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La Casa de Maternidad de Donostia, abierta a «todas las clases sociales»

Madrinas, comadres, comadronas, llevadoras, obstétricas, amas de parir… El enfermero y «amante de la historia donostiarra» Manuel Solórzano, quien ha investigado la historia reciente de las maternidades en Donostia, demanda un mayor reconocimiento social para todas esas matronas.


La Casa de Maternidad Municipal de Donostia fue inaugurada en un acto privado el 1 de diciembre de 1932. El evento oficial se celebró el 1 de enero de 1933. La construcción del edificio estuvo dirigida por el arquitecto municipal Ramón Cortázar con un coste de 1,2 millones de pesetas. Constaba de tres plantas y dos sótanos. En total disponía de 60 camas; una sala con 25 camas generales, una sala gratis con 10 camas, habitaciones particulares de una y dos camas para aquellas mujeres que habían necesitado una intervención quirúrgica y un pabellón de «distinguidas», que consistía en cinco habitaciones con una cama cada una. En este pabellón, además, había una sala de partos solo para ellas.

Esta Maternidad nació con vocación de «ayudar a todas las clases sociales» y de «proteger a la madre y al niño en su más amplio sentido», subraya el enfermero Manuel Solórzano, autor de múltiples investigaciones sobre la historia de la enfermería y sobre las maternidades en Donostia.

La única condición para el ingreso era, según reza en la memoria de la Caja de Ahorros Municipal –entidad patrocinadora de este avanzado centro médico para la época–, que «las parturientas se queden con el hijo y no sirva la Casa de pretexto para abandonar a la criatura». Por ello, prestó especial atención a las mujeres solteras a quienes permitía en el centro hasta que el bebé «estuviera en condiciones de recibir alimentación artificial. Durante su estancia, podía dedicarse a los cuidados del edificio compatibles con su estado y condición, como el lavado y repaso de ropas, la limpieza… siendo por estos trabajos remuneradas, lo que les posibilitaba obtener ciertos ahorros» y afrontar en mejores condiciones su salida de la Casa de Maternidad. La asistencia a las mujeres sin recursos económicos era gratuita.

Las consideradas en dicha época «de pago, de primera y segunda clase» estaban en la primera planta y sus habitaciones disponían de comodidades como aseos exclusivos contiguos a la habitación, pequeñas salas para las visitas y una amplia terraza. En el discurso de inauguración, el director de la Casa de Maternidad, el doctor Juan María Arrillaga subrayó que «la madre, la que sacrifica su honor, si hace falta, sin atemorizarle los obstáculos que la vida ha de ponerle en su camino con tal de no separarse de su hijo, tendrá abiertas las puertas de esta Institución. No hemos reparado en la selección de clases. Hemos querido que nuestra actuación alcance a todas las esferas sociales».

Dentro de la Casa de la Maternidad también se creó una Escuela de Enfermeras Comadronas. «Espero que estas enfermeras que me escuchan, que pusieron ya a prueba su espíritu de abnegación y sacrificio, llegando por su constancia y tenacidad a colocarse en el plano de colaboradoras indispensables en nuestros trabajos científicos, sabrán imbuir esos sentimientos a estas alumnas que comienzan su carrera aceptando el sacrificio del internado, bautismo, para mí imprescindible para que sepan elevar su carrera a la categoría que corresponde», destacó Arrillaga en su intervención.

La Liga Anticlerical Revolucionaria

Previa a la apertura, la Liga Anticlerical Revolucionaria de Gipuzkoa pidió en un escrito fechado el 15 de noviembre de 1932 a la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Donostia que las Hermanas de la Caridad fueran sustituidas por «enfermeros y enfermeras civiles y tituladas de acuerdo con el Colegio profesional correspondiente y por respeto al laicismo de la Constitución vigente; que no se autorice en dicho establecimiento de beneficencia ni en su recinto, la colocación de símbolos religiosos; ni la celebración de rezos colectivos, misas, procesiones, bautizos… Esta Agrupación desea saber si es criterio adoptar e imponer las medidas anticlericales que se solicitan y, en caso contrario, las razones que considera para no implantar en su Casa de Maternidad las medidas reclamadas». El 18 de agosto de 1936, una de las 37 granadas que disparó el acorazado «España» alcanzó el edificio, lo que obligó a trasladar temporalmente sus servicios a la Villa San José de Ategorrieta, a los pies del monte Ulia, hasta que quedó reparado. Fueron días duros, tal y como recoge Solórzano en su investigación.

Las ancianas ingresadas en las Hermanitas de los Pobres, cuyo edificio estaba situado enfrente, fueron trasladadas a la Casa de la Maternidad, «siendo más bocas para alimentar. El personal de la Maternidad no podía salir afuera para recoger las botellas de leche y los suministros, ya que desde el inmueble de las Hermanitas de los Pobres les disparaban los soldados. Fueron pocos días pero los suficientes para pasar hambre».

El bombardeo finalizó a las once de la mañana. El edificio quedó destrozado así como las camas y el resto del mobiliario. No hubo víctimas mortales porque todas las enfermeras y pacientes habían sido trasladadas a los sótanos y planta baja. Uno de los pocos heridos fue el doctor Dionisio Estanga, que fue atendido por la enfermera de guerra Emilia Llopis, voluntaria catalana. Lo único que se salvó del lugar donde impactó la granada –el cuarto del médico de guardia– fue la Virgen de Julio Beobide.

Entre los aspectos a destacar de esta Maternidad que dejó de funcionar en octubre de 1953 está su vocación de ayudar a todas las mujeres independientemente de sus posibilidades económicas y el especial hincapié que a lo largo de sus 17 años de vida hizo en la formación de médicos especializados, enfermeras y comadronas y en la promoción de hábitos médicos saludables. Este ataque naval obligó a llevar la Maternidad a la Villa San José hasta 1941, cuando el inmueble fue convertido en hotel.

En 1945, el delegado del Instituto Nacional de Previsión solicitó a la Alcaldía donostiarra permiso para ejecutar las obras necesarias para reconvertir la Villa San José en la que sería la Residencia Maternal de la Caja Nacional del Seguro de Enfermedad, que abrió sus puertas el 19 de mayo de 1947. Disponía de 24 camas.

El 13 de agosto de 1960 fue inaugurada la Residencia Sanitaria Nuestra Señora de Aranzazu del Seguro Obligatorio de Enfermedad (SOE, implantado por ley el 14 de diciembre de 1942). Previamente, el 31 de julio de ese año, fueron trasladadas las mujeres y niños que estaban ingresados en la Maternidad de la Villa San José. El SOE queda a cargo del Instituto Nacional de Previsión, como entidad aseguradora única. Entre las prestaciones del seguro estaba la asistencia sanitaria en caso de enfermedad y maternidad y una indemnización por la pérdida de retribución causada por las citadas situaciones.

Solórzano remarca la alta preparación de las matronas. «Eran todas tituladas. Para poder ejercer debían realizar tres años de practicante y otros dos de matrona con muchas horas de prácticas. Además debemos tener en cuenta la época, en la que no había los adelantos y ecografías de ahora, todo era manual y las guardias eran de doce horas».

Demanda un mayor reconocimiento para estas mujeres y critica que «ni los colegios oficiales ni la Diputación ni el Ayuntamiento les haya nunca homenajeado cuando muchos de quienes hoy están en partidos políticos han venido al mundo con una matrona».

 

«Mi profesión me ha llenado de satisfacción, el parto es una cosa digna de ver»

Paquita Anduaga, inscrita en el Registro General de la Sección de Matronas el 29 de julio de 1958, ejerció la profesión de matrona durante 35 años, hasta su jubilación. Su carnet de profesional recogía el siguiente juramento: «Prometo solemnemente ante Dios llevar una vida pura y ejercer mi profesión con devoción y fidelidad. Me abstendré de todo lo que sea perjudicial o maligno y de tomar o administrar a sabiendas ninguna droga que puede ser nociva para la salud».

Para los cursos de practicantes y matronas, la inscripción de la matrícula era de 15 pesetas, a lo que había que sumarle 5 pesetas por derechos de examen final por cada curso y 25 pesetas por los derechos de reválida. El tribunal para obtener el título de matrona estaba compuesto por dos catedráticos de obstetricia y un profesor auxiliar en la materia. Las clases teóricas y prácticas se realizaban en la Residencia Maternal del Seguro de Enfermedad. Para poder trabajar era obligatorio haber cumplimentado los seis meses del llamado «Servicio Social». Al casarse, las mujeres matronas eran despedidas en lo que se llamó «excedencia forzosa». Ese fue el caso también de Anduaga, quien logró reincorporarse laboralmente debido a la falta de matronas en ese momento

«Mi carrera ha sido preciosa, me ha llenado de satisfacciones. Es el trabajo más bonito; entran dos y salen tres…», afirma a GARA. Todavía mantiene vivo en su memoria caso de una mujer que en la década de los 50 tuvo trillizos cuyo peso osciló entre los 2,2 y los 2,6 kilos, a los que se sumaban los siete hijos anteriores de la pareja.

«Te llevas preocupaciones a casa pero el parto es una cosa digna de ver; muchos hombres y mujeres tendrían que verlo para entender más a las madres», manifiesta Anduaga.

Destaca la evolución a lo largo estas décadas. «En la Villa San José de Ategorrieta, por ejemplo, no dábamos los puntos, lo hacía el médico cuando llegaba a la mañana, trabajábamos con guantes esterilizados corrientes y las mujeres daban a luz encima de la cama, el quirófano se reservaba para los partos complicados. Trabajábamos con los conocimientos y medios de aquellos años. Ya en la Residencia –hoy en día el Hospital Donostia, a donde fue trasladada el 31 de julio de 1960–, éramos nosotras las que dábamos los puntos. El parto ha evolucionado mucho, como de la noche al día. Si todo va bien, es algo maravilloso, es ver cómo nace una nueva vida, es una de las experiencias más gratificantes que se puede vivir en un hospital», resalta. Resalta el carácter «vocacional» de esta profesión. E insiste en que «aunque salgan mal las cosas, es preciosa. Voy por la calle y todo el mundo me conoce».A.L.