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Cambios en el debate para arrancar las raíces de la cultura de las armas

Tras la última matanza de Parkland, Florida, parece que las cosas están cambiando en el debate sobre las armas en EEUU. Hay voces que defienden la derogación de la Segunda Enmienda para evitar los tiroteos convertidos en rutina, que dicen mucho de un país que depende de la violencia para llenar los cofres de los mercaderes de la muerte.


Parece que sí, que las cosas esta vez pueden ser diferentes en el debate sobre las armas en EEUU. Si realmente van a cambiar o no, es ya otro cantar. Pero tras el último tiroteo en masa en un instituto de Parkland, Florida, que causó 17 muertes, y en parte gracias a la movilización nacional en la que los adolescentes que sobrevivieron mostraron su indignación y llegaron al corazón de millones de compatriotas, parece que las cosas pueden, esta vez sí, empezar a cambiar.

Quizá no haya que poner muchas esperanzas en un solo momento, ni siquiera en este. Este partido será largo, con muchos y diferentes momentos. Y ganarlo requerirá tiempo y la radicalidad necesaria para ir a la raíz de las fuerzas sistémicas que producen el romance de Estados Unidos con la violencia, una cultura donde la crueldad es considerada como virtud, como un mecanismo para institucionalizar la obediencia. Los tiroteos en masa, más allá del argumento de que son cosas de «perturbados mentales», son síntomas de una sociedad plagada de militarismo y fanatismo.

En efecto, esos tiroteos se han convertido en rutina y dicen mucho de una sociedad que depende de la violencia para llenar los cofres de los mercaderes de la muerte. Los grandes beneficios que tienen los fabricantes de armamento, el complejo industrial de Defensa, los traficantes de armas cortas y los lobbies que los representan en el Congreso... Es evidente que esa cultura de la violencia no puede abstraerse del negocio y de la corrupción de la política. Es un hecho que atraviesa la sociedad de EEUU como si se tratara de una corriente eléctrica que da placer instantáneo, en las noticias o en las series de televisión. Se trata de una especie de retorno irracional a la cultura violenta del «Salvaje Oeste». Y sus valores no solo sugieren algo patológico, una irracionalidad loca o un peligro. Al contrario, se han convertido en una cuestión de sentido común.

Adular la cultura de las armas

Tras la «Marcha por Nuestras Vidas», manifestación organizada por un grupo de estudiantes que sobrevivió a la masacre del 14 de febrero en Parkland, las encuestas muestran que un 80% de estadounidenses ahora sí apoya exámenes universales para poder comprar un arma, elevar la edad mínima a los 21 años, y prohibir los cargadores de gran capacidad y los rifles de asalto. Aún es pronto para saber si este cambio tendrá efecto inmediato en la posición de los congresistas, pero sí la ha tenido en el mundo de los negocios. Varias firmas, como la de Walmart, anuncian que no venderán armas a clientes menores de 21 años; cadenas de hoteles, aseguradoras o firmas de alquiler que hasta ahora tenían descuentos para los miembros de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, de su siglas en inglés) han anunciado que los cancelan.

Pero, paralelamente, lejos de traer el tema de la violencia al debate político que podría limitar su masificación, varios estados, entre ellos el de Florida, han aumentado las posibilidades de que se vuelvan a producir matanzas. Han aprobado leyes que permiten armas en lugares que van desde los bares hasta los templos de oración; que legalizan la idea, en nombre de la autodefensa, de disparar primero y preguntar después. Son un buen recordatorio de la adulación que la cultura de las armas tiene en EEUU, de los miedos que la alimentan. De hasta qué punto las armas y la violencia fascinan y han infectado las más altas esferas del poder en EEUU.

Hablamos de un país de cerca de 300 millones de habitantes con 300 millones de armas de fuego. Cada una de estas armas está hecha con un solo propósito: matar de la manera más rápida y efectiva posible. Resulta difícil pensar que, a menos que las confisquen, con solo con una regulación más o menos mágica, se pueda evitar o prevenir que no sean usadas para matar. Esa es una suposición que no se sostiene.

En EEUU gente de todo tipo posee armas, por todo tipo de razones, aunque ciertos hechos demográficos refuerzan una realidad particular. Según un estudio de 2017 del Pew Research Center, un 48% de los hombres blancos posee armas, en contraposición a un 25% de mujeres blancas, y a un 25% y un 16% de hombres y mujeres no blancas, respectivamente. Las personas que las poseen viven mayoritariamente en áreas rurales y la mitad de las que las tienen consideran que la posesión es esencial para su identidad. A su juicio, las armas les protegen en un mundo que perciben como un lugar cada vez más peligroso, les da un sentido de seguridad, un propósito, cierta nostalgia de una era de privilegio que nadie desafiaba.

Enmienda sacrosanta

La Segunda Enmienda constitucional, que se aprobó en el año 1791, dice textualmente que «una milicia bien regulada es necesaria para la seguridad de los Estados libres, el derecho de las personas de tener y portar armas no debe ser violado». Aprobada hace casi 230 años, se trata de una reliquia del siglo XVIII, de una especie de insignia o pegatina en un parachoques usada para embestir, para atacar. Es un escudo del lobby pro-armas NRA, son las santas escrituras de la derecha de Estados Unidos que han conllevado a lo largo de los siglos un fuerte debate, hasta que en el año 2008 la Corte Suprema decidió su significado: el derecho individual de todo estadounidense a poseer un arma de fuego en casa para defenderse.

A lo largo de la historia, las comas y las cláusulas de esa enmienda han sido debatidas por senadores y fiscales, propietarios de esclavos, jueces, militantes de los Black Panther, gobernadores… Para algunos la clave radicaba en la milicia, para otros en el derecho que no puede ser violentado, para otros el tema era el de los estados contra el Gobierno federal. Durante esos años, la Corte Suprema siempre se mantuvo al margen. Incluso, en 1939, decidió por unanimidad que el Congreso podía prohibir la posesión de escopetas con cañones recortados porque no había relación razonable con la preservación de una «milicia bien regulada».

En realidad, durante 200 años la adopción de esa enmienda se entendió de manera general: bastaba con no poner límites a los estados federales a la hora de legislar el control de armas. Sin embargo, en 2008, la Corte Suprema, con una votación de cinco a cuatro para la historia, decidió que había un derecho a portar armas sobre la base de la Segunda Enmienda. Dio así mucha munición a la NRA, un argumento de propaganda de enorme poder para bloquear el debate legislativo sobre el control de armas.

Uno de los cuatro jueces de la Corte que votó en contra de esa resolución de 2008, John Paul Stevens, en una tribuna recientemente publicada en “The New York Times”, ha considerado que la manera más efectiva de terminar con los tiroteos en masa, más que cualquier otra reforma, sería la derogación directa de la Segunda Enmienda.

Del mosquetón al rifle

El lobby del rifle, la NRA, se identifica a sí mismo como un «grupo pacífico, patriota, amante de la libertad y representante del ciudadano medio», mientras describe a sus oponentes como «antiamericanos, comunistas, tiránicos y elitistas». Su presidente, Wayne Lapierre, acusa a los partidarios de regular la posesión y el uso de las armas, en particular al Partido Demócrata, de «estar infestado de saboteadores que no creen en el capitalismo, en la Constitución, en nuestra libertad ni en América tal y como la conocemos».

Cabe recordar, por otra parte, que la Segunda Enmienda fue concebida en tiempos del mosquetón. Actualmente, en nombre de esa sacrosanta enmienda, se defiende «la libertad y el derecho» a poseer y portar rifles semiautomáticos. Como el AR-15, con cargadores de alta capacidad, con el que se realizó la matanza de Parkland. Rifles que disparan balas a gran velocidad, que resultan devastadoras para quienes reciben su impacto.

Dicen los trabajadores de los hospitales que tratan heridas de trauma en EEUU que, a diferencia de las de pistola que penetran en órganos vitales dejando una trayectoria lineal, gris y delgada al atravesarlos, con sangrados y posibles fragmentos pero con heridas más fáciles de tratar, las balas del AR-15 dejan los órganos vitales como si fueran melones maduros aplastados por un mazo, con mayor sangrado, casi sin posibilidad de reparación.

En definitiva, el problema de las armas en EEUU no se soluciona con pomada. Requiere cirugía, radicalidad, ir a la raíz.