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Dos paradojas y un spoiler


Se marcha Mariano Rajoy como gobernó: sentado mientras observa cómo se desarrollan los acontecimientos. Cuando Aitor Esteban anunció que los jelkides votarían a favor de la moción de censura, supo que no tenía nada que hacer. Que siguiese buena parte de la sesión atrincherado en un bar junto a sus colaboradores solo es una última escena épica de poesía rajoyesca. Atrás queda una legislatura, de 2011 a 2015, de mayoría absoluta, recortes sociales, agenda securócrata y rescate europeo mientras Rajoy se mantenía a flote entre el fango. A medias le queda al PP un ejercicio, el de las dos elecciones consecutivas, marcado por el reflejo parlamentario de la crisis estructural que sufre el Estado y Catalunya, como prueba del algodón democrático.

Puede que sea la distancia y una vena agorera pero, dentro de la satisfacción, me cuesta sumarme a la algarabía.

Que Rajoy y el PP sean expulsados del Gobierno español es digno de celebrarse. Sin embargo, las perspectivas tampoco son tan halagüeñas como los aspavientos en el exterior del Congreso harían pensar. Lo que Sánchez tiene por delante es el reflejo de la correlación de fuerzas existente en el Estado. Un escenario lleno de paradojas y con un escaso margen, al menos a primera vista, para la democratización, que es la verdadera tarea pendiente.

La primera paradoja es que Sánchez gobernará con los presupuestos del PP, las cuentas a las que él y todos sus socios, salvo el PNV, se opusieron. Esto le ofrece poca capacidad de maniobra para este año y el tiempo para comenzar a tejer unas difíciles alianzas. Una cosa es ponerse de acuerdo con los independentistas catalanes y vascos para expulsar del poder a Rajoy y otra es creer que este es un cheque en blanco, siendo Sánchez como es la “cara B” del 155 en Catalunya. Habrá que ver la voluntad del nuevo presidente español para desmantelar, sin que Europa le tire de las orejas, el entramado de leyes antisociales que puso en marcha el PP. Lo contrario sería una gestión sonriente y remozada de las mismas políticas de austeridad.

Segunda paradoja: Podemos es el gran aliado del PSOE en el Gobierno. Cuando Pablo Iglesias se impuso a Iñigo Errejón en Vistalegre II, uno de los argumentos del “pablismo” fue la aparente disposición del exnúmero dos para entregarse a Ferraz. Ahora, Juan Carlos Monedero, gran valedor de aquella tesis, celebra con euforia la llegada de Sánchez a la Moncloa, sin contrapartidas y sin condicionar el gobierno. No me imagino un diálogo entre el beligerante profesor de antaño y su “yo” actual, el que pasa la mano por el lomo a Sánchez mientras muestra ante Soraya Sáenz de Santamaría que también para ganar hay que tener clase.

Portugal es el espejo en el que las dos almas del progresismo español deberían tratar de reflejarse. El problema es que la unidad de España sigue siendo la columna vertebral del régimen político de 1978. Y no parece que el nuevo Gobierno tenga voluntad de abordar el problema catalán y vasco desde una perspectiva que no sea la folklórica, la que dice que todo buen español debe valorar el euskara, las sevillanas, el catalán o la fabada asturiana.

A ello se le suma nuestro spoiler: con Ciudadanos crecido y el PP perdiendo terreno en la derecha española, prepárense para la oposición más salvaje y bruta jamás conocida. Después de ver a Albert Rivera en “modo machirulo” mofándose de las lágrimas de Iglesias por los torturados en el franquismo, temo que van a dejar aquel “Zapatero, al hoyo con tu abuelo” de hace una década como ejemplo de cortesía parlamentaria.

La contraofensiva reaccionaria está en marcha.