La vida en un instante
Un solitario gol de Aduriz salva a un Athletic que se entregó hasta el final y se mantiene vivo, no sin sus buenas dosis de sufrimiento.
ATHLETIC 1
OSTERSUND 0
Carles Rexach decía que «lo que se hace sufriendo no puede salir bien. Para jugar al fútbol no se debe sufrir». Ya, y los vikingos portaban cuernos en lo alto de sus cascos, bebían cerveza en calaveras y eran altos y rubios. Sufir es algo inherente al género humano, a la vida, al fútbol e incluso a la Europa League. Bien lo sabe este Athletic al que anoche le costó sangre, sudor y, menos mal que no lágrimas, vencer por la mínima a unos vikingos suecos que desembarcaron en Bilbo, como prometieron, no a hacerse fotos con los jugadores locales ni dejarse impresionar por San Mamés. Porque al que estuvo a punto de hacérsele largo el partido, como reclamaba Williams en la previa para su rival, fue al propio conjunto rojiblanco. Hasta el minuto 70 de partido tuvo que esperar para que el hambre insaciable de Aduriz se llevara por delante el agustioso empate a cero, cabeceando a la red un balón escupido por el larguero a remate previo a bocajarro de Raúl García. La vida en un instante. Sufrimiento hasta entonces porque la pelota no quería entrar, por la falta de pericia arriba, porque los segundos corrían; sufrimiento en el tramo final incluidos esos cuatro minutos de prolongación, hasta ese pitido final que liberó toda esa tensión aún acumulada que ni el gol de Aduriz había consiguido soltar del todo. Merecido triunfo más por empuje, determinación, garra que por el fútbol que todavía sigue siendo una incógnita en San Mamés a no ser que se limite a las cualidades y características de los leones desde que el fútbol es fútbol. Ayer les dio para dominar y ganar por la mínima a un rival voluntarioso, generoso con el trato del balón, asequible, pero capaz de hacerle tragar saliva a este Athletic que sufre y sufrirá.
Prometía la salida del Athletic, urgido por la necesidad no solo de marcar, sino de mostrar sus intenciones desde el minuto uno, poniendo cerco a la meta sueca y apretando muy alto. La finalidad parecía clara, robar en la salida de balón y generar ocasión de gol. La idea era la esperaba y la única posible. El problema fue que apenas sí una sola vez los rojiblancos consiguieron en esos iniciales cuarenta y cinco minutos poner negro sobre blanco su libreto. Y hubo que esperar hasta pasada la media hora para que eso sucediera, la vez en la que los bilbainos más cerca estuvieron de anotar. Antes y después, se sucedieron las llegadas, siempre por las bandas, pero siempre sin ese remate final que pusiera en aprietos al cancerbero rival. Y en ese querer y tener que correr detrás de la pelota que acariciaba sin prisa el Ostersund, al Athletic se le fue la primera parte sin dar del todo esa sensación de imponerse de manera solvente. De verse obligado pero no terminar de dar con la tecla de por dónde traducir sus llegadas por las alas en algo más que simples centros bienintencionados al área.
A esperar a la segunda mitad
Ziganda dispuso una medular en la que repetían San José e Iturraspe, volviendo a mandar de nuevo a Vesga a la grada, como ante el Barcelona. Sorprendente decisión si lo que buscas es generar fútbol y repartir cartas, así que el ataque rojiblanco se canalizó única y exclusivamente por bandas e iniciados por sus laterales, casi nunca por pases o arranques generados por ese doble pivote más preocupado por evitar las contras suecas que por comenzar jugada. Presión alta ante un rival nórdico que no tenía miedo de jugar el balón incluso rozando la temeridad, y primeras llegadas protagonizadas por un inquieto Córdoba, que firmó a los diez minutos un zig-zag que a punto estuvo de culminar Lekue. La chispa le duró al Athletic hasta ahí, porque en adelante, aun llevando la iniciativa, sufría para quitar la pelota al contrario y cuando lo hacía no era en situaciones para generar peligro inmediato.
Cierto que el Ostersund no rondó la meta de Iago más de tres veces y solo en una, ya sobre la bocina, tuvo que intervenir el portero local, pero tan cierto como que el Athletic apenas firmó ese cabezazo a la media hora de Aduriz, a centro de Lekue y tras robo de Raúl, que Keita despejó a córner. Esa jugada y otra en la que el donostiarra no llegó por poco a un medido centro lateral de Williams, que sigue sin sacar provecho a sus cualidades.
Obligados, el Athletic volvió de vestuarios con la necesidad al cuello y se plasmó en esa internada de Córdoba –uno de los mejores– por banda que templó para que Raúl cabecera alto para hacer difícil lo fácil. Un arreón que dinamitó el juego, rompió líneas y marcas, el Ostersund no se arredró y quería salir con peligro, un Athletic precipitado insistía pero con el mismo desacierto arriba que en la primera mitad. Córdoba lo intentaba. Y en eso, la vida en un instante. La enésima galopada por banda de Lekue, centro que no controla Wiiliams, sí Raúl, la madera que se interpone y ahí, Aduriz, el zorro en el gallinero, que gana balón, defensa y portero. Apoteosis en San Mamés. Allá, junto al córner de Animación. Premio al sufrimiento.
El Athletic se creció con el gol, Ziganda reforzó la medular con Rico después de haberla debilitado sacando antes a San José, el Ostersund sin nada que perder no quería que su desembarco fuera en vano. Hasta esa falta lateral, expulsión incluida de Núñez en el minuto 90 por doble amarilla. Hubiera sido injusto, sobre todo por la entrega que pusieron sobre el verde los leones, sabiendo lo que había en juego, su continuidad en una Europa League en la que todavía hay mucho bacalao que cortar.
El Athletic debía elegir entre susto o muerte. Eligió susto, el que muchos tenían en el cuerpo hasta ese minuto 70. En que en un instante, Aduriz marcó.