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Sin noticias del cielo

El fracaso de las tres últimas cosechas y la sequía que afecta a los países del Cuerno de África han dejado a 25 millones de personas en grave riesgo de inseguridad alimentaria. Paradójicamente, los países que menos contribuyen al calentamiento global son los más severamente afectados por sus consecuencias.


Ekeru no entiende de cumbres de clima, ni de reuniones del G7, ni de calentamiento global del planeta. Tampoco sabe que Donald Trump, el estrafalario presidente de Estados Unidos, acaba de salirse de los acuerdos de París que luchan contra el cambio climático a pesar de que su país es el segundo emisor de dióxido de carbono del mundo, solo superado por China.

El cielo lleva ya dos largos años dando malas noticias en este abandonado rincón del planeta. En la aldea de este pastor, situada en la región de Turkana, al norte de Kenia, el paisaje ha cambiado de forma brutal en los últimos años. Los lugareños estaban acostumbrados a ciclos de sequías cada cierto tiempo, pero la falta de lluvia lleva meses siendo alarmante. Antes de la gran sequía, Ekeru, de 53 años, poseía 30 cabras, 15 ovejas y dos camellos. La leche y la carne no faltaban en su casa, y sus dos esposas vendían los excedentes en los mercados locales para conseguir dinero y poder comprar otros alimentos. Ahora, Ekeru cuenta con seis cabras y cuatro ovejas. Sus dos camellos han muerto de sed y hambre. Una de sus mujeres ha huido con sus hijos en busca de un lugar más habitable. La otra sigue a su lado y contribuye en casa quemando los pocos árboles que quedan en pie y vendiendo el carbón para poder comprar alimentos básicos como harina de maíz.

Es tan solo un minúsculo punto de una crisis que tiene un mapa mucho más amplio: además de Kenia, otros países fronterizos del Cuerno de África viven una situación de emergencia. «La situación general en la región, especialmente en países como Kenia, Somalia, Etiopía y Sur Sudán, es verdaderamente crítica», sostiene Zacharia Imeje, portavoz regional de Asuntos Humanitarios y de Emergencia de World Vision para África Oriental. «Tenemos cerca de 25 millones de personas severamente afectadas por la sequía y por los diversos conflictos, y si no respondemos pronto a las necesidades de esta gente corren serio riesgo de morir».

Desplazados

La crisis humanitaria ha obligado a 3,7 millones de personas en Etiopía, Kenia y Somalia a dejar sus hogares y desplazarse dentro de sus propios países o a los estados vecinos, según el último informe de Impacto Humanitario de la Sequía en el Cuerno de África publicado por la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).

«Hemos visto que las lluvias de primavera llegaron tarde y fallaron, y la cantidad de lluvia que cayó estaba muy por debajo del promedio, afectando gravemente a los cultivos y causando la muerte del ganado y la hambruna de la población», afirma desde Nairobi Dirk-Jan Omtzigt, analista de OCHA para África del Este y del Sur. Según este experto, existen tres colectivos en grave riesgo. «El primer grupo son los pastores, gente que perdió todo o casi todo su ganado y se han quedado sin nada», señala. «Después encontramos a los agricultores, que ya no pueden cosechar y han perdido su principal fuente de alimento y subsistencia». Por último, hay que destacar a los niños, que «dejan de ir a la escuela, carecen de una dieta mínimamente saludable y no tienen acceso a agua potable, lo que multiplica sus posibilidades de enfermar y de morir».

Las previsiones no son muy esperanzadoras. Si las lluvias no vuelven pronto, 5,4 millones de niños de la región corren el riesgo de sufrir de desnutrición aguda a final de año. En la sede de Save the Children para todo el Cuerno de África, situada en Nairobi, el trabajo se ha multiplicado para tratar de atender la crisis en todos los países de la zona. Los centros sanitarios que la organización tiene desplegados por toda la región están recibiendo cada vez más niños y en peores condiciones de desnutrición severa y aguda. «Las cifras son realmente sobrecogedoras», comenta Waringa Ng’ang’a, responsable de operaciones regionales para el Cuerno de África de Save the Children. «Hay que reaccionar con mucha rapidez, porque miles de niños van a morir si no reciben asistencia y comida en los próximos días».

La malnutrición va siempre acompañada del riesgo de sufrir enfermedades. «El cólera y el sarampión son ahora los principales enemigos contra los que luchar», explica. «Mientras hablamos, 50.000 niños están afectados por el cólera en Somalia y el norte de Kenia». Los niños que no han comido son mucho más susceptibles a enfermar y esas enfermedades, según Waringa, «se propagan de forma veloz en entornos en los que se asientan los refugiados, generalmente muy masificados y con graves carencias de higiene y acceso a agua potable».

Inflación... ¿programada?

La inflación –superior al 11%– y la subida de precios de alimentos básicos ha sido otro de los daños colaterales de la sequía. «Ha habido un grave deterioro en lo que se refiere al acceso a la alimentación, los precios se han disparado debido a la escasez y la mayoría de las familias están sobreviviendo con apenas una comida al día», afirma Waringa. «Esta sequía ha provocado que vivir sea hoy mucho más caro en Kenia», manifiesta Anzetse Were, economista keniana. «Los kenianos sienten que su dinero ya no cunde tanto como solía, y la alta inflación ha afectado de forma dramática a las familias de clase baja, que ahora tienen que decidir entre tener algo de comida en la mesa o llevar a sus hijos al colegio», explica. Meses antes de las elecciones presidenciales kenianas, que tuvieron lugar el pasado 8 de agosto bajo denuncias de amaño por parte de la oposición, el clima social era irrespirable. El precio de la harina de maíz, producto con el que los kenianos cocinan su plato favorito, el ugali, subió por encima del 30%, y otros productos básicos como el azúcar o la leche también vieron disparados sus precios.

Algunas voces han denunciado que la sequía está siendo usada como excusa para especular con el precio de los alimentos y hacer oscuros negocios con el hambre de millones de personas. «Desde marzo venimos siendo testigos de una escasez de alimentos ficticia, creada por el Gobierno por intereses económicos y políticos», comenta Victor Amadala, analista y periodista keniano. «Veníamos de una buena cosecha pero las élites políticas decidieron ocultar el maíz y provocar así un aumento de los precios». Amadala sostiene que de esta forma «el Gobierno intercambió votos por paquetes de harina de maíz», además de apuntar que varios políticos y empresarios obtienen «grandes beneficios» de la exportación de maíz o azúcar.

Lejos de Nairobi, de la política y también de los supermercados, Ekeru se resigna a su suerte sin saber muy bien qué le ocurre a su país y qué sucede en el planeta. En su comunidad, un joven activista llamado Ekai Nabenyo –el primero que consiguió estudiar en la universidad– se afana en sensibilizar a sus vecinos sobre el cambio climático en un área con una tasa de analfabetismo superior al 80%. «Los pastores piensan que la falta de lluvia es algún castigo de Dios por pecados que hayan podido cometer», explica Ekai, que tuvo la oportunidad de representar a su condado –Turkana– en la Cumbre del Clima de París en 2015. «Los turkana siempre han estado en armonía con su tierra. En esta comunidad de pastores, la tierra tiene importancia cultural y social y se cree que pertenece a nuestros antepasados. La gente ha notado los cambios en su entorno y está muy preocupada por el futuro. No entienden completamente el vínculo entre estos cambios y el cambio climático».

Aún recuerda una tierra fértil, verde, con ríos caudalosos y gran variedad de fauna y flora. Todo eso ha desaparecido por culpa del calentamiento global que todavía hoy algunos niegan. «Si no tomamos medidas, podríamos perder nuestros hogares y nuestra forma de vida», comenta. «Por culpa del cambio climático, muchos jóvenes africanos se han visto obligados a emigrar a los barrios marginales de las ciudades, donde han perdido su forma de vida y su esperanza para el futuro».

Dirk-Jan Omtzigt, analista de OCHA para África del Este y del Sur, considera fundamental tomarse muy en serio el cambio climático. «La gente más pobre del mundo vive aquí, y el impacto aquí es mucho más grave que en otros lugares», explica. «Paradójicamente, estas personas son las que menos contribuyen al calentamiento global pero sufren más sus consecuencias, y esa es una injusticia que es necesario abordar».

Ekeru sigue mirando al cielo a diario, aunque con poca esperanza. «Es cuestión de tiempo que muramos de hambre», se resigna. «Si la sequía continúa así acabarán muriendo todos los animales, y después iremos nosotros».