Palmada en la espalda y hasta la próxima
El Palacio de Versalles se sitúa a apenas una treintena de kilómetros de París. Referencia de la monarquía absolutista, en los recovecos de sus jardines y en los vértices oscuros de sus magnas dependencias se decidieron los destinos de no pocos colaboradores de los monarcas. El capricho real, o las pasiones que ofrecen un retrato más perverso del ser humano, eran los criterios por los que se decidía el ser o no ser de un próximo. No en vano Versalles era la sede del Consejo del Rey, en el que el monarca-Estado, acompañado de sus fieles consejeros, repartía prebendas, a una minoría agraciada, y desproveía de todo a la desafortunada mayoría.
Alguien puede pensar que la que escribe ha perdido la cabeza, como los últimos representantes de una monarquía que arruinaba al pueblo con sus guerras. Versalles y sus contubernios son el viejo mundo. Nada que ver con una democracia representativa consolidada como la francesa que elige a su presidente. Menos oportuna es la comparación cuando afecta a un mandatario que sólo lleva un mes en el republicano palacio del Elíseo.
Y, sin embargo, ayer, camino al almuerzo, el ya exministro de Justicia se refugiaba en una no explicación, quizás causada por los efluvios de la canícula, pero en todo caso muy versallesca. «No he dimitido, simplemente no estaré en el nuevo Gobierno», expresaba ése al que el escribano de Matignon debería considerar bautizar como François «el breve».
El alcalde de Pau, previsor él, no dimitió del cargo al ser nombrado ministro y vagaba cual ángel caído de la corte macroniana. En esos escasos metros desde la sede parisina de MoDem y el restaurante rumiaría, seguro, algunos recuerdos.
Nicolas Sarkozy acusó de traición al bearnés cuando éste apoyó a Alain Juppé con vistas a las primarias de la derecha. Un compromiso que no le impidió luego cruzar a la orilla de Emmanuel Macron. La daga removía la herida abierta por el respaldo de Bayrou a Hollande en la presidencial de 2012. El ya expresidente, eso sí, dio esquinazo al centrista al poco de llegar al Elíseo. Y su sucesor, Macron, ha repetido ahora el añejo esquema de palmada en la espalda y si te he visto no me acuerdo.
Aunque, a la vista de que ciertos hábitos cortesanos no caducan, y también del tono de pleitesía que empleó Bayrou en su despedida, lo más prudente sería cerrar este capítulo con un «hasta la próxima».