Etxebeste, Mujika y Castells, tres testimonios de la crudeza de la deportación
Eugenio Etxebeste «Antton» pasó trece años deportado en varios países, «en una campana de cristal». Bixen Mujika vio morir a su compañero, Juanra Aranburu, ahogado en Cabo Verde. Y Miguel Castells intentó ejercer una defensa casi imposible en Panamá, Ecuador y República Dominicana. Tres voces para una realidad tan oculta como cruda.
La segunda parte de este IV Foro Social ha concluido fijando la mirada en la cuestión de la deportación. Hoy la siguen padeciendo catorce vascos, pero durante tres décadas largas ha sacudido a otros muchos. La mesa redonda ha combatido la impresión errónea de que quienes son enviados a esos países remotos «están como reyes», que es lo que oyó Bixen Mujika cuando Juanra Aranburu fue deportado a Cabo Verde. Enseguida descubrió lo contrario: «Son los más olvidados de los olvidados».
Eugenio Etxebeste pasó primero por la República Dominicana, luego por Ecuador, más tarde por Argelia (como interlocutor de ETA), de nuevo a Santo Domingo…. trece años en total sin una personalidad jurídica, sin libertad de circulación, sin trabajo, con micrófonos en la casa, «soportando arbitrariedades e incluso robos» salvo en la fase de Argel. «Los olvidados de la tierra» fue el titular que dejó en una entrevista para ‘Egin’. Olvidados, justo la misma palabra que usó Mujika. «Solo te salva la solidaridad de y con tu familia, la solidaridad de y con el pueblo vasco», concluyó «Antton». Cree llegada la hora de dejar de hablar de deportación porque lo considera un término eufemístico: «En realidad es internamiento, confinamiento, secuestro», ha dicho.
Desde su experiencia como abogado, Castells ha puesto el foco en la inseguridad total que han atravesado estas personas, destacando que los sitios a que han sido deportadas eran «sistemas faltos de garantías y además muy inestables» y que su situación allí era de la «sin papeles». El ejemplo más claro lo encuentra en lo ocurrido con los vascos en Panamá cuando se produjo la invasión yanqui: «Si no hubiera sido por monseñor Laboa, que los acogió en la Nunciatura, habrían desaparecido con toda seguridad, los habrían matado, porque eran ‘sin papeles’ y además con el sambenito de ‘terroristas’». Para el veterano letrado, hay que reivindicar a los deportados como víctimas con todos sus derechos, aunque ve mucho más difícil lograr hacerles justicia algún día en los tribunales porque «todo aquello se hacía ‘en b’, no está documentado».