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Autocrítica: a cinco columnas y en mayúscula


Este mes de noviembre se cumplen diez años del inicio del juicio por el macrosumario 18/98. A mí me parece que fue ayer, pero resulta que no pocos compañeros de redacción eran apenas adolescentes en aquellas fechas, así que habrá que concluir que algo sí que ha llovido.

No lo suficiente, con todo, para olvidar la experiencia que supuso cubrir aquel juicio, un privilegio desde el punto de vista profesional, claro, y también humano, por haber conocido y convivido, siquiera de refilón, con personas de una talla intelectual y una integridad tan grande que abrumaba. Aquellos 16 meses fueron un compendio de emociones y también un cursillo acelerado –bueno, no tanto–, sobre cómo funciona el mundillo del periodismo y los intereses a los que se debe.

Porque en el primer día de vista nos costó encontrar sitio en la sala de prensa habilitada para seguir el juicio; al día siguiente ya entramos holgadamente; una semana después sólo quedábamos un puñado y... bueno, no podría decir cuántas sesiones las pasé solo en ese sótano funcional de la Casa de Campo. Para la mayoría no hubo noticia en ese año y medio; si acaso, cuando la escandalera habitual provocada por la señora Murillo se iba de madre mandaban a alguien. Tanto que nos hablan de relato, y cuando había algo importante que relatar pasaron de hacerlo.

Llegó la sentencia de la Audiencia Nacional, luego el fallo del Supremo –y la confesión de que no había motivo para cerrar “Egin”–, las detenciones, un par de titulares y vuelta al blackout. Medio centenar de ciudadanos y ciudadanas han pasado un montón de años en la cárcel por el morro, entre ellos el director y la subdirectora de un diario, dos periodistas como la copa de un pino, y algunos no han dicho nada. Y ahora nos vienen con un serial sobre la autocrítica y sus bondades. Pues anda colegas que estáis como para dar lecciones a nadie. Ongi etorri, Salu!