones para formar gobiernos. El bloqueo en Andalucía advierte del riesgo de que ese premio de consolación puede ser un callejón sin salida.

Todo dependerá del resultado de las distintas marcas con las que se presenta Podemos, y de Ciudadanos. Se da por seguro que el PP y el PSOE sumados no lograrán el 65% de los votos  de 2011 –algunas encuestas no les auguran más de un 50%–.

Podemos surgió precisamente como un intento de dar expresión política al movimiento del 15-M, que  coincidió con el período electoral de aquel año. Creada en 2014, el ascenso de la formación de Pablo Iglesias fue fulgurante en los sondeos. Muchos le auguraban la victoria, y no solo en cuanto a intención de voto directo. La conjunción de una campaña de acoso y derribo mediático con una serie de errores y la inteligente decisión del PSOE andaluz de forzarle a que saltara prematuramente al ruedo de unas elecciones, en Andalucía, que no eran las suyas, han frenado sus expectativas.

Pero tampoco son las locales y las autonómicas sino las generales el objetivo fijado desde un inicio por Podemos. Es posible que llegue gastado, pero un buen resultado –no digamos un triunfo– en Barcelona y/o Madrid (sin desmerecer otras sorpresas) le devolvería  aire.
Un aire que ha perdido por la operación política y mediática que ha consistido en impulsar a Ciudadanos –una formación nacida desde la reacción jacobina contra la inmersión lingüística catalana–, que es presentada como la alternativa amable a Podemos. Cuando en realidad la formación de Albert Rivera, rebautizada como el partido del IBEX-35 (que cada cual saque sus conclusiones), no es más que lo mismo. O peor: es la versión moderna del españolismo más rancio.

¿Y IU? Laminada por Podemos, su esperanza reside en no quedar por debajo del mínimo (entre un 3% y un 5%) para lograr presencia en asambleas autonómicas y consistorios. Lo mismo espera el PSOE, que aspira a dividir el voto a su izquierda. Una lección, la de la eterna subordinación de IU, que convendría Podemos no olvidara.

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