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El nuevo embajador de EEUU en Berlín, «persona non grata»

Las relaciones entre Berlín y Washington han caído otro peldaño más tras la entrevista en la que el nuevo embajador estadounidense, Richard Grenell, explica que busca apuntalar a la nueva derecha xenófoba europea-. La CDU de la canciller Merkel siente a los EEUU de Trump cada vez lejos sin que Alemania cuente con una nueva política exterior.


Aún es temprano para llegar a la conclusión de que las relaciones entre Alemania y EEUU están en caída libre pero se puede constatar que se está dando un profundo cambio . La diplomacia es un arte que se expresa ante todo por gestos y por lo que se lee entre las líneas.

Que un ministerio de Exterior es cite a un embajador para transmitirle su malestar es todo un gesto. El miércoles pasado se vio entrar al embajador Grenell en la sede de la diplomacia alemana, pero no había sido citado sino que fue su visita de presentación. La oficina de prensa tuiteó que le recibió secretario de Estado, Andreas Michaelis, no el ministro, el socialdemócrata Heiko Maas (SPD), lo cual es otro gesto. En «una atmósfera abierta», trataron sobre la situación en Oriente Próximo, Irán, la OTAN y «también sobre la reacción de la opinión pública alemana a la reciente entrevista del embajador» al portal ultraderechista estadounidense Breitbart.

«Yo quiero reforzar incondicionalmente a otros conservadores en toda la Europa», le citó el medio digital, dirigido en su día por el asesor del presidente Donald Trump, Steve Bannon. «Estamos viviendo el despertar de una mayoría silenciosa que rechaza a las élites y su burbuja. Y lo lidera Trump. Con estas declaraciones, el embajador ha disgustado a los cristianodemócratas proestadounidenses, como la canciller Angela Merkel, que aún buscan una estrategia contra la nueva derecha, representada por la Alternativa para Alemania (AfD).

Grenell no sólo es trumpista de palabra, sino también de hecho, porque no irrita sólo por lo que dice sino también por cómo ejerce su cargo. De acuerdo a su anuncio en Breitbart, recibirá el 13 de junio al canciller austríaco Sebastian Kurz en su residencia de Berlín a pesar de que EEUU cuente con embajador en Viena. El Departamento de Estado se apresuró a informar que este encuentro se celebraría a petición de los austríacos, pero al Gobierno alemán le sabe igual de mal porque Kurz (ÖVP) es un crítico de la política de inmigración protagonizada por su homóloga alemana. La jefa del Ejecutivo ha preferido no pronunciarse sobre Grenell y también Maas ha optado por un lenguaje diplomático para no complicar la situación.

Poco importan los usos y costumbres diplomática a Grenell cuando insistió a reunirse sorprendentemente con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en el aeropuerto de Berlín al finalizar su encuentro con Merkel. Para calmar los ánimos –y protegerse políticamente - ha optado ahora por interesarse por la vida judía en Berlín y su eliminación por parte de los nazis.

Con este paso ha querido reaccionar a las declaraciones del ex presidente del SPD, Martin Schulz, –otro truco de la política exterior– , quien tildó a Grenell de «ultraderechista oficial colonial» que debería ser revocado de su cargo. La copresidenta del grupo parlamentario del partido socialista Die Linke, Sahra Wagenknecht, instó al Gobierno a expulsar al embajador de EEUU. «Alguien que piensa que puede mandar como un latifundista quien gobierna en Europa no puede seguir estando más tiempo como diplomático en Alemania», dijo al diario conservador Die Welt.

Que Grenell trate a los alemanes como si fueran vasallos en cuyos asuntos interiores se puede meter sin más, tampoco les debería extrañar mucho porque no es nada nuevo. Sin ruborizarse, el que fuera asesor de varios presidentes estadounidenses Zbigniew Brzezinski, dividía el mundo en los bárbaros, o sea enemigos de EEUU, y los vasallos, que ayudarían a mantener unipolar el mundo.

Tras la escuchas de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) a Merkel en 2013, que se saldaron con la expulsión del jefe de la CIA en Alemania, Berlín tiene que empezar a reorientar ya su política exterior. No puede estar esperando a que Trump deje el cargo si no quiere que EEUU se meta en sus asuntos internos, tal y como Washington –y Berlín– hacen en América Latina.