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La violencia y la impunidad marcan las elecciones mexicanas

México celebra hoy unas elecciones en las que Andrés Manuel López Obrador puede llegar a la presidencia con el reto de renovar un país marcado por la violencia que ha disparado las cifras de muertos y por la impunidad de la casi totalidad de los crímenes.


El 26 de setiembre de 2014 desaparecieron 43 estudiantes en Iguala, a 200 kilómetros de la ciudad de México. La versión oficial dice que el narco, poder omnipresente, los secuestró, asesinó e hizo desaparecer. Omar García, de 28 años, es uno de los supervivientes del conocido como caso de Ayotzinapa. Y niega esa tesis: «fue el Estado. Miembros del Ejército y policías federales, por orden de las autoridades a nivel federal», asegura.

El suceso se convirtió en escándalo y terminó simbolizando un hecho: la violencia y la impunidad desatadas en una de las grandes potencias de América Latina. A día de hoy no se ha esclarecido qué ocurrió y un tribunal ha ordenado repetir la investigación porque buena parte de los condenados sufrieron torturas a manos de la policía.

La violencia es uno de los temas centrales de las elecciones que se celebran hoy. Más de 80 millones de mexicanos están llamados a las urnas. Andrés Manuel López Obrador, líder de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) puede llegar a la presidencia como gran opción renovadora después de tres intentos. Uno de sus grandes retos es poner fin a la matanza. Desde que en 2006 el expresidente Felipe Calderón declarase la «guerra contra el narco», el país está en un charco de sangre. En cifras, que siempre son demasiado frías: 260.000 asesinados en 12 años, más de 36.000 desaparecidos, un millón de familiares afectados. Solo en campaña, al menos 133 políticos, entre candidatos y cargos públicos, han muerto.

Resulta difícil explicar cómo se ha llegado a esta situación. Una de las tesis más aceptadas es que la guerra declarada por Calderón rompió un equilibrio, el del PRI (Partido Revolucionario Institucional) con los grupos criminales, que solo sirvió para descabezar algunos carteles, lo que provocó su fragmentación. Más grupos peleando por las mismas plazas y diversificando su negocio: drogas, armas, trata, migración. Estos carteles entraron en guerra entre ellos, al mismo tiempo que el Estado sacaba a los militares a la calle. Resultado: cada vez más muertos.

En opinión de García, el narco se ha convertido en el gran argumento para explicar la violencia. Sabe de lo que habla. Cuando sus compañeros fueron desaparecidos, tuvo que escuchar que tenían nexos con la delincuencia, que ellos se lo habían buscado. Algo paradójico teniendo en cuenta que el Estado culpaba a esos mismos grupos de las desapariciones.

El reto de López Obrador

En realidad, resulta difícil establecer diferencias entre el Estado y el crimen organizado. Hay territorios, como Tamaulipas, en los que no parece factible que un cargo público ejerza alguna autoridad sin el permiso de los cárteles. Eso explica también que en los comicios más grandes de la historia de México, con el 80% de los puestos en disputa, la violencia sacuda a los aspirantes. A esto se le suma un elemento clave: la impunidad: más del 90% de los crímenes quedan sin esclarecer.

Y si llega a determinarse quién apretó el gatillo, jamás se llega a esa persona, como explica Ixchel Cisneros, directora de Cencos (Centro Nacional de Comunicación Social), una de las ONG que denuncian las violaciones de derechos humanos. Este grupo acaba de poner en marcha una campaña denominada «Voces Libres» que recuerda que, en medio de la matanza, 46 periodistas y 108 defensores de derechos humanos han sido asesinados. Todas las encuestas ponen por delante a López Obrador, que será presidente después de otros dos intentos. Así que él será quien tenga que hacer frente a esta sangría. Frente a posiciones securócratas, el líder de Morena ha vinculado en todo momento violencia, corrupción y desigualdad. Uno de sus lemas es «becarios sí, sicarios no», confiando en que las becas a estudiantes puedan alejar a los más jóvenes del crimen organizado.

Pero no es tan fácil. De hecho, en su puesta de largo como futuro presidente, en el acto celebrado el miércoles en el Estadio Azteca, reconoció no tener un plan para erradicar la violencia y fió su proyecto a futuras reuniones con policía, ejército y organizaciones de derechos humanos.

Como dice Ixchel Cisneros, «quien llegue al gobierno se va a encontrar un país hecho pedazos». Hay quienes, como Omar García, ponen su esperanza en la promesa de AMLO (como se conoce popularmente al candidato) de promover la investigación en casos como el de Ayotzinapa. Sería un gran mensaje. Sin embargo, el reto de poner fin a la sangría va mucho más allá. Parece que México se ha acostumbrado a la violencia y empezar una guerra es mucho más fácil que ponerle fin.

 

La migración, el tema pendiente en la campaña

La migración hacia Estados Unidos y la política de «tolerancia cero» de la administración de Donald Trump ha pesado menos de lo que cabría esperar en la campaña. Las terribles imágenes de niños separados de sus padres en territorio estadounidense volvieron a ubicar en la agenda un asunto con muchas aristas. México mantiene una posición de crítica hacia Washington por sus políticas antimigrantes pero, sin embargo, se ha convertido en la primera barrera para los centroamericanos que pretenden llegar hacia el vecino del norte. A día de hoy, de hecho, deporta más que EEUU, a pesar de que se hable mucho menos de sus políticas represivas. Su papel es similar al que juegan Marruecos o Turquía en relación con la migración hacia Europa: una primera barrera que muchos no logran cruzar. Su diferencia respecto a estos países es que tiene su propia migración, que tiene un gran peso. Hay que tomar en cuenta que las remesas, el dinero que los migrantes mexicanos envían a sus familiares, se ha convertido en el primer recurso económico del país. No existe industria que genere más ingresos. Un total de 33 millones de personas en EEUU tienen origen mexicano, de los que un tercio nacieron en el país del sur. En campaña, los candidatos han hablado sobre los mexicanos que emigran, pero no sobre los centroamericanos. Y esto es un problema, porque el contexto de violencia y pobreza en Guatemala, El Salvador y Honduras provoca que miles de personas traten de llegar a EEUU a pesar de barreras cada vez más duras.A.P.