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Serbia: la puerta irregular que conduce al sueño europeo

Expulsadas de una Grecia con amenazas de internamiento en campos, miles de personas atraviesan estos días a pie o en tren los Balcanes. Su objetivo: cruzar a Hungría y saltar luego al centro-norte de Europa. Serbia es en una de esas puertas al sueño. O a la pesadilla.


Si no abandonáis Grecia en seis meses os encerraremos en un campo de refugiados». Anahita Osman tardó tan solo dos días en cumplir la exigencia de las autoridades griegas: que se fuese del país heleno camino de Macedonia de la misma manera irregular en la que entró. Junto a sus antiguos compañeros de regata, que hoy son de tren y mañana serán de carretera, ha recorrido más de 1.000 kilómetros durante varios días hasta llegar a Serbia, una de las abarrotadas puertas que conducen al sueño europeo.

En el camino corrió al ritmo que su madre podía soportar, sufrió las adversidades orográficas y fue interceptada por las Fuerzas de Seguridad: «A veces pegan a la gente y eso nos atemoriza aún más». Si las cosas van como ella espera, ahora transitará por Hungría: el final de la peligrosa ruta balcánica y el que Anahita considera como comienzo de una nueva vida. Un sueño compartido por decenas de miles de seres humanos que han abandonado sus países por los conflictos bélicos y que ha creado una crisis humanitaria en la entrada de Europa.

A sus 30 años, Anahita ha conocido dos complejas existencias: la primera como kurda en Siria y la segunda como refugiada en el Estado turco. Ahora recorre senderos inhóspitos para probar suerte por tercera vez. La contundencia con la que asegura que no utilizará más los servicios de las mafias contrasta con sus dudas de lo que hay más allá de Serbia: «No les daré ni un centavo más, solo nos dicen dónde está un camino que ya conocemos... pero, ¿cuál es el más seguro en la UE para llegar a Alemania? ¿Es mejor usar tren, autobús o un coche alquilado?».

Esta incertidumbre es la tónica para quienes huyen de la guerra en Siria e Irak o de conflictos eternos como el de Afganistán y Somalia. Muchos de ellos también desconocen que con casi total probabilidad pasarán seis meses en los campos de refugiados de algunos de los países a los que miran como el nicho de las oportunidades. Es la jaula de oro en la que el pájaro lleva su nombre escrito. En el caso de Anahita, no será Grecia. Ella quiere ir a Alemania para recoger a su prometido y volar a Canadá, en donde ha conseguido vender varias obras de arte que han posibilitado su incursión en la caravana de los parias. «Él no sabe que estoy viniendo. Nunca me dejaría hacer esta ruta porque es peligrosa, pero no hay otra opción. Quiero llegar a Alemania para hacer sus papeles e irnos a Canadá; los míos ya están listos y además tengo hasta un trabajo» destaca en uno de los dos parques colindantes a la estación de tren de Belgrado, un improvisado centro de paso para miles de inmigrantes.

La ruta de Anahita comenzó hace una semana. En este periodo ha navegado durante cinco horas en una lancha abarrotada de sirios; también ha cruzado dos porosas y adversas fronteras. «En Macedonia he pasado mucho frío, no teníamos agua y apenas comida. La policía nos cogió y tuvimos que ir por otro camino y subir montañas. Yo puedo soportarlo, pero para mi madre es más complicado», rememora. Esta maestra de inglés oriunda de Alepo estuvo durante un año en el Estado turco. Allí trabajó como traductora y profesora, pero su sueldo apenas llegaba a las 400 liras (unos 140 euros). De sus cinco hermanos, tres ya residen en Europa, otro está ahora con ella y el último no ha podido seguir sus pasos por carecer de los recursos económicos para llegar a Grecia.

A punto de ahogarse

En su travesía por las aguas del mar Egeo, su madre pudo fenecer cuando su lancha fue hundida por el conductor, normalmente un inmigrante relacionado con la mafia que obtiene la plaza gratis.

«En 9 metros de plástico había 50 personas. Todos pagamos 1.100 dólares por un viaje rápido desde el Estado turco, pero fueron cinco horas hasta la isla de Samos. La patrulla marina nos interceptó y el sirio que dirigía la lancha la hundió para no ser capturado. Allí todos éramos sirios, pero ninguno ayudó a las mujeres y niños. Podíamos haber muerto», recuerda indignada.

Los datos de ACNUR desvelan que el flujo de refugiados y/o inmigrantes que cruza el Mediterráneo se ha incrementado en los seis primeros meses de 2015 hasta en un 83%. En el camino más de 1.800 personas han muerto, con el significativo caso del carguero King Jacob, tragado por el mar el pasado abril con cerca de 800 «irregulares» procedentes del norte de África.

El negocio de la guerra

La mayoría de los inmigrantes que llegan a Belgrado se quedan un par de días, hasta que hay alguna plaza libre en los transportes que conducen a la región fronteriza de Subotica. Anahita duerme a la intemperie mientras su prima corretea por el parque. «Ha perdido a su padre en Siria», dice mientras mira a esta hiperactiva niña que de forma constante saca su lengua por el hueco que perteneció a sus dientes de leche. Otros, como Ivo Reshid y sus compañeros de Afrin, alquilan habitaciones en hoteles. Pagan 12 euros por cada noche, cuando el precio real es de 8. «Es lo que nos pasa en todos los países, somos un negocio», dice este kurdo de 19 años que pasó los últimos cuatro años como panadero en el Estado turco. No es el único caso de negocio derivado del drama. Serbia es conocida por su excelente parrilla. Muchos inmigrantes son musulmanes y no pueden comer cerdo. «¿Lleva cerdo?», preguntaba un iraquí en uno de estos locales. «No cerdo», respondió el empleado. Dos días antes esta misma persona me explicó que la carne es mixta.

Estos problemas se unen al apetito monetario de las mafias, que aprovechan la desgracia para apuntalar su dilatado negocio con prostitutas y tráfico de drogas y personas. «Son los principales beneficiarios de la guerra», repite Ivo. A diferencia de Anahita, este kurdo usará las rutas preparadas por las mafias locales para alcanzar la UE. En total pagará unos 3.000 dólares: 1.000 por cada frontera hasta llegar a Hungría. Es el cuantitativo precio de la guerra, que en el caso de los afganos o somalíes es mayor. «Ellos se esconden entre nosotros para no ser detectados porque solo tienen derecho a estar 30 días y por eso necesitan pagar aún más a las mafias», explica Ivo. Una vez en la UE, quienes tienen familiares conocen la situación: el rechazo de los habitantes locales infundido por políticos ansiosos por pescar votos. El resto, la gran mayoría, se queda en blanco, con su inmaculada idea de la UE.

El neopopulismo ha conseguido vender la imagen de unos países desbordados por la marea inmigrante. Pese a recoger un mínimo porcentaje de los refugiados sirios, el movimiento xenófobo europeo no han dejado de crecer en los últimos meses. En Hungría, el gobierno de derechas de Viktor Orban está construyendo un muro de 175 kilómetros en la frontera con Serbia. La respuesta que ha dado ante las críticas es que Bulgaria –que ya candó sus fronteras en 2013– también tiene uno. En Eslovaquia, la población de Gabçikovo rechazó en referéndum albergar a un puñado de refugiados provenientes de Austria. Según ACNUR, más de un tercio de los que inician la peregrinación a la UE son sirios. Desde que comenzó el conflicto solo se han registrado 278.551 peticiones de asilo de sirios dentro de Europa, la mitad firmadas en Alemania y Suecia. Un problema irrisorio si miramos el caso del Líbano, que ha acogido a un millón de sirios hasta ver incrementar su población en un 20%. O Turquía, con 2 millones de sirios.

Los números facilitados por el último estudio de Amnistía Internacional, publicado en julio de 2015, reflejan que entre enero y mayo de 2015 más de 22.000 personas han pedido asilo en Serbia, 6.000 más que en todo 2014, cuando tan solo se aprobó una petición y otras cinco subsidiarias. Además, muchos otros no han realizado el papeleo porque consideran este país como una región de tránsito. En Hungría, la siguiente parada de la ruta, la cifra de inmigrantes que cruzaron la frontera desde Serbia durante 2015 superó en mayo los 60.000, un 30% más que en todo 2014 y un 2.500% más que en 2010. Datos aún más exagerados llegan de Grecia, país ahogado por la crisis pero al que llegan a diario cientos de inmigrantes irregulares que apuran las buenas condiciones climáticas del verano. En todas estas regiones AI ha denunciado la precariedad en que subsisten: sin tratamiento médico, con centros de internamiento inadecuados y detenciones arbitrarias por el color de la piel.

Conflictos enquistados

La razón de la creciente ola de inmigrantes irregulares es la escasa confianza para solucionar los conflictos en Iraq, Siria y Libia. Su devenir sigue marcando los debates entre los numerosos sirios que transitan por Belgrado. Mientras discurre la conversación con Anahita, un kurdo sirio se acerca para mostrar la foto de su hija, una militante del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. «Ya no está aquí, es un mártir más de nuestro pueblo. Ella no volverá a Kurdistán al igual que yo», dice orgulloso, sin querer desvelar su nombre.

Ivo tiene a cuatro de sus hermanos luchando en Siria con las milicias YPG. Él tampoco desea volver a Siria porque «no se podrá vivir allí en muchos años. Además, en Europa hay mucho dinero». Su ilusión es poder llevar a su familia a Suecia, pero primero debe abrir el candado europeo. Anahita es consciente de que su vida no será fácil en ningún lugar, pero repite que debe intentarlo: «Me gustaría volver algún día a Siria, pero cuando Al-Assad se vaya llegará el momento de la revancha, de otra guerra por el liderazgo. Será más de lo mismo. Tengo que intentar llegar a un lugar en donde me den una oportunidad para vivir con dignidad».