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El réquiem más acusador de un crimen de estado que ha escrito la música

Sucedió hace cuarenta años. El 3 de marzo era jornada de huelga general en Gasteiz, ciudad en la que la Policía Armada disparó balas contra una asamblea de trabajadores. Esa noche Lluís Llach compuso una cantata épica, una obra sublime que todavía hoy grita contra el olvido.


En su momento fue un estremecedor homenaje a los muertos y, sobre todo, un grito de condena coral, de incontenible ira. Lluís Lach, cantautor perseguido por la represión franquista, acababa de regresar a Catalunya tras su etapa de exilio en París. Puso letra y música a “Campanades a morts” el mismo día en que sucedieron los hechos. La canción habla de tres muertos –los que se conocieron esa noche–, aunque posteriormente la cifra ascendería a cinco. Una huelga general había llevado a cientos de trabajadores a una asamblea en el interior de una iglesia en la capital alavesa. La Policía ordenó el desalojo. El párroco intentó impedirlo basándose en el Concordato con la Santa Sede, pero fue inútil. Impelidos por los botes de gas lacrimógeno lanzados al interior, salieron del templo en masa, asustados y con síntomas de asfixia. Fuera les aguardaba el pánico y la muerte. Pedro María Martínez, trabajador de Forjas Alavesas, de 27 años, y Francisco Aznar, operario de panadería y estudiante, de 17, murieron en el acto por disparos de bala. Romualdo Barroso (19 años), José Castillo (32)  y Bienvenido Pereda (30), más tarde en el hospital. Los heridos superaron el centenar. «Que manden fuerzas aquí, que hemos tirado más de 2.000 tiros. Cambio», se escucha en una de las comunicaciones entre agentes y mandos durante la masacre. Aquel 3 de marzo de 1976, Llach compuso de un tirón una canción intensa y trágica, que sería icono y referencia en la larga noche del franquismo sin Franco y, ante todo, una enérgica declaración política contra el olvido. Un año más tarde fue grabada en disco, con una orquesta sinfónica dirigida por Manel Camp y la Coral Sant Jordi por Oriol Martorell.

Así nació la cantata dolorosa y poderosa que hoy todavía sobrecoge. Son diecisiete minutos en los que el réquiem fúnebre abre la puerta a un clamor de coros y orquesta, que va in crescendo, hasta llegar a una intensidad emocionante. La voz desgarrada de Llach, su angustiosa descripción de lo ocurrido y la pasión fonética que envuelve el repetido grito de «assassins, assassins» convirtió el disco en un documento sonoro histórico, una rotunda declaración política y quizá en el testimonio más acusador y valiente de un crimen de Estado en la historia de la música. «Assassins de raons, de vides, que mai no tingueu repòs en cap dels vostres dies i que en la mort us persegueixin les nostres memòries» (Asesinos de razones y vidas que nunca tengáis reposo en ninguno de vuestros días y que en la muerte os persigan vuestras memorias).

Llach orquestó una obra magistral pero, más allá de su calidad artística, “Campanadas a morts” quedó como símbolo de la mentira en que se sustentó la denominada transición democrática. Cada vez que suena se hacen presentes los crímenes de Estado de una etapa negra, falsamente presentada como idílica y ejemplarizante. «Lo que pasó fue terrible –aseguraba Llach años después–. Pero ha sido casi más terrible el cemento de olvido que se ha echado encima».

La influencia de la canción alcanzó a varias generaciones. El cantante Fermin Muguruza recuerda el «enorme impacto» que a sus catorce años le produjo escuchar a Lluís LLach cantando «asesinos de razones y de vidas», o «diecisiete años solo, y tú tan viejo». «Una obra imprescindible para entender toda mi trayectoria musical», asegura el músico. En 1986 referenciaría el tema en “Hotel Monbar”, de Kortatu, donde canta «han vuelto a sonar campanadas a la muerte» mientras suena la misma campana que se escucha en el disco del cantautor catalán.

También el director de cine Lluis Danes, que en 2006 preparaba un documental sobre Llach, impresionado por la canción, viajó a Gasteiz para conocer de cerca lo ocurrido. La cantata le llevó a cambiar el proyecto. Presentó así el film “La revolta permanent”, un relato y una denuncia de lo ocurrido que seguía la estela de “Campanades a morts˝.