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Txomin, testigo de excepción del fuerte de Ezkaba y de la Iruñea de posguerra

Su nombre es Domingo Concepción Solana, Txomin para la familia y los amigos. Su edad ronda ya los cien años. Su vida, una odisea que le llevó desde los bombardeos en la Guerra del 36 en Getxo hasta el servicio militar en Iruñea, incluido un mes de guardia en las garitas del fuerte de Ezkaba, de cuya fuga se han cumplido 80 años.

Txomin estuvo como soldado en el fuerte de Ezkaba en la posguerra.

Nacido en Leioa (Bizkaia) en 1921, la guerra le alcanzó a los 15 años, cuando su familia vivía en Las Arenas, en Getxo. Desde muy joven, él y sus amigos acudían hasta Mungia para comprar huevos y leche en los caseríos de la zona, ha relatado a Efe Txomin, que conserva los recuerdos de aquellos años terribles grabados a fuego en su memoria.

En abril de 1937, cuando el grupo caminaba por el monte, oyeron ruido de aviones y el retumbar de los bombardeos: «Oíamos ‘bum, bum, bum, bum’ y nos metimos en una trinchera». Era el 24 de abril. Dos días más tarde, la Legión Cóndor alemana arrasó Gernika.

El grupo se apresuró a volver a Las Arenas. Cuatro bombas habían caído en el barrio, una de ellas en la casa de la familia de Txomin, que quedó destrozada. «Cuando volví, estaban llorando (sus padres y sus tres hermanas). No se podía ni abrir la puerta. Otra bomba cayó en la carretera. Estuvo ardiendo tres o cuatro días la gasolinera».

Sus padres y sus hermanas pasaron la noche con unos vecinos y Txomin se quedó a guardar la casa: «Le pegué una patada a la puerta y entré. Quité los cristales de la cama y dormí».

En Ezkaba

A los 21 años, con la guerra ya acabada, Txomin empezó el servicio militar en Iruñea, en el Regimiento América 66. En 1942, hacía solo cuatro años de la célebre fuga del fuerte de Ezkaba, del que huyeron 800 presos y murieron más de 200 en el intento, pero en Iruñea «no se hablaba mucho de eso».

Fueron muchos los amigos que Txomin hizo en Iruñea en aquella época, entre ellos, uno que se llamaba Fermín Ezcurra. Con los años, su amigo llegaría a ser el director de la Caja de Ahorros Municipal de Iruñea y presidente de Osasuna.

Un año después, fue nombrado cabo furriel y se encargó de subir todos los días en carro al fuerte de Ezkaba para llevar suministros. Fue su primer contacto con los reclusos: «Los presos me daban miedo, pero, claro, también me daban pena».

Más tarde, le mandaron durante un mes a hacer guardias en las garitas que rodeaban el fuerte. «Había siete puestos de vigilancia por todo San Cristóbal», asegura Txomin, que no ha olvidado el miedo que pasaba por las noches: «Igual iba el sargento y había que pedir el santo y seña». Además, «abajo en el pueblo había una tasca y los oficiales subían con chicas de juerga» al fuerte.

Las condiciones de vida en el fuerte eran duras, también para los soldados: «Dormíamos en los catres sin colchones, por miedo a los piojos. Dormíamos encima de las tablas. Hacía mucho frío».

Durante ese mes, Txomin observó que «hubo varios entierros de presos», a los que sepultaban «en un cementerio que había fuera de la prisión». Él no sabía entonces que aquél era el conocido ahora como Cementerio de las Botellas, por los recipientes que colocaban entre las piernas del cadáver con su identificación.

Txomin veía poco a los presos, en la enfermería o en las verjas. A veces hablaba con ellos, sobre su procedencia, para ver si alguno era de la zona de Bilbo.

Una vez licenciado, Txomin se marchó a Bilbo para trabajar en La Naval como electricista de barcos y en 1948 se casó en la iglesia de San Nicolás de Iruñea. En la capital vizcaina, con su primer hijo en brazos, el matrimonio fue al circo, pero una galerna tiró la carpa sobre las cabezas del público. Ambos resultaron heridos.

Fue la última de sus fatalidades. De vuelta a Iruñea, Txomin entró a trabajar en la fábrica de Imenasa y, junto a su mujer, vivió durante décadas en el Rincón de San Nicolás, donde la pareja crió a sus tres hijos.